Jardines de estío (y VIII): Cnosos, navegando entre laberintos

Jardines de estío (y VIII): Cnosos, navegando entre laberintos FARRUQO

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Jardines de estío (VIII): Cnosos, navegando entre laberintos

Para llegar navegando a las puertas del Egeo es imprescindible atravesar el Tirreno, el Adriático o el Jónico y establecer enlaces en poblaciones que apenas recuerdan las estatuas de Praxíteles

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Creta es una tierra hermosa y fértil sobre el vinoso ponto rodeado de mar. Revela el lugar de Cnosos, la ciudad del laberinto de Ariadna, en el reino da Minos, el soberano que conversaba con el gran Zeus.

Para llegar navegando a las puertas del Egeo es imprescindible atravesar el Tirreno, el Adriático o el Jónico y establecer enlaces en poblaciones que apenas recuerdan las estatuas de Praxíteles. Al ver Creta por primera vez, Zbigniew Herbert, cuenta en El laberinto junto al mar (Acantilado), que alumbró la isla como un pedacito de roca flotante bajando del cielo como una deidad.

Los laberintos no siempre se encuentran en tierra mítica. Los actuales fondeadores del Mediterráneo a vela se detienen en Catanzaro, en la media planta del zapato italiano, ante un pulmón verde de sesenta hectáreas de vegetación, dos mil árboles y diez mil metros cuadrados de césped, una joya laberíntica en el llamado Parque de la Biodiversidad.

Más arriba, a orillas del Adriático veneciano, Franco María Ricci -diseñador, editor, coleccionista y bibliófilo- plantó doscientos mil bambús de cinco metros de altura, delimitando un recorrido de tres kilómetros, pensado para que los visitantes se pierdan antes de entrar en su interior.

Portada de 'El laberinto junto al mar'

Portada de 'El laberinto junto al mar'

En la isla veneciana de San Giorgio Maggiore, frente a la Plaza de San Marcos, se levanta la fastuosa Fundación Cini, antiguo hogar de los monjes benedictinos, donde el silencio y la paz eran ley.

Una paz que todavía habita los claustros convertidos en laberinto de la historia del arte, la música, el teatro y la ópera. El conjunto es un rizoma intrincado, dedicado a la revelación y a la vida perdurable.

Laberintos no descifrados

Por su parte, el Villa Pisani expone el diseño circular clásico inscrito en un trapezoide. Tiene un centro casi inalcanzable del que solo salieron sin mácula D’Annunzio y el cineasta Pasolini. El laberinto de Massone, en Fontanellato (en Parma en la Emilia-Romaña), está hecho enteramente de setos de bambú, creado en 2015 por Franco Maria Ricci.

Por su parte, el palazo Donnafugata (Ragusa) agranda la leyenda con retoques de siglo XIX; está cercado inusualmente por paredes de piedra blanca y adorna la residencia legendaria del barón Conrado Arezzo.

Los laberintos nunca serán descifrados. No hay rastros reconocibles de los laberintos tartésicos, la civilización que se extendió desde la actual Andalucía hasta el levante ibérico.

Los fenicios irrumpieron en aquel mundo mineral y extendieron su comercio desde Sicilia a Marsella pasando por Ampurias, confines del reino tartésico, “preparando el arco litoral, base de la que será la civilización de Occidente”, escribe Nicolás Rubió i Tudurí en Del paraíso al jardín latino (Tusquets).

El recorrido laberíntico sobre las olas y a pie, mochila al hombro, puede seguirse en Padua ante el Villa Barbarigo, uno de los laberintos más antiguos de la tierra, creado a mayor gloria del Dios Volsinii, descendiente de Vertumno, deidad de la vegetación, perteneciente a cultura etrusca dominada por Tinia, Uni y Minerva, a la que correspondería después la tríada romana, Júpiter, Marte y Quirino.

El origen del Nilo

En El misterio del laberinto, Italo Calvino ofrece una descripción irónica de los laberintos desaparecidos e innombrados, resumidos en una fábula del rey Clodoveo y su hija Verbena en la que la esperanza engendra el escepticismo. En todo laberinto hay una búsqueda de la fe porque lo imperfecto y humano fue eliminado, por el dogma, como en los casos Hallaj en Bagdad o Giordano Bruno en Roma.

El explorador Richard Francis Burton, por Rischgitz, en 1864

El explorador Richard Francis Burton, por Rischgitz, en 1864 WIKIPEDIA

En el Mediterráneo oriental, a tres mil metros de profundidad hay una planicie abismal submarina entre Turquía y Egipto que salpica el azul con altas montañas en las cordilleras del Tauro y del Líbano. Allí se han encontrados centenares de laberintos.

Los descubridores Burton y Speke, antes de darse cita en Petra o Benarés, buscaron el origen del Nilo en las africanas Montañas de la Luna. Livingstone buceó en todos los mares africanos y James Brooke, el llamado “leopardo de Sarawak” rastreaba laberintos en el Oriente cuando fue convertido en villano por Salgari en las novelas de Sandokan.

Bañada por el Mar de Libia, en la región egipcia de El Fayum, Richard Burton, el explorador victoriano, encontró la pirámide de Amenemhat III y el laberinto Hawara, el más grande del mundo, cubierto por completo de tierra negra.

Lugar triste, sin esperanza

Buscó infructuosamente la puerta de entrada en el misterioso jardín que un faraón sepultó para siempre. Y después de su intento fallido, el explorador confesó haber sentido el miedo atávico que hunde sus raíces en nuestro pasado ancestral (Los exploradores de la reina; Ed. Planeta).

Convencido de que la Peregrinación a la Meca era obligada para entender la fe musulmana, cruzó el Níger, remontó el Nilo hasta Dar Mahass y atravesó el Mar Rojo. Buscaba La Meca, pero encontró Medina.

Al acercarnos por mar a los farallones costeros de Creta, el laberinto de Cnosos duerme sin inquietarse porque en él “no habrá nunca una puerta” y no existen “el anverso y el reverso”, escribe Borges en su Elogio de la sombra.

El laberinto habitado por el hombre-toro abarcó tres mil años de historia de la antigüedad helénica; es un lugar triste, mezcla de angustia y esperanza, ante el que Teseo se negó a bailar la danza de las grullas, como ordenaba el precepto olímpico antes de entrar en el rizoma y matar al hombre-toro.

Sus senderos sin salida expresan la animalidad y la inocencia del destino atroz de la bestia que nació víctima de una unión horrenda y expía una culpa que jamás fue suya. Encerrado en los senderos sin retorno de Dédalo, el mito nos atrae y nos repele. Es el misterio de lo incomprensible, lo diferente, lo enajenado y lo enajenante.