José Ovejero: “Las mesas de novedades están llenas de literatura que no necesitamos"
El escritor madrileño reflexiona sobre las servidumbres del mercado editorial español y defiende una literatura que haga pensar al lector
5 noviembre, 2018 00:05Aquí tienen a un escritor de alma periférica. De los que observan la realidad desde una distancia que les permite hacer de lo inmediato algo extraordinario y viceversa. De los que gastan una mirada ávida, jamás ingenua. De los que sospechan de la vida como un arte combinatoria y de ahí surge también su literatura. O, quizá, por eso. Porque escribir es, en ocasiones, fijar de otro modo la vida. Intentar no entender las cosas por motivos aparentes, sino desde su complejidad, desde su misma extrañeza, desde su fracaso. Con todos ustedes, José Ovejero (Madrid, 1958), quien empieza a desplegar en voz baja su atlas de ideas contra las convenciones del mundo literario. Por eso suena con voz propia.
–Usted, desde niño, se sintió escritor. Sorprende una vocación tan temprana.
–Sí. Realmente no sé de dónde viene, pero está ahí. Yo desde niño escribía, aunque no vengo de una familia de letras, ni mucho menos. Pertenezco a una normal y corriente, sin ningún intelectual en ella ni nada por el estilo. Además, crecí en un entorno obrero, pero quería ser escritor y, ya de adolescente, así me consideraba. El hecho de que nadie me publicase o quisiera leer lo que escribía era otro asunto, una contingencia del mundo que nada tenía que ver conmigo. Yo era escritor y me sigo entendiendo así. Es lo que hago. Es lo que soy.
–Ahí tuvieron mucha importancia, al parecer, los libros que había en casa.
–Mis padres, pese a no poder ir a la escuela salvo unos pocos años, tenían algunos. No se trataba de una selección exquisita, sino una de esas colecciones con La Odisea, Las mil y una noches y toda una serie de clásicos que, como en aquella época no había tantas lecturas infantiles y juveniles, era lo que tenía más a mano... Y me marcaron, claro.
–Sin embargo, a la hora de elegir estudios, optó por Historia.
–No sé de dónde me vino esa inteligencia porque, creo, un escritor no debe vivir sólo en el mundo de las letras. Lo decía Primo Levi, quien aconsejaba tener una profesión para no escribir en el vacío. No sé si yo iría tan lejos como él, pero a mí me ha servido. Me alegro de no haber estudiado Literatura o Filología. A lo mejor me faltan lecturas, pero ha merecido la pena, sí.
–Empezó a publicar gracias a un premio, el Ciudad de Irún, aunque usted ha lamentado que, para hacer carrera literaria en España, son fundamentales las amistades, los contactos, la influencia que tienen…
–En España está muy marcada esa necesidad de tener contactos, amistades, influencias para hacer cosas, también para publicar, para hacer vida literaria. Cuando vivía fuera, no me llamaban casi nunca para nada y, una vez que estás aquí y empiezas a ver gente, entonces sí, aunque hay algunos que piensan que todavía vivo en Bruselas. Es fácil descubrir quién tiene y quién no tiene esos contactos entre los autores que empiezan. La diferencia, entre ellos, es tremenda.
–¿Es la literatura una forma peculiar de estar en el mundo?
–Escribir es una forma de estar en el mundo. De procesarlo. De intentar expresarlo. De enfrentarte a él. Tengo ese hábito del escritor que es ver u oír algo e inmediatamente imaginar la historia que hay detrás. La literatura es un trabajo de interpretación de lo que te sucede.
–Usted milita en la literatura. No sólo la ejercita, también la piensa.
–Pienso bastante en la escritura, en qué función tiene en la sociedad, en su utilidad o su inutilidad, en qué hacemos cuando escribimos… Me interesa mucho, aunque sucede que, cuando me siento a escribir, procuro olvidarme de todo, salvo que se trate de un ensayo. Me interesa porque la literatura es más importante de lo que a veces pensamos. Tiene razón Antonio Orejudo cuando asegura que es algo que hacemos en los momentos de ocio, pero de ahí también sale la filosofía, por ejemplo. Que la literatura esté emparentada con el ocio no le quita importancia. Yo creo que nos ayuda a estar en el mundo, a entenderlo, a sentirlo, a generar una inteligencia en relación con el mundo.
