Micó: insomnios, literatura y canciones
La obra creativa del filólogo y traductor abarca la crítica literaria, el estudio de Góngora, la poesía y la canción junto a su compañera Marta Boldú
13 noviembre, 2020 00:00Antes de publicar La Comedia, Dante escribió en su Vida nueva que iba a decir de Beatriz “lo que nunca fue dicho de ninguna”; y lo cumplió, como deja claro la rigurosa traducción del gran humanista José María Micó, profesor de la Pompeu Fabra. Al entrar en la obra de Dante nos aventuramos en un camino de constantes reflexiones sobre una cotidianidad donde se juega metafóricamente al todo o nada (Cielo versus Infierno), como ocurre en nuestro siglo, permeable a la tragedia final, a partir de fenómenos como el populismo, el fin de la institucionalización del mundo, la nueva carrera armamentística o el choque cultural entre el Islam y el Occidente volteriano. No hay tanta distancia entre el 1300 y el 2020; entonces, las ciudades Estado del Mediterráneo (la Florencia de los Medici), en liza frente y a las antiguas Constantinopla o Alejandría, provocaron enormes migraciones y también el exilio del sommo poeta de la cristiandad.
Micó confiesa que ha vivido gracias a los escritores a los que ha dedicado sus estancias, noches y convalecencias. Acababa de traducir Orlando furioso, cuando optó por reunir en un libro, Clásicos vividos (Acantilado) a los escritores con los que había convivido intelectualmente durante muchos años: Ausiàs March, Ariosto, Petrarca, Jordi de Sant Jordi, Mateo Alemán, Cervantes, Rubén Darío, Juan Ramón o Eugenio Montale. Una lista en la que figura sobre el resto la luz de Góngora, exponente del culteranismo, a quien Micó dedicó uno de sus libros, Para entender a Góngora, en el que el catedrático de literatura analiza con especial atención los llamados poemas mayores: el Polifemo, origen de sus insomnios –"….en las purpúreas horas que es rosas el alba y rosicler el día…– y las Soledades, las famosas cuatro silvas que el poeta barroco y capellán de la corte dejó incompletas, además de mal comprendidas por los sabios de su tiempo. El famoso prebendado de la catedral de Córdoba no tenía copia ni de sus obras; aparecieron romanceros y fragmentos reunidos en el Manuscrito Chacón, el más creíble, copiado por encargo del conde-duque de Olivares, impulsor del Gran Memorial y valido de Felipe IV.
De Góngora a Rubén
Como poeta, Micó ha publicado La espera (Premio Hiperión, 1992), un libro adornado por “la limpia fe y la dócil fantasía / no bastarán para llenar la tumba/ de este hombre que gime y se derrumba/ que fue pasión y que será agonía”). Niquelado;y la escribió a los 19 años cumplidos. Mucho después llegarían Camino de ronda, Verdades y milongas o Primeras voluntades, libros en los que el autor da muestra del dominio que posee en incontables registros. En marzo de 2017 apareció Blanca y azul (poemas para cantar), donde se recogen las poesías que Micó escribe y musicaliza a la guitarra para la voz de su compañera, Marta.
En todo caso, la mejor contribución del Micó literato es la del conocedor. Se muestra nítidamente en la antología El oro de los siglos, una retrospectiva de la mejor producción poética del Siglo de Oro; un paseo por el Parnaso junto a Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Góngora, o Lope de Vega. Es en la crítica donde el profesor despliega su mirada más alta, con ejemplos vivos como su repaso al Modernismo ensimismado de las “ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda”, la versión concentracionaria de Rubén Darío sobre la hermandad hispanoamericana, como movimiento frente a la doctrina Monroe (América para los americanos), después del hundimiento del Maine en Cuba, nuestra última colonia. La poesía fue un atributo organoléptico de aquel nicaragüense fértil e inmarcesible: “Yo nunca aprendí a hacer versos; ello fue mi orgánico natural nacido”, en palabras del mismo Félix Rubén García Sarmiento, apodado Rubén Darío.
