Adolfo Sotelo: "Las vinculaciones entre el pensamiento español y el catalán están sin colonizar"
Autor del ensayo 'De Cataluña y España. Relaciones culturales', el catedrático de la UB reivindica la figura de los 'escritores-puente' entre la cultura española y la catalana
24 septiembre, 2018 00:00Adolfo Sotelo, catedrático de Literatura española y antiguo decano de la facultad de Filología de la Universidad de Barcelona, publicó en 2014 De Cataluña y España. Relaciones culturales y literarias (1868-1960). Este extenso ensayo, en el que recuperaba algunas investigaciones y artículos realizados una década antes, indaga sobre las relaciones literarias y culturales entre Cataluña y España y estudia unos vínculos históricos a los que no siempre se les ha dado la importancia que merecen. El análisis de la historia cultural permitió al profesor Sotelo adentrarse y estudiar la dialéctica que define a la historia peninsular, cuya complejidad solo puede ser atendida tomando en consideración el punto de vista de todos los interlocutores que han participado a lo largo del tiempo en este proceso de confluencias e intercambios culturales. Cuatro años más tarde, la vigencia de sus investigaciones explica que otros investigadores hayan seguido sus pasos.
–Usted publica su ensayo en 2014, pero, si no me equivoco, la investigación tiene su origen en su tesis doctoral.
–Sí, yo hice una tesis doctoral que llevaba por título Investigaciones sobre regeneracionismo liberal en las letras españolas entre 1860 y 1905 y lo más sobresaliente de esa tesis fue que, mientras la realizaba, fueron aparecieron textos desconocidos de Clarín, de Unamuno, de Azorín, de Baroja, de Maeztu… Mientras trabajaba en ella me di cuenta de que había zonas en las que se producían unas vinculaciones entre lo que se hacía en el pensamiento español y lo que se hacía en el pensamiento catalán y que estas zonas están sin colonizar. Es más, observé que, normalmente, las dos literaturas nacionales prescindían de estudiar estas zonas.
Le pondré un ejemplo: cuando se estudiaba el pensamiento reformista/federalista se ignoraba por parte de España el pensamiento catalán. Medio en serio medio en broma, Madariaga dijo hace muchos años que la España contemporánea había dependido de la suerte de tres franciscos: Francisco Largo Caballero, Francisco Franco y Francisco Giner de los Ríos. Sin embargo, se suele olvidar que Giner de los Ríos estudió en la Universidad de Barcelona, donde estaba Llorens i Barba, que tuvo una influencia enorme o que es necesario conocer la obra de Almirall, de Pi i Maragall o de Pompeu Gener y, de hecho, si se conocieran los textos de Gener no sonarían tan nuevos los disparates de Torra.
–¿Fue entonces cuando comenzó a estudiar las relaciones entre ambos campos intelectuales?
–Empecé a estudiar la literatura de frontera, es decir: Maragall escribió en catalán su poesía y sus obras de creación, pero él trabaja en el Diario de Barcelona y, por tanto, la crítica la escribió en castellano. Las relaciones entre los dos ámbitos eran continuas, por poner otros ejemplos: Clarín no sólo publica La Regenta gracias a Yxart, sino que una gran parte de su obra periodística se publica en La Publicidad, que era un periódico que, durante el siglo XIX y principios del XX, se escribía en castellano y, con la República, empezó a publicarse en catalán y cuyas páginas aparece uno de los grandes nombres de la literatura catalana: Josep Pla. ¿Quién descubre el ideario de Unamuno en torno al casticismo de 1895? ¿Lo descubre Azorín, Maeztu o Baroja? No, lo descubren Brossa y Corominas, con los que Unamuno tiene relación, puesto que escribe en una revista, Ciencia Social, que se hacía en Barcelona. ¿Quién descubre a los nuevos escritores de comienzos del XX? Pues Maragall. Y en 1902, una editorial barcelonesa, Biblioteca de Novelistas del siglo XX, publica Amor y pedagogía de Unamuno, La voluntad de Azorín, El mayorazgo de labraz de Pío Baroja.