–Esos pensamientos suyos sobre la literatura hicieron parada en el ensayo La ética de la crueldad. ¿Se considera un autor ‘cruel’?
–Sí, pero no porque en mis obras haya una violencia extrema ni nada por el estilo. Me refiero a un sentido más psicológico, a poner en cuestión las convicciones de los lectores, de obligarlos a mirar parte de la realidad que tendemos a ocultar en nuestras relaciones de pareja, en nuestras familias, en nuestras sociedades. Nadie quiere ser culpable de nada. Y ahí sigo más o menos fiel, aunque, creo, he evolucionado.
–Pero la literatura puede ser lo que le dé la gana, ¿no cree?
–En general, sí. Pero a mí me gusta una literatura que me haga pensar. Eso no significa que uno no necesite, vamos a decir, algún momento de indiferencia. Uno no puede mirar todo el tiempo los horrores del mundo. Primero, no sirve de nada. Segundo, destruyes tu vida. Yo, igual que puedo ver un partido de fútbol, puedo leer también una obra ligera, que no exige nada y me permite pasar un rato. Pero lo que me gusta como autor, como lector, es el combate y ver qué saco de ahí.
–Ese tipo de obras no es, precisamente, la que llena las mesas de novedades.
–Más bien, las mesas de novedades están llenas de literatura que no necesitamos. Por lo general, son lecturas que nos dicen quiénes son los buenos y los malos, que nos explican el mundo de una forma que nos tranquilice. Es la literatura que triunfa. Basta comprobar algunos de los libros más vendidos de los últimos años. Pero si el mundo es tal como yo lo pensaba, para qué necesito que lo escriban. Probablemente vendería más si hiciera una literatura más tranquilizadora porque la gente necesita, sobre todo, consuelo. Y a mí me pasa lo contrario. No quiero que me consuelen. Mis posibles tristezas son parte de mi vida, son parte de mí, y no quiero que me las quiten. Quiero superarlas.
–Sus novelas más vendidas son las “más amables”, por decirlo de algún modo. Ahí está La invención del amor, por ejemplo.
-Sí. La invención del amor, que tiene un protagonista que puede llegar a ser irritante, es más amable que La comedia salvaje o Los ángeles feroces. Además, tenía el respaldo del premio Alfaguara. Sin embargo, mis mejores libros son los que menos he vendido. ¿Me equivoco yo? ¿Se equivoca el público? Me da igual. Voy a seguir haciendo aquello que creo que tengo que hacer.
–Esa voluntad implica cierto triunfo como escritor. No todo el mundo lo puede hacer.
–Hay dos posibilidades. O tienes ese estatus de escritor y hay una atención a tus obras o, sencillamente, renuncias no sólo a vivir de la literatura sino a una presencia en el mundo literario. Yo, durante muchos años, tuve que renunciar. Primero, no me publicaban. Segundo, publicaba y no me reseñaban, pero seguía haciendo aquello que me parecía que tenía que hacer. Y, ahora, por suerte, puedo permitírmelo porque tengo editores que me apoyan. Estoy en una situación de privilegio. Sólo me faltaría ser un bestseller, pero no se puede tener todo [risas].
–¿Cómo valora el momento actual de la crítica literaria?
–Tenemos, en general, una crítica muy conservadora. Y, luego, hay un problema de espacio: cada vez es menor. No se puede exponer una reflexión sobre un libro en quince renglones. Te diría que, ahora mismo, la crítica en España no está atravesando un gran nivel. No veo muchos grandes críticos, de los que piensas: a ver qué dice hoy. Además, las revistas culturales casi han desaparecido y los periódicos mezclan la cultura y los espectáculos en un disparate que ha acabado con la información cultural. Hace un tiempo discutí con un crítico por escrito --soy civilizado-- porque él decía que uno de mis libros era una concesión al mercado. Me molestó porque yo puedo ser un buen o mal escritor, pero me he ganado el derecho a que se respete mi trabajo. Si yo me interesase de verdad por las ventas, no escribiría poesía, novelas, cuento, teatro. Me especializaría, no pasaría de un estilo a otro; creo que estoy haciendo un trabajo serio. Pero, sobre todo, me molestó la consideración de que los escritores nos vendemos al mercado pero los críticos no. Sólo le quise hacer ver que todos estamos en el mercado. El crítico no es un ser puro.
