El cadáver de Franco
El año que murió Franco: la 'traca final' de los fusilamientos, la Marcha Verde y el cruel ‘yernísimo’
El periodista Miguel Ángel Aguilar explica en 'No había costumbre' todo lo que sucedió en España a lo largo de 1975, con una sutil ironía, pegado a los hechos, y que deja en el lector de hoy y en los más veteranos la sensación de que el país ha experimentado un salto de siglos, más que los 50 años transcurridos
“La lógica era tribal, brutal”. El personaje tomado en serio. Datos, y un frío análisis que sirve, precisamente, para llevar al lector a un momento histórico clave, con toda la atmósfera inquietante y pavorosa de la España de 1975.
La fecha es el 20 de noviembre. Muere Francisco Franco, el caudillo, el dictador. Y todo acaba como se inició. Con esa “lógica”, la de un militar que nunca aspiró a otra cosa: “La lógica era tribal, brutal. Era la interpretación del poder en su forma más desnuda, más primitiva. Franco no era un ideólogo. Ni siquiera un gran estratega. Era un hombre obsesionado con una sola cosa: perpetuarse en el poder. Era su afición, su hobby, su vocación real. Lo demás –Dios, Patria, Imperio-- eran adornos”.
Esas son frases del periodista Miguel Ángel Aguilar, una de las grandes firmas del periodismo español, que acaba de publicar No había costumbre, crónica de la muerte de Franco (Ladera Norte), un libro no muy extenso --146 páginas-- que ofrece luz a la última etapa del dictador, con ironía y distancia, con compromiso y reflexión. El periodista trabaja en ese año en el semanario Posible. Y lo que cuenta es lo que él mismo vivió.
Para los más jóvenes supondrá una especie de manual. Para los mayores será el libro con el que recuerden hechos que parecen sepultados de por vida. Pero hace sólo 50 años, o nada más y nada menos que medio siglo. En la vida de un hombre es un tiempo considerable, pero también abarcable. La España de 1975 responde a un país de otro mundo. El salto alcanzado es poco imaginable para todos aquellos españoles que vivieron con temor y esperanza la muerte de Franco.
Asesinar, siempre
Porque lo que hubo es miedo. No se sabía qué podía suceder, aunque se había vivido una cierta apertura en los años anteriores. Sin embargo, todo acabó como se había iniciado: asesinando.
El instinto asesino es una de las cuestiones que destaca Aguilar. En la recta final de su vida el régimen fusila a cinco personas, tres miembros del FRAP y dos de ETA, pese a toda la presión internacional. No hay clemencia.
Miguel Ángel Aguilar, fiel estudioso de los códigos militares y de la legislación, puntilloso hasta el extremo, insiste en que el régimen está obligado a dar publicidad en el momento en el que fusila a esos cinco condenados.
E intenta, junto con otros compañeros periodistas, estar presente en el acto. Se le niega a la prensa esa posibilidad, pero Aguilar viaja hasta el polígono de tiro El Palancar, al norte de Madrid, en el municipio de Hoyo de Manzanares. Escucha los disparos y con sus compañeros asiste, ya en el cementerio de la localidad, a la entrega de los cadáveres a los familiares, con ataúdes “mal claveteados, (que) dejaban entrever la indumentaria que llevaban los reos (…), y se veían los orificios de entrada de las balas”.
Aguilar admite: “Recuerdo esa imagen ahora, cincuenta años después, y tengo la misma sensación de tristeza y desolación”.
Portada del libro de Miguel Ángel Aguilar
No se podía esperar otra cosa de Franco. La anécdota, que es categoría, la destaca el periodista. Y es que Franco, antes de que todo sucediera, había dado muestras de su talante.
Recién llegado al mando de la Primera Bandera de la Legión, le escribió a Millán-Astray pidiéndole instrucciones sobre cómo proceder para fusilar a un legionario. Millán-Astray le dice que no puede fusilar a un legionario, así como así. Hay códigos, también entre los indeseables. Sólo se puede matar a un desertor cuando está en combate abierto contra el enemigo.
Franco, de hecho, ya lo había asesinado. Y sólo quería saber cómo cubría el expediente. ¿El motivo? El legionario le había arrojado el rancho a la cara de un oficial, con el claro mensaje de que aquello era incomible. Franco hizo desfilar a la bandera de la Legión ante el cadáver.