–¿Por qué esta falta de interés por estos intercambios? ¿Los estudios hispánicos se circunscribían a los cenáculos madrileños?
–En 1995, en la Universidad de Valladolid, en ocasión de los artículos de Unamuno en torno al casticismo, que se publican, primero, en La España Moderna y, luego, en Barcelona en 1902, cuando comento esto se produce un murmullo, que también se produce cuando digo en Tarragona que, en lo que atañe su labor crítica, hay un desnivel considerable entre lo que Yxart escribe sobre obras españolas y obras en catalán y es evidente que así sea, porque no es lo mismo un Benito Pérez Galdós que un dramaturgo catalán de finales del XIX. La prueba es que en una novela de Pin i Soler se habla del “insigne Pérez Galdós”. ¿Qué ocurría? Que todas estas cuestiones no se trataban ni por el canon de la literatura catalana ni por el canon de la literatura española, si bien, evidentemente, hay excepciones. Molas, por ejemplo, había atendido a las cosas que Maragall había hecho en torno a la literatura española.
–¿Hay más excepciones además de Molas?
–Evidentemente. Te doy un ejemplo: en 1907 se crea una revista que se llama La Cataluña y que se hace en castellano, puesto que su objetivo es que los españoles conozcan el pensamiento catalán. Ese mismo año aparece Soledades. Galerías y otros poemas de Antonio Machado y lo reseña Carné en Cataluña. Sin embargo, si miras la bibliografía de Machado, esa reseña no la encontrarás. Algo parecido pasaba con Juan Ramón Jiménez o con Azorín: en las bibliografías se citaba todo lo que se había escrito, a excepción de lo que había escrito, por ejemplo, Maragall. Evidentemente, como decía, no todos prescindían de estos textos. Joaquim Molas no lo hacía como tampoco lo hacía mi maestro, Antonio Vilanova.
–En su ensayo hace hincapié en el papel de la crítica en la creación y consolidación de relaciones entre los distintos campos intelectuales.
–Si yo tengo que recomendar una lectura crítica de una de las obras capitales del XIX como es Madame Bovary. Siempre recomendaré la reseña crítica que hizo Charles Baudelaire. Es decir, un contemporáneo. Lo que quiero decir con esto es que el papel de la crítica es un papel ancilar e imprescindible para la creación y, sobre todo, a partir de a mediados del siglo XX con la Estética de la Recepción y el concepto del horizonte de expectativas. Esto es indiscutible, pero, además, está el hecho de que, a menudo, el novelista es crítico y teórico; piensa en Henry James o en Zola, que tiene, incluso, un modelo de producción, un modelo de cómo debe escribirse una novela. A partir de unas determinadas ideas, los escritores-críticos leen otras novelas. Esto lo hicieron en España autores como Clarín, Pardo Bazán, Unamuno…
–¿Y el papel instrumental de la crítica está relacionado con el gran protagonismo de las revistas?
–Para estudiar la literatura del siglo XIX en la Península, que se escribe principalmente en tres lenguas, en castellano, en catalán y, subsidiariamente, en gallego, tú no puedes fijarte solamente en la crítica de Madrid. Tienes que fijarte en toda la recepción crítica, incluso con independencia del idioma. Y, como tú dices, la crítica se suele hacer en revistas, en empresas culturales y, por tanto, es necesario tener en cuenta no solo a las revistas por sí solas, sino también a los editores, a los traductores… No se puede atender solo a la creación, hay que atender a la creación y a la crítica, pero esto no es un descubrimiento mío.
–Una figura clave dentro de la crítica catalana fue Alexandre Plana.
–Sí, es un personaje fundamental. Plana es, en la primera década del XX, el mejor crítico español y, sin embargo, no sale en ninguna historia de la crítica, bueno, quizás ahora sí; el problema es que los filólogos tendemos a no leernos.