–Ya que lo dice, ¿le han recomendado alguna vez centrarse en un género literario?
–Sí. Y no fue mi agente literario, que nunca me dijo qué es lo que tenía que hacer. Lo único que me preguntó Carmen Balcells al principio fue: ‘Ovejero, ¿cuánto necesitas el dinero? ¿Quieres dinero o hacer carrera literaria?’ Yo, que entonces tenía un trabajo, le respondí que no perseguía vivir de la literatura, que si algún día lo hacía, muy bien; que lo que quería era escribir. A partir de ahí, no me preguntó nada más.
–Más bien, usted ha transitado por todos: poesía, novela, cuentos, ensayo, teatro, libros de viajes…
–Todos son maneras distintas de mirar. Cuando te pones con un poema, miras y piensas de forma distinta a cuando estás escribiendo una novela. Lo único que tienes que hacer es cambiar tu manera de encuadrar las cosas. Una vez que miras y piensas distinto, te expresas de manera diferente también. El paso de un género a otro es porque amplía mis posibilidades de mirar, de pensar y de expresarme. Necesitas un periodo de adaptación, como Nadal, que necesita unos días para jugar en pista dura tras hacerlo en tierra batida. La comparación puede parecer banal, pero, creo, es muy gráfica. Necesitas reajustar, pero luego es mirar, contar, expresar.
–¿Como forma de huir del encasillamiento?
–De lo que intento huir es de lo que me dijeron que tenía que hacer: tener una voz. Yo no quiero la mía; quiero la de mis personajes. En cada historia, una diferente. En mi último libro de cuentos, Mundo extraño, las voces son diferentes unas a otras porque no quiero tener una marca, aunque sea un instrumento de marketing. Me parece una limitación. La primera vez que me preguntaron por mi poética para una antología de cuentos, utilicé la imagen del embudo. La vida es un embudo. Y la escritura también. Al comienzo, en la parte más ancha, hay un montón de opciones, que se reducen a medida que desciendes por él, a medida que vas tomando decisiones. Pues, yo me paso la vida intentando ensanchar el embudo.
–Ha llevado, incluso, sus cuentos al teatro.
–Es un paso más. Quería saber qué sucede si cojo esos cuentos míos, que los he expresado de una manera, y tengo que actuarlos.
–Como Vargas Llosa…
–Espero que mejor que Vargas Llosa. Lo mío es un intento de llevar un poco más lejos a los personajes y expresarlos. Y ver qué ocurre con ese lector convertido en un espectador. Claro que, si tengo que elegir, yo soy escritor.
–Ha cambiado mucho de editorial en su trayectoria. ¿Por qué?
-Suelo resumirlo diciendo que yo no cambio. Cambian las editoriales.
–¿En qué sentido?
–Por ejemplo, entro en Destino, el primer sitio en el que publico, y lo compra Planeta. Después de eso, yo allí no pinto nada porque el equipo que llega me dice que tengo que escribir cosas más divertidas. Inmediatamente, empiezo a buscar la puerta de salida. En Ediciones B se muere el dueño y comienza una pelea de herederos. En un año, conozco a cuatro directores editoriales y ya no sé con quién hablar. Al poco, me voy. Con Alfaguara pasó otro tanto de lo mismo. La compró Random y no nos entendimos. Mira, si estoy a gusto en una editorial, como no soy alguien que busque el dinero, me quedo. Es lo que me pasa ahora con Galaxia Gutenberg, donde estoy muy feliz. La recuperación ahora de la novela Añoranza del héroe, publicada originalmente en 2002, es el primer paso.