La Rota de Felipe Benítez Reyes

La Rota de Felipe Benítez Reyes DANIEL ROSELL

Letras

Felipe Benítez Reyes y el reino de las fantasmagorías

El escritor gaditano regresa a la ficción con La gente, una finísima nouvelle coral en la que recrea la antigua memoria social de Rota –su pueblo–, reflexiona sobre la huella de los antecedentes familiares y aborda los espejismos de la identidad

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“Hace poco más de un mes murió mi madre. El cálculo del dolor nunca es exacto: lo imaginé menor. Nos toca desmontar su casa. ¿Hay algo más incomprensible que una casa ajena? Durante años fue también mi casa, la casa familiar, cuando éramos otros, los despreocupados con respecto a tantas cosas, incluido el futuro, pero hoy es un cúmulo de enseres que apenas mantienen relación entre sí (…) ¿Qué se hace con todo eso?”. 

Felipe Benítez Reyes (1960) sitúa este monólogo –atribuido a un personaje, Miguel Rancés Olivares, del que hablan sus familiares y conocidos, narradores fragmentarios de su estela después de muerto– en su última invención, La gente (Fundación Lara), con la que regresa al territorio de la novela un lustro después de La conspiración de los conspiranoicos (Renacimiento) y nueve años más tarde de El azar o viceversa (Destino)– pero no a la ficción, ya que en este tiempo reunió sus relatos íntegros en Los abracadabras (Renacimiento), incluyendo la última entrega –Por regiones fingidas– y reeditó La propiedad del paraíso (El Paseo), su cuarta obra narrativa. El autor gaditano no deja de escribir desde su feliz retiro (ma non troppo) en su pueblo, Rota, pero lo hace a su ritmo, con el buen gusto de siempre y con esa cadencia serena de quienes todavía conciben la literatura como un oficio de (señores) artesanos.

Los relatos de Benítez Reyes

Los relatos de Benítez Reyes DANIEL ROSELL

En esta ocasión arroja al mundo una nouvelle cuya discreta extensión es inversamente proporcional a su profundidad. No hacen falta muchas más páginas, desde luego, para cuajar una obra memorable. Benítez Reyes practica de nuevo la infravalorada cortesía de ceñirse a lo estrictamente necesario sin mermar por eso la perspicacia de su narrativa, que –igual que su poesía– busca la perfección propia de lo que es inmutable y, por tanto, capaz de perdurar en el tiempo. La gente no es una excepción, aunque diríamos que en este libro el elemento hedonista, presente en otros de sus títulos, caracterizados por un humor elegante y un discreto e inteligente ejercicio de la ironía, abre las puertas a una meditación –a través de personas interpuestas– sobre un tema más grave: el decurso del tiempo.

Su libro está montado como un collage de diversos personajes –los habitantes de Rota durante los años de la posguerra, con fugas previas en el tiempo– y funciona mediante una estructura abierta y con un mecanismo cervantino: la acumulación de escritos de procedencia y condición aparentemente dispar. Comienza con un prólogo, firmado por Alberto Márquez Rancés, sobrino-nieto del protagonista (que es un ser ausente, salvo cuando actúa como narrador de segundo grado).

'Los abracadabras'

'Los abracadabras' RENACIMIENTO

En él, tras despotricar acerca del recurso narrativo del manuscrito encontrado –“el más ineficiente y fullero” de todos los posibles, procede a presentar como tal este relato que hizo por escrito Miguel Rancés Olivares, un abogado solterón y poco hablador, obsesionado con dar cuerda a su colección de relojes de pared, fumador de cigarrillos Dunhills, con un inquietante parecido al “Truman Capote de las postrimerías”, pasado de peso y con mirada de batracio. Dejó estos bocetos entre sus papeles difuntos, donde se cifraron los entretenimientos privados de un hombre que, cuando no lucía melancólico en el casino, pasaba las tardes meridionales escribiendo en absoluto secreto “con una caligrafía de reminiscencias entre arábigas y barrocas, con trazos sinuosos y espigados”.