–¿No?
–No. Yo que me he pasado quince años defendiendo que no se podía hablar de naturalismo español como tampoco de renacimiento español, en cuanto “renacimiento” es un concepto más global y el naturalismo es una escuela francesa, me encuentro que voy a un congreso, repito esta idea y, al día siguiente, alguien sale hablando del naturalismo español y nadie lo discute. Por tanto, los congresos son relativamente inútiles. Lleva Rosa Navarro diciendo que el autor de El Lazarillo es Alfonso de Valdés y nadie se lo ha discutido; sí, por los pasillos se comenta, pero nadie se lo ha discutido científicamente. Pero, volviendo a Plana, sí que hay algunos compañeros que lo mencionan, pues, como te decía, él cambió el canon entre el modernismo y el noucentisme al publicar la antología de 1914.
Lo que no se suele saber es que, en ese mismo periodico, Plana se escribía con Unamuno, reseña Niebla nada más publicarse. Cuando se publica la tercera edición de Niebla, Unamuno afirma que el único que había entendido la novela es el crítico Alexandre Plana. A Plana le dan en La Vanguardia una sección, Las ideas y el libro, para que haga crítica literaria, donde se ocupó muchísimo de la literatura española de entonces. Por tanto, ¿cómo se va a prescindir del estudio de la crítica? Es imprescindible para comprender la creación. Si lees a Planas te sorprenderás de cómo entiende a Unamuno, a Baroja, a Gabriel Miró, a Ortega, a Juan Ramón, a Valle-Inclán.
–¿El legado de Plana se perpetúa?
–Sí. Por ejemplo, si miras la literatura española de los años cincuenta, te encontrarás que los dos mejores críticos escribían desde Barcelona. Uno es mi maestro, Antonio Vilanova, y el otro es Castellet. Si tú miras las reseñas de La Colmena, de El Jarama o de Entre visillos verás dónde fueron escritas las primeras que se publicaron. Con esto está dicho todo. Retomando tú pregunta sobre la importancia de la crítica, la metodología ayuda a entender la historia de la literatura de una manera más compleja. En una carta Flaubert confiesa que las obras de arte no caen como los meteoritos del cielo, pues necesitan de un editor, necesitan de la crítica y de todo un circuito muy amplio.
–Las últimas figuras-puente que usted estudia son Pla y Cela. ¿Podríamos decir que Gimferrer sería otro nombre a añadir? ¿Qué otras figuras-puente destacaría?
–Bueno, yo a Pere Gimferrer lo conozco desde hace años y conozco bien su obra. Además, cuando era joven, fui lector de Seix Barral y Gimferrer me daba manuscritos para leer. Me parece, efectivamente, una de las personas-puente, como también lo puede ser Carme Riera o Juan Marsé, al que considero un novelista fundamental de la literatura española de finales del siglo XX y cuyo universo es barcelonés. En la crítica literaria, puesto que los medios son tantísimos, es un poco difícil seguir esos mecanismos de los que he hablado antes, sin embargo, creo que, en tanto director del suplemento cultural de La Vanguardia, Sergio Vila-Sanjuán ejerce también un papel de puente. Con él, de quien soy amigo desde hace años, hemos intentado construir puentes, reivindicando no solo escritores españoles, sino también hispanoamericanos. ¿Tú puedes ocultar a Alexandre Plana? Sí. ¿Tú puedes ocultar lo que escribía Castellet? Sí, pero ahora, con los medios de comunicación que tenemos y con Google, es imposible ocultar nada: si un crítico, por ejemplo, en Faro de Vigo, ha escrito algo sobre una novela que acaba de salir y, con el tiempo, sigue escribiendo, tú puedes seguir perfectamente su trayectoria.
–Con el boom, Barcelona se convirtió en capital de las relaciones con Hispanoamérica. ¿Se ha perdido parte de esa relación?