El autor de Salutación del optimista, exponente de la Hispanidad, una corriente a la que se unirían Unamuno y Maeztu, presentada en el Ateneo de Madrid bajo Segismundo Moret, eterno ministro de Ultramar, habló así de su función en la vida: “Juntar los esplendores de una idea con el cerco burilado de la combinación de letras……..hacer rosas artificiales que huelen a primavera”. Rubén significó, llanamente dicho, el talento, “genio de la lengua”, en palabras de Juan Ramón Jiménez, el emboscado de Moguer (Huelva), Premio Nobel y deudor del mismo Darío en Ninfeas y otros primeros títulos.
Corría el último tramo del ochocientos, cuando Rubén publicó Azul. Después, ya en el novecientos, llegarían Prosas profanas –“mi primavera plena”– y Cantos de vida y esperanzas –“las esencias de mi otoño”. En Prosas dejó su mejor sello en el poema Yo persigo una forma (“Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo / botón de pensamiento que busca ser la rosa / se anuncia con un beso que en mis labios se posa / al abrazo imposible de la Venus de Milo”). Rubén no inventa una poetización; se vale de la estructura estrófica de los cuartetos alejandrinos; los trufa para crear la atmósfera de la verdadera belleza rescatada de la perfección matemática de la rima. El gran bohemio, diplomático y dipsomaníaco situó la métrica más académica en la base de sus desbordes. Proclamó la ortodoxia para atropellarla después con el furor de un réprobo y convertirla en arte.
José María Micó, en Barcelona / LENA PRIETO
En el citado Clásicos vividos, la elección de Micó empieza por Jordi de Sant Jordi, el último trovador, seguido de Ausiàs March, el primer poeta. El Marqués de Santillana se inclina ante De Sant Jordi y le pide a Venus que admita al valenciano entre los grandes de la antigüedad. March, cumbre de la poesía penitencial, dio vida al Canto espiritual, inaugurando una tradición visible en Ramon Llull (Llibre d’ Amic e amat), en San Juan de la Cruz (Cántico espiritual) y en otros más cercanos, hasta llegar a Joan Maragall (El cant espiritual). Ausiàs March, señor de haciendas y caballero de desafíos y amoríos, resulta cabecera para el lector que, pasando por encima de fronteras idiomáticas, quiera conocer la fuente primigenia en lengua catalana de un tiempo en el que los trovadores se expresaban mayoritariamente en occitano (François Villon) o en la fabla arcaizante castellana.
La música
Los mejores versos se han creado al amparo de la música. Marta y Micó, un dúo formado por Marta Boldú y José María Micó, iniciaron su andadura musical en 2013 y desde entonces ofrecen un espectáculo singular en un ambiente íntimo, elegante y de intensas emociones, un diálogo a dos voces en el que suenan la poesía de José María Micó y la música que él mismo ha escrito como un traje a medida para cada poema con el propósito de dignificar mutuamente las dos artes, música y poesía.
El primer disco de Marta y Micó fue En una palabra, un homenaje a la sintaxis del tango, en el que les acompaña Marcelo Mercadante al bandoneón. Le han seguido otras grabaciones como Memoria del aire con blues, valses y otros ritmos, de la mano del productor Carles Campi y arreglos de Sebastián Merlin. Y la sorpresa monumental en este mismo disco: la colaboración especial de Joaquín Sabina con el tema Pájaro en mano, a la que el gran cantante añade una cita del dúo: “Marta y Micó, la gente que yo quiero, sombreros para mi alma de poeta”. Este mismo año de la pandemia Marta y Mico han sacado Mapa sobre sombras cotidianas, con boleros metafísicos, tangos, baladas, un son cubano y música pop.
La Comedia
El misterio de Beatriz radica en que fue un invento de Dante. La Comedia tiene tres protagonistas: Dante, el peregrino, su padre y conductor, Virgilio, y la enigmática figura de Beatriz, a la que el poeta eleva a “una eminencia extraordinaria en la jerarquía celestial” (Harold Bloom). Su poder canónico es el fruto de su genialidad, “nadie buscó con pasión tan intensa conocer todo lo conocible” (Benedetto Croce); su genio fue para él mismo más importante que todas las piedades de Agustín. El poeta perseguido en Florencia, su propia tierra, escribió La Comedia en la primavera del 1300 y antes de cumplir 35 años.