En la Guerra de África, durante la Guerra Civil, en la posguerra, y antes de morir, en 1975, actuaba de la misma forma.
Sin deuda con el Ejército
Aguilar repasa aquel año. Da cuenta del descubrimiento por parte de la prensa de que el dictador sufre de una flebitis, de la influencia de la Revolución de los Claveles en Portugal, con los militares de la UMD que pretenden algo parecido, de la Marcha Verde y de los últimos días de agonía de Franco, provocados por el ‘yernísimo’, el Marqués de Villaverde, Cristóbal Martínez-Bordiú, que trató de alargar la vida del dictador como fuera, enfrentándose con el médico de toda la vida del Generalísimo, Vicente Gil.
Sobre los militares que trataron de democratizar el Ejército, encuadrados en la UMD, Unión Militar Democrática, Aguilar sostiene una posición firme que lleva a una profunda reflexión, después de narrar que éstos fueron represaliados por el régimen. “Para España el fenómeno de la UMD permitió que desde el interior de las Fuerzas Armadas se recuperara su imagen, pero también que la democracia española no contrajera deuda alguna con los militares por habernos traído la democracia. Al revés. Fueron los militares los que quedaron en deuda con la democracia, que les proporcionó mejor dotación de armamento, mejor adiestramiento, mejor preparación, mejores sueldos y mayor relieve social”. Es decir, en España “la democracia no la trajeron los militares”, una cuestión que sí sucedió en Portugal.
El periodista Miguel Ángel Aguilar
La Marcha Verde es muy significativa. Medio siglo después, el Sáhara, que llegó a ser una provincia española más, sigue siendo una piedra en el zapato para los gobiernos españoles. El rey Hassan II, viendo la situación de debilidad del régimen, y con una operación muy bien diseñada desde hacía meses, ponía en marcha una operación con población civil, y también con la participación de militares en el seno de las masas, que llevó a las puertas del Sáhara Occidental, y que provocó la retirada del Ejército español. Aquellos militares, --algunos todavía viven—, sintieron una enorme vergüenza. Marruecos había ganado la partida, aunque hoy el futuro del pueblo saharaui todavía es incierto.
La traca que expone Aguilar se centra en esos fusilamientos. Se había ajusticiado en 1974, por el “ignominioso procedimiento del garrote vil” a Salvador Puig Antich; y se había fusilado a Julián Grimau, algo antes, en 1963. Y en 1975 llegarían los fusilamientos de José Humberto Baena, Ramón García Sanz, José Luis Sánchez-Bravo, (los tres del FRAP) y Ángel Otaegui y Juan Paredes Manot, ‘txiki’, los dos miembros de ETA.
El 'búnker'
La propia muerte de Franco ya sería un esperpento. El yerno, Cristóbal Martínez-Bordiú, médico, decide llevar ‘un hospital’ a El Pardo, para controlarlo todo. Y al dictador se le somete a todo tipo de ‘torturas’ para alargarle la vida.
Muere en la madrugada del 20 de noviembre, aunque ya llevaba días con muerte cerebral. Todo obedecía a una estrategia, y es que debía durar hasta, por lo menos, el 26 de noviembre, fecha en la que se iba a renovar el nombramiento de Alejandro Rodríguez de Valcárcel. Era la figura clave, como presidente de las Cortes y presidente del Consejo del Reino, que podía pilotar la continuidad del régimen, con el rey Juan Carlos como jefe del Estado.
No sucedió. Y el rey Juan Carlos I designó en su lugar a Torcuato Fernández-Miranda, con quien desmontó, paso a paso, “de la ley a la ley” el régimen dictatorial.
Eso ya será otra historia. Miguel Ángel Aguilar se queda ahí, con ese título divertido: claro, no había costumbre de pasar de una dictadura a una democracia. No se sabía cómo podía acabar todo, una vez se produjera “el hecho biológico”, es decir, la muerte de un militar que sólo quiso, a toda costa, mantener el poder.
Para jóvenes y mayores, Aguilar incluye un glosario.
Y es que hay que saber, ya como cultura general y como ciudadano español, qué era el “búnker”, o que se entendía como “cruzada”, o qué significa aquello de ‘FELIPE’, o “el equipo médico habitual”.