
El desafío conservador ante el vacío político de la UE (1)
El desafío conservador ante el vacío político de la UE (1)
El ascenso de los populismos que usan símbolos del pasado autoritario pero tratan de dotar a su discurso político con una luz que rechace las tinieblas, contamina el presente de los partidos conservadores en Europa
El enemigo del conservadurismo es la penetración de los discursos de odio en el engranaje neoliberal. Ser conservador no es lo mismo que ser reaccionario, escribe con rigor Gregorio Luri en La imaginación conservadora (Ariel), glosando la paciencia socrática, como virtud del ciudadano corriente. A medida que la Comisión Europea pierde gobernanza, el extremismo ultra instala sus mensajes en el sistema y se protege bajo el paraguas constitucional de los países miembros.
Hoy, Italia es un buen banco de pruebas para ver como la disminución del odio en las declaraciones de Fratelli d’Italia es directamente proporcional a la vinculación de Melloni a la UE, que tantas veces criticó. En Francia ocurre otro tanto, con el actual sesgo europeísta de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen. Su devoción por la figura de Juana de Arco se ha ido apagando, hasta el punto de que la lideresa ha abandonado la barricada nacionalista para devenir una heroína conformada, más cercana a Lady Macbeth o a Lucía de Lammermoor.

Gregorio Luri
El panorama intergubernamental de Bruselas ha abierto la puerta a los partidos políticos europeos de la derecha dura con visiones restrictivas, pero instalados en el seno de la Unión. Europa vive bajo el síndrome de la República de Weimar; los países miembros están “conectados por medio de la tecnología, pero los 27 no disponen de un poder ejecutivo real”, en palabras de Robert Kaplan. Bruselas reina sobre un vacío que tratan de llenar los partidarios de las autocracias. Y eso es lo que trata de decirnos el Informe Draghi, al exigir una política fiscal mancomunada de los países del euro, como protección ante la incertidumbre y como frontera frente a los troyanos del Este y del Oeste.
Pero el euroescepticismo sigue avanzando. Rumanía está a punto de convertirse en un nuevo estado euroescéptico tras la victoria electoral en la primera vuelta del líder ultra, George Simion, que engrosara el listado de líderes contrarios al apoyo de Ucrania, junto al húngaro Viktor Orbán y el eslovaco Ribert Fico. No hay duda de que el ascenso del populismo contamina al conservadurismo. Además, la presencia de Trump y de Putin en el escenario internacional proyectan la sombra de la arbitrariedad del nuevo orden en el que Europa queda a expensas de una legitimidad impuesta. El reparto del pastel mundial puede no ser justo, pero es perfectamente aplicable en el marco actual de las democracias.
En Memorias de ultratumba (Acantilado), Chateaubriand fue muy claro al negar que el ser humano pudiese ser un constructor de sí mismo, sin la ayuda de la divinidad y, sobre este fundamento, condenó el desarraigo en el que, a su juicio, vivía inmersa la Francia del XIX. A pesar de ser un papista, Chateaubriand influyó en el movimiento postromántico alemán, marcado por la concepción eco-social de la redención calvinista; el somos todos un mismo cuerpo habitado por Jesucristo. El Reformismo teutón mantiene su presencia y resulta concomitante con la doctrina social de la Iglesia de León XIII (la encíclica Rerum novarum ), que ha vuelro con Francisco y que mantiene el actual pontífice León XIV).