El viaje al Infierno, Purgatoria y Cielo dura una semana. “Virgilio lo conduce a través del Infierno y hasta las puertas del Purgatorio; Beatriz lo lleva desde el Edén hasta el Empíreo y San Bernardo lo asiste en la versión divina final”, escribe Micó en el prólogo de la obra del gran fideli d’amore. Dante no utilizó el latín de sus admirados Virgilio, Horacio y Lucano, sino el dialecto toscano, que el poeta florentino convirtió en la lengua italiana. No le bastaron el estilnovismo ni el uso literario de De vulgari eloquentia. Desmontó, por así decir, la sintaxis de la Edad Media, superó la fronteras de género. El autor de La Comedia levantó el predominio de la lengua nacional en Italia, como lo hicieron Shakespeare con el inglés o Cervantes con el castellano, varios siglos después; o como alcanzaron Goethe con el alemán y Victor Hugo con el francés, ya en el ochocientos.
George Santayana vio a una Beatriz símbolo platónico de la cristiandad. Pero la amada idealizada fue convertida en simple reflejo de la realidad por Jorge Luis Borges, quien se refiere al amor “desgraciado y supersticioso” del poeta “no correspondido” por Beatriz. Dante hubiese reaccionado con furia a esta interpretación; de hecho, ya lo hizo con su amigo y mentor Guido Cavalcanti -otro fideli d’Amore, pero menos atrevido- al que reprochó no unirse a la representación cristológica de Beatriz.
Dante mantuvo con Cavalcanti una relación similar a la que tuvo en su momento el primer Shakespeare con Christopher Marlowe, descrita como una influencia “mutua y angustiada”; nunca dudó de sí mismo; estaba dotado de un orgullo feroz; se presentó como un peregrino elegido, no como un cristiano caminando con humildad a la búsqueda de Dios. Su caso es la única vez que el orgullo intelectual resulta inmaculado, a los ojos del infértil pináculo gregoriano. Digamos que Dante se salvó por su enorme relevancia poética.
Edición de la Comedia de Dante de Micó / ACANTILADO
Dante conecta su tiempo con el mundo del siglo XXI por su resolución ante la duda. Cuando llega al Paraíso rompe los límites de la dificultad gracias a la terza rima. Resulta irrefutable, de forma similar a Las iluminaciones de La Meca del gran sufí andaluz, Iben Arabi, quien encontró a su amada Sofía , una Beatriz de Florencia, altar de lo sublime idealizado. Arabi, contemporáneo de Averroes y Maimónides, defendió que la epifanía de lo sagrado en la tierra se alcanza a través de la mística; en su extremo, fue un discípulo de la filosofía platónica. Pero, el poeta florentino busca una victoria en todos los frentes de la pugna religiosa: impone su hegemonía en el mismo templo de San Pedro, aun a costa de enfrentarse con la curia papal, como lo haría después Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.
El paisaje eterno de las bellas letras viaja a lomos de Micó. Él conecta estilos y autores por encima de los rigores de la cronología y de las fronteras lingüísticas; señala que los grandes románticos, Shelley y Byron, volvieron a Dante, cinco siglos después, en busca de la gran alegoría del florentino, donde descubrieron el erotismo divino. Micó recrea mundos de ficción muy diversos, como Gaula, Macondo o Comala, a través de sus creadores, desde el tiempo de la Caballería hasta García Márquez o Juan Rulfo. Cuando presenta su versión del último momento del Quijote, el profesor habla del mar que baña las playas de Barcelona, como un destino inevitable. Recurre a la fuente, Cervantes, soldado de los tercios, herido en Lepanto y cautivo en Argel, que un día descubre el mar como una sepultura en vida del caballero de la Triste Figura. El inventor de Alonso Quijano no lo dijo, pero dedicó su libro póstumo, Persiles, a la frontera entre la tierra y el agua.
