El escritor francés Michel Houellebecq

El escritor francés Michel Houellebecq ANAGRAMA

Ideas

El mal francés se hace eterno

El incendio en Notre Dame, el ingreso en prisión de Sarkozy o el robo en el Louvre acentúan el declive de la República, sumida en una depresión por la imposibilidad de recuperar un papel central en el mundo desde el ámbito cultural

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El mapa moral de Francia se desmorona. Vive sobre el barro de las acciones y omisiones convertidas ahora en desilusión, siguiendo un orden mental reflejado antes en las ficciones estetizantes de escritores como Patrick Modiano y de otros actuales, como Michel Houellebecq, el explorador de la distopía. La tensión entre las instituciones y la calle se ha cronificado.

El Elíseo no ha resuelto el malestar económico de las clases medias empobrecidas por la inflación y los altos impuestos, que dieron lugar a la insurrección de las rotondas.

La República tampoco ha sabido contribuir a la aparición de un mito alternativo tras la decadencia de la rive gauche, la alta costura y la nouvelle vague, además de la ingeniería del Concorde, el TGV, el Mirage o las primeras centrales nucleares. En la escena política, la extrema derecha marcará los tiempos si cae, como está cantado, el primer ministro, Lecornu.

El poderío comercial y cultural son el pasado. El poder de hoy representa, pero no ejecuta. Y su fragilidad se manifiesta en mensajes compensatorios como el imperio de la ley, la integración imposible de la banlieue o la confianza intergeneracional.

Reacción asilvestrada

Hace años que las imágenes de la patria se desmoronan, corroídas por casos de inseguridad y corrupción. El incendio de Notre Dame, en 2019, el reciente encarcelamiento del expresidente Sarkozy en La Santé y el robo de las gemas napoleónicas en el Louvre son tres manifestaciones significativas de le déclin (el declive).

Los golpes más duros contra el poder llegan de la reacción asilvestrada. El agitador ultra Philippe de Villiers proclama que el Louvre fusiona la inseguridad y el declive. Por su parte, el presidente del Reagrupamiento Nacional (RN), Jordan Bardella, considera el robo como la “última humillación”.

Nicolas Sarkozy

Nicolas Sarkozy

La intermitencia de los gobiernos que nombra el presidente Macron incide en la piel de las ciudades y sus bulevares. La flojera de los recambios en el palacio de Matignon habla por sí sola: Gabriel Attal, Michel Barnier, François Bayrou y Sébastien Lecornu, en cuestión de meses.

Seguir la verdad

El malestar proyecta claroscuros sobre las gentes, personajes anónimos viviendo siempre la misma historia, un territorio borroso, una adicción. Ser francés ahora es estar triste.

Han regresado los extravíos, la euforia, las vacilaciones y amores del siglo pasado. En las calles de París, la capital onírica, se ven los ojos tristes de lluvia y niebla descritos por Patrick Modiano, en Los bulevares periféricos o en En el café de la juventud perdida; Anagrama.

La capital ya no quiere ser heterónoma; ha perdido la confianza en sus gestores y quiere desencadenar un nuevo proceso de autorregulación, una reconstrucción como la que pregonó el revolucionario Víctor Serge en 1946: “La obligación moral del ciudadano es seguir la verdad; el intelectual no tiene derecho a la ignorancia”.

Nos hace falta un nuevo Albert Camus, el pensador capaz de dudar incluso de sus propias ideas, dotado del coraje para denunciar la deshumanización de los dogmas; “un señor de izquierdas que hubiera sido de derechas de creer que los conservadores estaban en lo cierto” (escribió el peruano Julio Ramón Ribeyro).

Francia vive el efecto transparencia, el anhelo que desvela lo oculto. Y lo oculto, en las últimas décadas, es la dejadez en la seguridad institucional, hasta llegar al escándalo del robo en el Louvre, seguido por el descaro de la campaña publicitaria lanzada por la empresa que fabrica escaleras mecánicas como las del atraco, utilizando este eslogan: “Silenciosa como un susurro”.

Es un dardo al corazón del Elíseo, un poder hoy inconsistente que se toma a los gestores de la nación como si fueran anticuarios o profesores de historiografía romántica, cuando en realidad lo representan todo en una sociedad, como la francesa, creada a partir de su Estado.