A continuación se adjunta, siguiendo las instrucciones de edición del finado, una crónica descriptiva de la Rota de los años de la escasez y el estraperlo, poblada por una sucesión de personajes que recuerdan a los que Cela incluyó en su Mazurca para dos muertos. Seres sin demasiada importancia, del común, hijos de la España provinciana, cada uno con sus particulares desgracias, sus recurrencias, sus manías y sus frustraciones. Unos fueron víctimas de aquel momento histórico, otros actuaron como verdugos de sus vecinos. Y el resto son como criaturas desgraciadas por el Levante, que es el viento que en Cádiz se asocia a la demencia cotidiana.

'La propiedad del paraíso'

'La propiedad del paraíso' EL PASEO EDITORIAL

Como coda, la novela se cierra –lo que leemos es una obra de cámara– con los apéndices: una nota del académico Vicente Ruiz de Lara que, como los doctos sabios de Argamasilla, pondera los escritos del narrador que ha pasado a mejor vida; tres poemas salidos de su mano –publicados en los años sesenta en la revista literaria Los lamentos de Apolo– y un colofón, obra de idéntica pluma, que dota de sentido a la colección íntegra de manuscritos sucesivos que dan cuerpo a la novela. En él se dice: “Los monstruos viven con nosotros, visten como nosotros, simulan acatar las convenciones y las leyes, camuflados en el desierto de la multitud. Algunos acaban siendo admirados por la plebe y condecorados por los oligarcas. A veces se les encumbra al sillón de los solemnes regidores. Ninguna señal los distingue, ningún estigma. El monstruo lo llevan dentro, y en ese antro ruge y malpiensa y trama. Sales a la calle y allí están. Y allí estás también tú, sin saber si eres uno de ellos para ellos”.

En apariencia, La gente, que es el título del manuscrito de Miguel Rancés Olivares donde se describe el paisanaje de esa Rota perdida, parece una novela sobre la memoria histórica, pero esta vez consumada desde una perspectiva artística. Puede leerse así porque su reflexión de fondo –los seres más inofensivos, en según qué circunstancias, pueden tornarse agresivos– lo facilita. Pero la maestría de Benítez Reyes, que es la misma que la de los mejores novelistas, consiste en sembrar de incertidumbre lo que, en este extraño mundo de los simples, aparenta ser demasiado nítido.

'La gente'

'La gente' FUNDACIÓN LARA

Porque tan monstruos pueden ser los seres del bestiarium que se retrata en este libro –Canito, el suicida; Andrés Machuca, latinista de provincias; Fernán Barroso, secretario municipal y cronista de la villa marítima; Herminio de la Lastra, antiguo alférez; o Eligio Rendón, empleado de seguros, tesorero de la cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Caída, perito en la frescura de las gambas y, durante los años de la contienda, voluntario de los pelotones de fusilamiento a cambio de un ascenso castrense o una recompensa fenicia– como el narrador ausente, ese Rancés Olivares que únicamente conocemos por lo que escribió y por lo que, después de su desaparición, los demás cuentan de él. Benítez Reyes, por supuesto, no desvela la exactitud de las impresiones que provoca su historia en el lector. Sugiere, a través de uno de los narradores –el sobrino-nieto–, que todos los tipos del pueblo son absolutamente reales, aunque también admite que esta afirmación es fruto de la memoria y que lo que se presenta como hechos ciertos también pudieran no serlo. Al fin y al cabo, cada hombre es una ficción para sí mismo y una suposición colosal para los demás.

Entre los personajes, como pasa en la realidad, existe un tapiz conjunto, “una genealogía colectiva que se establece y mantiene gracias al rumor, a una narratividad basada más o menos proporcionalmente en las conjeturas infundadas y en los hechos veraces”, de forma que esta novela (y también la memoria colectiva, antítesis de la verdadera historia) “no la escribe nadie y la escribimos todos”. Huyendo de la grandilocuencia, el novelista gaditano consigue en esta nouvelle de orfebrería sobre el rastro de su estirpe familiar, fundir en una misma aleación tanto el temblor emocional y el terror del pretérito como su inaudita banalidad. Sin darse importancia, sin levantar la voz, sin dar discursos. Sencillamente haciendo literatura con el teatro de guiñol del reino de las fantasmagorías.