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Antes de publicar La Comedia, Dante escribió en su Vida nueva que iba a decir de Beatriz “lo que nunca fue dicho de ninguna”; y lo cumplió, como deja claro la rigurosa traducción del gran humanista José María Micó, profesor de la Pompeu Fabra. Al entrar en la obra de Dante nos aventuramos en un camino de constantes reflexiones sobre una cotidianidad donde se juega metafóricamente al todo o nada (Cielo versus Infierno), como ocurre en nuestro siglo, permeable a la tragedia final, a partir de fenómenos como el populismo, el fin de la institucionalización del mundo, la nueva carrera armamentística o el choque cultural entre el Islam y el Occidente volteriano. No hay tanta distancia entre el 1300 y el 2020; entonces, las ciudades Estado del Mediterráneo (la Florencia de los Medici), en liza frente y a las antiguas Constantinopla o Alejandría, provocaron enormes migraciones y también el exilio del sommo poeta de la cristiandad.
Micó confiesa que ha vivido gracias a los escritores a los que ha dedicado sus estancias, noches y convalecencias. Acababa de traducir Orlando furioso, cuando optó por reunir en un libro, Clásicos vividos (Acantilado) a los escritores con los que había convivido intelectualmente durante muchos años: Ausiàs March, Ariosto, Petrarca, Jordi de Sant Jordi, Mateo Alemán, Cervantes, Rubén Darío, Juan Ramón o Eugenio Montale. Una lista en la que figura sobre el resto la luz de Góngora, exponente del culteranismo, a quien Micó dedicó uno de sus libros, Para entender a Góngora, en el que el catedrático de literatura analiza con especial atención los llamados poemas mayores: el Polifemo, origen de sus insomnios –"….en las purpúreas horas que es rosas el alba y rosicler el día…– y las Soledades, las famosas cuatro silvas que el poeta barroco y capellán de la corte dejó incompletas, además de mal comprendidas por los sabios de su tiempo. El famoso prebendado de la catedral de Córdoba no tenía copia ni de sus obras; aparecieron romanceros y fragmentos reunidos en el Manuscrito Chacón, el más creíble, copiado por encargo del conde-duque de Olivares, impulsor del Gran Memorial y valido de Felipe IV.
De Góngora a Rubén
Como poeta, Micó ha publicado La espera (Premio Hiperión, 1992), un libro adornado por “la limpia fe y la dócil fantasía / no bastarán para llenar la tumba/ de este hombre que gime y se derrumba/ que fue pasión y que será agonía”). Niquelado;y la escribió a los 19 años cumplidos. Mucho después llegarían Camino de ronda, Verdades y milongas o Primeras voluntades, libros en los que el autor da muestra del dominio que posee en incontables registros. En marzo de 2017 apareció Blanca y azul (poemas para cantar), donde se recogen las poesías que Micó escribe y musicaliza a la guitarra para la voz de su compañera, Marta.
En todo caso, la mejor contribución del Micó literato es la del conocedor. Se muestra nítidamente en la antología El oro de los siglos, una retrospectiva de la mejor producción poética del Siglo de Oro; un paseo por el Parnaso junto a Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Góngora, o Lope de Vega. Es en la crítica donde el profesor despliega su mirada más alta, con ejemplos vivos como su repaso al Modernismo ensimismado de las “ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda”, la versión concentracionaria de Rubén Darío sobre la hermandad hispanoamericana, como movimiento frente a la doctrina Monroe (América para los americanos), después del hundimiento del Maine en Cuba, nuestra última colonia. La poesía fue un atributo organoléptico de aquel nicaragüense fértil e inmarcesible: “Yo nunca aprendí a hacer versos; ello fue mi orgánico natural nacido”, en palabras del mismo Félix Rubén García Sarmiento, apodado Rubén Darío.