–Barcelona ha olvidado su relación con Hispanoamérica y se le han hecho judiadas a algunos escritores y pensadores. Yo no tengo ninguna duda de que las calles deben recobrar su toponimia, pero prescindir de la calle Marcelino Menéndez Pelayo es un disparate. Menéndez Pelayo quería más a Cataluña que Galdós o Clarín y estos dos últimos sí que tienen su calle en el barrio de Gracia. Yo estoy absolutamente convencido de que sin Cataluña no puedo tener la idea que tengo de España; en mi idea de España, en la tradición krausista y liberal que encarnan nombres como Fernando de los Ríos o Julián Besteiro, creo que lo ideal sería un federalismo con algunas asimetrías, no respecto de los ciudadanos, sino respecto de los territorios.
–En esta idea de federalismo, Gaziel es un nombre clave.
–Sí, es una figura fundamental. El libro de artículos procedentes de La Vanguardia que editó Jordi Amat es magnífico, las memorias de Gaziel son también magníficas. Junto a Gaziel, hay otro nombre que conviene estudiar, Joan Estelrich, ambas son también figuras-puente. Al hablar de un federalismo con algunas asimetrías, me refiero a que no puede ser equivalente la naturaleza federal de León-Zamora y Salamanca a la de Lleida-Barcelona-Girona-Tarragona. Lo que no me gusta nada es el nacionalismo excluyente; si es admisible un nacionalismo, éste debe ser a la francesa, porque si hay una ciudad polifónica es París.
–Y si hay un país nacionalista y centralizado es Francia.
–Sí, pero en la selección nacional de fútbol, así como en la de rugby, juegan todos. Lo que me parece nocivo para Barcelona y para Cataluña es ampararse en un nacionalismo excluyente y no vale decir que en Madrid son más nacionalistas, porque, si así fuera, deben corregirse también. Entrar en esta dialéctica es nocivo para una ciudad, Barcelona, que ha sido la capital cultural de España desde finales del XIX. Un par de ejemplos: durante la República, en La Vanguardia, encontramos un crítico literario y novelista llamado Benjamín Jarnés y te encuentras también con el semanario Mirador, que da cuenta de quién es Schöenberg, de cómo se repone El caballero de Olmedo, de cómo estrena sus obras García Lorca, de cómo visita Barcelona Valle-Inclán.
Hay que acentuar la polifonía, hay que acentuar el poliedro, porque la realidad no tiene una sola cara, no tiene una sola lengua, no tiene una sola música… Mi hijo me descubrió la cantante francesa Zaz, que canta casi siempre en francés y a través de sus canciones defiende la multiculturalidad. Cuando actuó, por segunda vez, en Barcelona el 24 de julio del 2015 yo escribí sobre el espectáculo: una maravilla de voz, música y mensaje. ¿Por qué te hablo de Zaz? Porque me pareció fascinante lo que propone: la vida es lo único grande y merece ser vivida desde el respeto al otro, desde el territorio de la otredad (lo decía Antonio Machado).
–Usted ha sido decano de la facultad de Filología. Me gustaría preguntarle su opinión sobre los casos de corrupción y enchufismo en los másteres de la Universidad Juan Carlos I.
–Seguro que hay más de un factor y seguro que alguno puede darse en otra universidad pública, pero, en líneas generales, lo que sucedió en la Juan Carlos I es lo siguiente: con la aprobación de la Constitución se abrió la posibilidad de que los gobiernos autónomos crearan universidades públicas. El primer gobierno que lo hace es la Generalitat, que crea la Pompeu Fabra, que es una universidad pública en la que se ponen más recursos de los que se ponen en la Universidad de Barcelona como, en su momento, se pusieron más recursos en la Autónoma. Vista la experiencia de Convergència i Unió y la Pompeu, en Madrid, donde gobernaban los socialistas, la Comunidad creó la Carlos III y Peces Barba fue su primer rector, un intelectual del PSOE. Lo mismo pasó en Sevilla con la Pablo de Olavide. En esta situación, ¿Quién se quedó sin universidad? El PP. Entonces decide crear la Rey Juan Carlos y a mí –recuerda que un rector tuvo que dimitir por plagio– me parece una universidad un tanto atípica. Una universidad demasiado ligada a la atmósfera política del PP de la Comunidad de Madrid.
