Una imagen de archivo de la ciudad de Barcelona / EFE

Una imagen de archivo de la ciudad de Barcelona / EFE

Letras

La ciudad de ayer

Se trata de no confundir la nostalgia con la necrofilia, y no faltarán sitios muertos que bien muertos están

4 marzo, 2019 00:00

Todas las ciudades viejas están hechas a capas. Agarras pico y pala y aparecen estratos de épocas pasadas. En las ciudades normales, a no ser que el hallazgo arqueológico sea de campanillas, no se hace el menor caso y se construye encima. En Barcelona, como todos sabemos, descubrimos unas ruinillas de principios del XVIII y nos quedamos sin la gran biblioteca que nos habían prometido los políticos porque había que fabricar en torno a esas ruinillas un monumento al victimismo y al gimoteo inducidos por el mal trato que los españoles, esos íncubos, nos han administrado desde siempre. Para colmo, al cabo de unos años, agarramos al perturbado mental que se encargaba de la conservación de los pedruscos y lo pusimos al frente de la Generalitat. Pero ésa ya es otra historia…

A mí me interesa más la arqueología mental, concretamente la basada en mis propios recuerdos. De ahí esta sección que empieza hoy y que versará sobre la Barcelona de ayer. No la de anteayer, ni la del siglo XVIII, sino la de hace unos años, los de mi juventud, cuando algunos creíamos que la Barcelona del futuro no iba a tener nada que ver con la que nos han acabado endilgando los nacionalistas. Se trata, lógicamente, de una ciudad fantasma, de un lugar que ya no existe más que en la memoria de algunos. Así pues, desfilarán por aquí bares, cines, locales y sitios que han cedido su lugar a nuevas iniciativas. Y muertos, personas que ya solo viven en mis recuerdos y que contribuyeron a hacer de mi ciudad un lugar mejor y a los que se podría decir lo mismo que decían María Jiménez y el Lichis en su canción La lista de la compra: “Tú, te quedas a mi lado, y el mundo me parece más amable, más humano, menos raro”.

Evidentemente, se trata de no confundir la nostalgia con la necrofilia, y no faltarán sitios muertos que bien muertos están. Pero se impondrán aquéllos que le alegraron a uno la vida, como las personas que contribuyeron a lo mismo. De hecho, esto es una especie de autobiografía por capítulos que incluyen lugares y personas y en la que el autor aparecerá siempre en un rincón de la foto, cediendo la mayoría del espacio al elenco -o compañía estable- que compartió con él una época y un lugar. Y nostalgia, la justa. Sin dramatismos baratos de carcamal que ya no reconoce la ciudad que le vio nacer. El tono -quedan avisados- será inevitablemente agridulce, en la línea del Dominick Dunne que alumbró libros sobre Los Ángeles como The way we lived then o Another city, not my own. Con la lógica salvedad de que esto no es Los Ángeles (ni Hawaii, que guay).

Empezaremos la semana que viene con Zeleste, el templo laico en el que pasé tantas noches y cuyos supervivientes recordarán con agrado, aunque el entorno humano siempre fue más estimulante que la música que sonaba. Los que echen de menos la sección Manicomio Barcelonés -si es que hay alguien en esa tesitura- la encontraran a partir de este miércoles en el diario online Barcelona Metrópoli Abierta, donde, ya puestos, se pueden quedar un ratito y averiguarlo todo sobre la Barcelona de ahorita mismo, que puede que para mí sea another city, not my own, pero la sigo queriendo. A mi manera.