El agitador ultra Philippe de Villiers

El agitador ultra Philippe de Villiers EUROPE 1

Más que un crimen, el suceso se percibe como un recordatorio de la fragilidad del patrimonio y del deber colectivo de preservarlo, porque el brillo de estas gemas es también historia.

Los franceses presumen del gran Jeu de Paume, templo del arte, situado en el interior del Jardín de las Tullerías y, por supuesto, de las joyas de la colección napoleónica en la Galería de Apolo del Louvre. Pero ¿quién es el guardián de las esencias?

El guardián protege el mapa del deseo y el gusto por la deriva, pero se mueve con indolencia. Jean Baudrillard llegó a proponer, en su momento, que los jóvenes de la Revolución se hicieran cargo de cautelar el arte, mientras que Jean Daniel habló de mejorar el modelo francés para evitar excesos.

Exigía escuela republicana, laicidad, reclutamiento en el ejército, sindicatos integradores y la ausencia de guetos étnicos, todo ello combinado con la primacía del idioma y la cultura francesa respecto a las de los países de origen de los inmigrantes.

Fueron el blando y el duro; el primero no es consciente de que la confianza conduce a la cámara de gas y el segundo es el salvapatrias.

La entrada del expresidente Sarkozy en la cárcel de La Santé, por haber financiado la campaña de 2007 con fondos de Muamar El Gadafi, ha conmovido a la mesocracia.

Absolutismo e Iglesia católica

Algunos de sus partidarios han afirmado su deseo de visitarlo en prisión, con un gesto que trasciende lo humanitario y quiere encajar con el ejemplo histórico de las caminatas de Jean-Jacques Rousseau hasta la antigua prisión de Vincennes para visitar al enciclopedista Denis Diderot.

Pero la sola comparación es un insulto a la inteligencia. La corrupción de Sarkozy no tiene nada que ver con el atropello a la libertad de opinión del pensador más denso de la Ilustración. El Camino de Vincennes no puede ser mancillado; solo su intento demuestra el momento del declive francés, una etapa a la que el ex ministro de Finanzas, Bruno Le Maire, bautizó en 2024 como el declinismo.

Buscando sus causas, Le Maire señaló al desprecio de las “estructuras intermedias causados por un presidente que se sintió Júpiter hasta que la calle se llenó de chalecos amarillos”. Por su parte, Daniel Cohen, expresidente de la Escuela de Economía de París, fallecido en 2023, achacó la fragilidad de Francia a las dos tradiciones que a su juicio han dominado el país: “el absolutismo y la iglesia católica”, en una sociedad en la que viven siete millones de musulmanes.

Marine Le Pen, líder del partido ultraderechista Agrupación Nacional

Marine Le Pen, líder del partido ultraderechista Agrupación Nacional A. Pérez Meca / Europa Press

Cuando, en 2019, se incendió la catedral de Notre Dame, la Francia católica reavivó el debate del cristianismo como base de las doctrinas políticas dominantes. Pierre Manent, politólogo y ex mano derecha de Raymond Aron en el College de France, denunció la defensa acérrima del cristianismo como “tendencia perversa” capaz de destruir la moral política: “si todos somos pecadores no habrá diferencia moral entre diferentes causas humanas”.

Llegar a fin de mes

En todo caso, el declive tiene tantas causas como autores. Francia se partió en dos durante la crisis de los chalecos amarillos en la que vimos a una ciudadanía -al 50% entre partidarios de Marine Le Pen y de Jean-Luc Mélenchon- llena de tangentes con el populismo tronado, que “detesta la autoridad y, sin embargo, la necesita para sentirse segura”, escribió Cohen.

Los manifestantes no eran, desde luego, los que viven en las grandes ciudades, viajan en avión o alta velocidad y se desplazan en metro, bici o patín eléctrico. La auténtica partición de Francia que no es entre izquierdas y derechas, sino entre los que tienen “conciencia ecológica del cercano fin del mundo y los que no llegan a fin de mes”, escribe Iñaki Gil en Arde París (Círculo de Tiza).

Unos y otros expresan el cinismo, el escepticismo y el agotamiento vital exprimido por Michel Houellebecq en su novela Aniquilación (Anagrama). La ficción vertiginosa de Houellebecq sitúa en el centro a Bruno Juge, un alter ego del citado ministro Le Maire y la novela, que resultará profética, acaba con un empate en las elecciones presidenciales previstas para el 2027.

Al final, es Macron o su imitación el que sale al balcón con la bandera de una Francia convertida en startup nation.