El autor de Salutación del optimista, exponente de la Hispanidad, una corriente a la que se unirían Unamuno y Maeztu, presentada en el Ateneo de Madrid bajo Segismundo Moret, eterno ministro de Ultramar, habló así de su función en la vida: “Juntar los esplendores de una idea con el cerco burilado de la combinación de letras……..hacer rosas artificiales que huelen a primavera”. Rubén significó, llanamente dicho, el talento, “genio de la lengua”, en palabras de Juan Ramón Jiménez, el emboscado de Moguer (Huelva), Premio Nobel y deudor del mismo Darío en Ninfeas y otros primeros títulos.
Corría el último tramo del ochocientos, cuando Rubén publicó Azul. Después, ya en el novecientos, llegarían Prosas profanas –“mi primavera plena”– y Cantos de vida y esperanzas –“las esencias de mi otoño”. En Prosas dejó su mejor sello en el poema Yo persigo una forma (“Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo / botón de pensamiento que busca ser la rosa / se anuncia con un beso que en mis labios se posa / al abrazo imposible de la Venus de Milo”). Rubén no inventa una poetización; se vale de la estructura estrófica de los cuartetos alejandrinos; los trufa para crear la atmósfera de la verdadera belleza rescatada de la perfección matemática de la rima. El gran bohemio, diplomático y dipsomaníaco situó la métrica más académica en la base de sus desbordes. Proclamó la ortodoxia para atropellarla después con el furor de un réprobo y convertirla en arte.
José María Micó, en Barcelona / LENA PRIETO
En el citado Clásicos vividos, la elección de Micó empieza por Jordi de Sant Jordi, el último trovador, seguido de Ausiàs March, el primer poeta. El Marqués de Santillana se inclina ante De Sant Jordi y le pide a Venus que admita al valenciano entre los grandes de la antigüedad. March, cumbre de la poesía penitencial, dio vida al Canto espiritual, inaugurando una tradición visible en Ramon Llull (Llibre d’ Amic e amat), en San Juan de la Cruz (Cántico espiritual) y en otros más cercanos, hasta llegar a Joan Maragall (El cant espiritual). Ausiàs March, señor de haciendas y caballero de desafíos y amoríos, resulta cabecera para el lector que, pasando por encima de fronteras idiomáticas, quiera conocer la fuente primigenia en lengua catalana de un tiempo en el que los trovadores se expresaban mayoritariamente en occitano (François Villon) o en la fabla arcaizante castellana.
La música
Los mejores versos se han creado al amparo de la música. Marta y Micó, un dúo formado por Marta Boldú y José María Micó, iniciaron su andadura musical en 2013 y desde entonces ofrecen un espectáculo singular en un ambiente íntimo, elegante y de intensas emociones, un diálogo a dos voces en el que suenan la poesía de José María Micó y la música que él mismo ha escrito como un traje a medida para cada poema con el propósito de dignificar mutuamente las dos artes, música y poesía.
El primer disco de Marta y Micó fue En una palabra, un homenaje a la sintaxis del tango, en el que les acompaña Marcelo Mercadante al bandoneón. Le han seguido otras grabaciones como Memoria del aire con blues, valses y otros ritmos, de la mano del productor Carles Campi y arreglos de Sebastián Merlin. Y la sorpresa monumental en este mismo disco: la colaboración especial de Joaquín Sabina con el tema Pájaro en mano, a la que el gran cantante añade una cita del dúo: “Marta y Micó, la gente que yo quiero, sombreros para mi alma de poeta”. Este mismo año de la pandemia Marta y Mico han sacado Mapa sobre sombras cotidianas, con boleros metafísicos, tangos, baladas, un son cubano y música pop.
La Comedia
El misterio de Beatriz radica en que fue un invento de Dante. La Comedia tiene tres protagonistas: Dante, el peregrino, su padre y conductor, Virgilio, y la enigmática figura de Beatriz, a la que el poeta eleva a “una eminencia extraordinaria en la jerarquía celestial” (Harold Bloom). Su poder canónico es el fruto de su genialidad, “nadie buscó con pasión tan intensa conocer todo lo conocible” (Benedetto Croce); su genio fue para él mismo más importante que todas las piedades de Agustín. El poeta perseguido en Florencia, su propia tierra, escribió La Comedia en la primavera del 1300 y antes de cumplir 35 años.