'Memorias de ultratumba'
El español George Santayana, norteamericano de adopción, advirtió que, cuando chocan las placas tectónicas de la convivencia, las ideologías se quitan la máscara. El nazismo y el comunismo soviético, las distopías violentas del siglo XX, no han sido suplantadas ahora por el populismo. Los populismos de hoy utilizan símbolos del pasado autoritario, pero tratan de arrojar en su discurso una nueva luz que rechace sus tinieblas. El populismo nace en el corazón resentido de las nuevas élites, pero es consciente de que “la resistencia frente al fascismo es la narración fundacional de las democracias” (Antonio Scurati, en Fascismo y populismo.
Hoy, salen en ayuda del conservadurismo ilustrado voces singulares, como la del Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, con el libro Camino de libertad (Taurus) -un título que recuerda Camino de servidumbre de Friedrich Hayek- con un argumento sólido a favor de un capitalismo racional, en línea con el pensamiento de La acción humana, el opus magnum de Ludwig von Mises. En la actualidad, los seguidores de las dos grandes tendencias de la política económica de los últimos cien años -bienestar y mercado; keynesianismo y liberalismo; Cambridge y la Escuela Austríaca- hablan de la desinstitucionalización mundial y ambas combaten el peligro de la descomposición de las reglas del juego.
En este punto, el vínculo entre el neoliberalismo y la extrema derecha es un nudo a disolver por parte de las corrientes conservadoras ilustradas. Europa sigue siendo una construcción cuyos pilares son la “diversidad cultural, étnica, racial, religiosa, política y social” (Guillermo Altares en Una lección olvidada). A la hora de limpiar el autoritarismo del pasado, el canciller alemán, Friedrich Merz, ha rechazado al AfD como socio y lo sitúa cerca de la ilegalización.
La unidad del continente ha desplegado sus alas a lo largo de dos siglos. En el ochocientos, las ideas de Metternich, el canciller del Imperio Austríaco, fundamentaron un sistema diplomático conocido como el Concierto de Europa. Dos décadas más tarde, las revoluciones liberales arrasaban el continente y las islas. Fue el tiempo de Charles Maurras, agitador monárquico de L'Action Française, quien, si dejamos a parte su fascismo militante, podríamos emparentar con el conservadurismo duro de políticos como Bismark y con antecedentes brillantes como Benjamín Disraeli, primer ministro de la reina Victoria y protagonista de la expansión colonial, el Empire.

'Los ángeles que llevamos dentro'
Después de la Primera Guerra Mundial, el pensamiento conservador dejó de defender a los gobiernos monárquicos de centro-Europa y cayeron para siempre las casas reales de los Hohenzollern, Wittelsbach y Habsburgo. Pero el fin del Antiguo Régimen no garantizó los espacios de libertad. Parte de lo que un día fue liberal, hoy constituye el soporte neoliberal del populismo. A lo largo del tiempo, los objetivos conservadores han cimentado las instituciones internacionales, pero sus corrientes de fondo han mantenido el énfasis en la tradición y las estructuras sociales establecidas, dos cimientos utilizados hoy como pretextos culturales del populismo.
La división tradicional entre el campo y la ciudad, como reflejos conservador y cosmopolita respectivamente, dejó de ser válida hace años. Las redes sociales amplifican la psicología de las multitudes. El lenguaje terapéutico de la sociedad de masas rechaza la calle como espacio público primordial y convierte a las urbes en “cajas de zapatos” (Roger Scruton), que unifican centro y periferia. Lo urbano atrae a través de las pantallas. La web es la ciudad.
El mensaje abreviado del trumpismo europeo es una amenaza para las democracias, pero queda por saber si sus partidarios apuestan por la penetración geoestratégica real a través de la fuerza. El psicólogo cognitivo Steven Pinker, en su libro Los ángeles que llevamos dentro (Contextos), replicó a los partidarios del territorio conquistable -los casos actuales de Trump en Groenlandia o Putin en el Báltico, Ucrania y en las repúblicas siberianas- con la idea de que las guerras habían dejado de tener sentido, gracias a la educación laica y a la feminización del mundo. Desde luego que Ucrania y Gaza no le dan la razón, pero la calma tensa de la UE en momentos inciertos para la Defensa Común, parece certificar en parte del argumento de Pinker. La guerra global asalta al inconsciente colectivo, pero no está todavía sobre el tablero.