–Creó un master en financiación de comunidades autónomas.
–Exacto. Esto es así, pero volviendo a lo que te comentaba antes: por mucho que crea en la polifonía, prefiero que las universidades públicas, con las transferencias que sean, pertenezcan al mismo colectivo: el Estado. A mí me sabía mal pensar que un profesor de la Pompeu Fabra tenía lo que no tenía un profesor de la Universidad de Barcelona, no me gustaba esta diferenciación que, en parte, y pienso en mi tierra, es resultado de la excesiva proliferación de universidades. Que el político de turno y/o su partido decidía por conveniencia dónde poner una universidad nueva.
–Y luego está el tema de los másters y su proliferación.
–Los másters fueron estudios de prestigio hace 25-30 años, sobre todo si los másters se hacían en Harvard, en Columbia, en Yale, en la Sorbona… Pero se han creado tal cantidad de másters, se han cosificado y mercantilizado de tal manera que no me extraña que sean terreno propicio para las irregularidades. De lo que no tengo duda es que me ha parecido algo penoso el papel del actual rector de la Juan Carlos I, pues creo que tenía que haber dimitido, porque es el responsable último. Además, lo que ha pasado no ha sido con una alumna con un trabajo cualquiera, sino que ha pasado con la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid.
–Usted está preparando la biografía de Cela, ¿hay ya fecha para que vea la luz?
Yo empecé a trabajar en serio en el 2004 y tenía la idea de terminarla en el 2010, pero las cosas se fueron complicando por muchos motivos, en primer lugar, por falta de tiempo. Además, en el 2004/2005 yo conocía la existencia de un determinado número de materiales, pero, luego, estos materiales se multiplicaron por diez y por veinte. En estos años he ido publicando distintos trabajos, como Variaciones Cela, que es este librito que acabo de hacer y en el que recojo material del Cela pintor, del Cela actor de cine, del Cela viajero… En estos años han pasado muchas cosas y algunas de ellas afectan directamente a piezas esenciales de la obra de Cela.
Por ejemplo: los manuscritos de La Colmena estaban todos en Padrón y los habían estudiado con rigor varios profesores, entre ellos, Darío Villanueva. El manuscrito de La Colmena se presentó ante la censura el 7 de enero de 1946, pero yo estaba convencido de que ese manuscrito que estaba apoyado por Ediciones del Zodiaco no estaba en ninguna parte, pero no tenía suficientes argumentos para demostrarlo. En 2014, alguien legó a la Biblioteca Nacional un manuscrito de La Colmena y era el manuscrito que había preparado Cela junto a Ediciones del Zodiaco y a Carlos Fernando Maristany. De repente, todo casaba. Yo pensaba que en 1945 Cela había venido a Barcelona invitado por los falangistas, pero no, vino especialmente porque tenía que cerrar con Maristany el contrato de La Colmena y vino con las 1000 pesetas que le había pagado el editor para el viaje.
–¿Y qué se descubrió gracias a la aparición de ese manuscrito?
–La Colmena iba a ser una trilogía o una tetralogía, pero no fue nada de esto. Lo que me llamó la atención del manuscrito es la gran cantidad de lesbianismo que había. ¿Qué hipótesis manejé? Yo creo que estaba hecho a propósito para que la censura se fijara en estas escenas y tachara los pasajes correspondientes, pero la censura eclesiástica se llevó esto y mucho más. En consecuencia, el proyecto quedó varado ahí hasta que se publica en la Argentina de Perón en 1951, cuando Maristany ya había cerrado la editorial. Pero, después de esto, venía otra cuestión: existe el manuscrito de Un marino mercante, una novela que a Cela ya le habían pagado y que estaba escribiendo en 1944.