El viaje al Infierno, Purgatoria y Cielo dura una semana. “Virgilio lo conduce a través del Infierno y hasta las puertas del Purgatorio; Beatriz lo lleva desde el Edén hasta el Empíreo y San Bernardo lo asiste en la versión divina final”, escribe Micó en el prólogo de la obra del gran fideli d’amore. Dante no utilizó el latín de sus admirados Virgilio, Horacio y Lucano, sino el dialecto toscano, que el poeta florentino convirtió en la lengua italiana. No le bastaron el estilnovismo ni el uso literario de De vulgari eloquentia. Desmontó, por así decir, la sintaxis de la Edad Media, superó la fronteras de género. El autor de La Comedia levantó el predominio de la lengua nacional en Italia, como lo hicieron Shakespeare con el inglés o Cervantes con el castellano, varios siglos después; o como alcanzaron Goethe con el alemán y Victor Hugo con el francés, ya en el ochocientos.
George Santayana vio a una Beatriz símbolo platónico de la cristiandad. Pero la amada idealizada fue convertida en simple reflejo de la realidad por Jorge Luis Borges, quien se refiere al amor “desgraciado y supersticioso” del poeta “no correspondido” por Beatriz. Dante hubiese reaccionado con furia a esta interpretación; de hecho, ya lo hizo con su amigo y mentor Guido Cavalcanti -otro fideli d’Amore, pero menos atrevido- al que reprochó no unirse a la representación cristológica de Beatriz.
Dante mantuvo con Cavalcanti una relación similar a la que tuvo en su momento el primer Shakespeare con Christopher Marlowe, descrita como una influencia “mutua y angustiada”; nunca dudó de sí mismo; estaba dotado de un orgullo feroz; se presentó como un peregrino elegido, no como un cristiano caminando con humildad a la búsqueda de Dios. Su caso es la única vez que el orgullo intelectual resulta inmaculado, a los ojos del infértil pináculo gregoriano. Digamos que Dante se salvó por su enorme relevancia poética.
Edición de la Comedia de Dante de Micó / ACANTILADO
Dante conecta su tiempo con el mundo del siglo XXI por su resolución ante la duda. Cuando llega al Paraíso rompe los límites de la dificultad gracias a la terza rima. Resulta irrefutable, de forma similar a Las iluminaciones de La Meca del gran sufí andaluz, Iben Arabi, quien encontró a su amada Sofía , una Beatriz de Florencia, altar de lo sublime idealizado. Arabi, contemporáneo de Averroes y Maimónides, defendió que la epifanía de lo sagrado en la tierra se alcanza a través de la mística; en su extremo, fue un discípulo de la filosofía platónica. Pero, el poeta florentino busca una victoria en todos los frentes de la pugna religiosa: impone su hegemonía en el mismo templo de San Pedro, aun a costa de enfrentarse con la curia papal, como lo haría después Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.
El paisaje eterno de las bellas letras viaja a lomos de Micó. Él conecta estilos y autores por encima de los rigores de la cronología y de las fronteras lingüísticas; señala que los grandes románticos, Shelley y Byron, volvieron a Dante, cinco siglos después, en busca de la gran alegoría del florentino, donde descubrieron el erotismo divino. Micó recrea mundos de ficción muy diversos, como Gaula, Macondo o Comala, a través de sus creadores, desde el tiempo de la Caballería hasta García Márquez o Juan Rulfo. Cuando presenta su versión del último momento del Quijote, el profesor habla del mar que baña las playas de Barcelona, como un destino inevitable. Recurre a la fuente, Cervantes, soldado de los tercios, herido en Lepanto y cautivo en Argel, que un día descubre el mar como una sepultura en vida del caballero de la Triste Figura. El inventor de Alonso Quijano no lo dijo, pero dedicó su libro póstumo, Persiles, a la frontera entre la tierra y el agua.