Las posesiones de Llucia Ramis
La última novela de la escritora mallorquina destaca por su honestidad y rigor expresivo
27 mayo, 2018 00:00El éxito literario de Llucia Ramis, ya afirmado después de tres novelas logradas, la última de las cuales ha sido premiada con el Herralde de literatura en catalán, tiene que ver con un momento de gozne entre la ficción "pura", que algunos consideran terreno perdido ya para la literatura, porque se han apoderado de él de forma avasalladora e indiscutible otros lenguajes --como el periodismo, el cine o la televisión--, pero que otros vindican como el verdadero espacio de la libertad creativa, y la autoficción, que algunos consideran que responde a una simple debilidad de la imaginación, cuando no a mero exhibicionismo en busca de la baja curiosidad del público, mientras que otros valoran el a priori de autenticidad supuesta o no del narrador que sin renunciar a todos los recursos novelescos cuenta su propia experiencia, como humilde portavoz de ella pero sin renunciar por ello a emitir a emitir desde ella un juicio general sobre la sociedad local o sobre la condición humana en general.
De verdad que ignoro cuál de estas dos posiciones es mejor, las dos me tientan. Entiendo perfectamente la dificultad de escribir "la marquesa salió a las cinco en punto", pero también es arduo decir "si estás aquí, espíritu, ¡manifiéstate!", y mira que estas frases han dado placer. Lo autobiográfico o confesional, incluso en sus aspectos más embarazosos, es perceptible hasta en Proust o en Mann. Como Léautaud, Pla consideraba la ficción pueril. Claro que él también era un inmaduro en muchos aspectos. La posición apolínea de Tolstoi parece inalcanzable, tan remota como Homero. A lo mejor la validez o el fiasco de una teoría de la novela sólo depende del talento de cada autor.
Es cierto, es indudable, que el marchamo de lo confesional suspende mejor la incredulidad de un lector cuya candidez ya ha sido muy estragada por la conciencia de que todo lo que se le dice, todo lo que oye, ya no sólo en el terreno de la literatura sino también en la religión, la política, la economía, es mentira. Quizá sólo resuelva esta disyuntiva una rigurosa teoría del "yo", o de la inexistencia del "yo", que por ahora me veo incapaz de formular. Pues el yo me parece tan evanescente como el ser para los discípulos de Heráclito, que decían "ello es y no es", igual que las canciones del folclore mallorquín a menudo comienzan diciendo "allò era i no era". Son cosas que me sugieren las lecturas de libros como el de Llucia Ramis Les possesions, autora que de vez en cuando para que no creas que va de melancólica escribe:
--Em fa tanta pena que pensis així i siguis tan malparlada...
--Sí, papà, ja ho sé, que et faig pena. Faig pena des que vaig néixer! --crido abans de sortir de casa amb un cop de porta.
Esa supuesta modestia o narcisismo de contar su propia historia es el motor que le ayuda a encontrar petróleo más allá del espejo. Hablo de una novela que impresiona al lector, que retrata con precisión estos momentos que tan bien conoce de descrédito del pasado y angustia ante el porvenir, de carencia de proyecto colectivo, de conciencia de la incomprensible levedad de los afectos, de la levedad pavorosa de nuestras posesiones. La locura del padre, la histeria de la hija, el aislamiento invencible del prójimo, irreductible al amor. Instantáneas de la época actual sin otra pretensión abstracta que la honestidad y el rigor expresivo. Aquí no se ve infatuación alguna, cada escena es pura literatura de lo real entre Barcelona y Palma de Mallorca, con mención específica a los aeropuertos, y a los amores y su estupor, y el juego sólo está en la alegría de narrar lo difícil y de ir descubriendo mientras lo haces que puedes hacerlo. No sólo el tono impaciente sino algunas escenas son inolvidables, como ya sucedía con otras novelas de Ramis. Y eso --una escena que no se olvida, unas imágenes que no se borran de la memoria así como así, y que vuelven cuando casualmente ves en la estantería el lomo del libro entre los demás, a lo mejor una frase o sólo una atmósfera-- es lo que queda luego de la lectura de cualquier novela. Ésta es estupenda, certera.