La pregunta es por qué deja este proyecto y comienza La Colmena. La respuesta a esta pregunta es la siguiente: la crítica y, en concreto, tres críticas. Sí, él comienza La Colmena tras leer tres críticas: la primera es de Torrente Ballestar y en ella éste le dice a Cela que le parece muy bien cómo recrea a los clásicos, pero que cree que lo que debe hacer es escribir una novela sobre la vida contemporánea. La segunda es de González Ruano, quien le dice exactamente lo mismo y la tercera es de Ignaci Agustí, que, una vez más, le repite lo mismo que ya le han dicho los otros dos. Ahí está la clave.
–¿Quién donó el manuscrito a la Biblioteca Nacional?
–El manuscrito fue donado por la hija de Noel Salamon. Lo había encontrado en una casa de campo que querían vender, pero ¿cómo llegó hasta esa casa? ¿Por qué Cela nunca lo reclamó? Como puedes ver, es muy complicado poder terminar la biografía, siempre hay interrogantes.
–Si bien la sentencia fue clara y lo absolvieron, ¿hay todavía cuestiones por dilucidar por lo que se refiere a la acusación de plagio que recibió Cela y que le llevó a los tribunales?
–Yo lo que no entiendo es porque la denunciante y su hijo abogado no querían que quien cotejara los textos fuera un especialista en Cela. Todo lo que no es creación adánica (que no la hay) tiene algo de tradición o plagio, pero ¿qué ocurrió ahí? Bueno, es sabido que Cela pudo ganar el primer Planeta, pero se cabreó con Lara Hernández y no se presentó, pero tiene su lógica que, tiempo después, se lo volvieran a proponer. Es innegable que el estilo y los recursos literarios de La cruz de San Andrés son de Cela
–Lo que sí se sabe es que tanto Carmen Balcells como Lara Bosch declararon en el juicio, así que se podría pensar que ese premio fue concedido antes de que hubiera libro.
–El día de la presentación en Barcelona de Madera de Boj, Cela dijo: “Sotelo es peligroso porque conoce mi obra mejor que yo”. En efecto, como conozco muy bien su obra sé que mientras que hablaba de que iba a escribir Madera de Boj, su última novela, y del que tenía que ser el último tomo de sus memorias, Turno de réplica, que no llegó a escribir, apenas hizo referencias a La cruz de San Andrés. Con esto no quiero decir más que esta novela es atípica. Luego está la política de premios de las editoriales. Mira, te enseño... [se levanta coge un manuscrito y lo apoya sobre la mesa de su despacho]. Este es un manuscrito del que solo existen dos copias, esta y otra que he dejado en la fundación. Este manuscrito se titula Días felices en Mallorca. Conversaciones con Cela, Henry Miller, Américo Castro. El autor es Sergio Vilar, que fue secretario de Cela. Yo leía para la editorial Destino cuando el editor era Andreu Teixidor y este manuscrito llegó en 1992; yo lo leí y dije que para publicarlo había que consultarlo con Cela y, por lo que yo sé, se consultó y finalmente el manuscrito no se publicó. En 2005 o 2006 localicé a la hermana de Vilar, que tenía este manuscrito y lo puso a mi disposición. Yo he publicado en la revista El Extramundi algún fragmento. Desde hace tiempo, me pregunto, ¿qué hago? ¿lo editamos o no lo editamos?
–Me da la impresión de que es un texto que no dejará indiferente.
–En algunos casos puede ser una auténtica bomba. Si en sus memorias Caballero Bonald dice que tenía relaciones íntimas con Charo Conde, aquí Vilar dice muchas más cosas; pero por ahora no lo he hecho, porque lo que quiero es trabajar sobre datos contrastados y verificables, y aún así los quehaceres del biógrafo están salpicados de insatisfacciones.