La cineasta portuguesa Rita Azevedo Gomes
Poéticas del encuentro: el cine a contracorriente de Anne Benhaïem y Rita Azevedo Gomes
La Limace et L’escargot y Fuck the Polis, las últimas películas de estas dos veteranas cineastas, pasean su singularidad al margen de las modas audiovisuales imperantes, añadiendo sugerentes páginas a su particular forma de supervivencia
Dos pequeñas películas que posiblemente nunca lleguen a nuestras salas se han aparecido como inesperados fantasmas por algunos festivales (Punto de Vista, Marsella, Sicilia…) obteniendo premios y reconocimientos (Mejor Dirección para Benhaïem en Navarra y Gran Premio de la Competición Internacional para Fuck the Polis en FIDMarseille); películas frágiles, como hechas de milagro, pero nacidas de una parecida necesidad íntima, la de dos cineastas dispuestas a seguir siéndolo cueste lo que cueste, sin escatimar valentía ni generosidad, contagiando al espectador su firme alegría por seguir ahí.
Rita Azevedo Gomes quizá también podría haber estado sentada –como lo están otras dos cineastas-actrices, Pascale Bodet y Bojena Horackova– alrededor de la mesa donde conversan las amigas cómplices de Anne Benhaïem en La Limace et L’escargot, a quienes esta última, una vez ha finalizado de contar su proyecto de película –a la que acabamos de asistir dentro de la bella y sencilla mise en abyme que estructura esta celebración del encuentro y la reunión–, pregunta por los suyos, cerrando el metraje con dos nuevas películas habladas, las de Pascale y Bojena, embriones fílmicos desde los márgenes del cine que ellas cuentan entre sonrisas cómplices, midiendo por primera vez ante sus amigas estas protohistorias donde tanto se trasluce de sus propias maneras de ser.
'La Limace et l'escargot', de Anne Benhaïem.
No sé si veremos alguna vez sus versiones en imágenes y sonidos, pero cómo refulge el rostro de Pascale Bodet cuando, a exigencias un poco maliciosas de su amiga, parece hacer recuento de todas las películas a medio rodar, a medio finalizar, puede que encalladas a la espera de un golpe de suerte o ya por siempre a la deriva, que gobiernan sus días. Estamos en las antípodas tanto del artista de la queja como del que sólo se pone en marcha si la subvención se encuentra a buen recaudo; aquí el cine también se asume –la tradición francesa sigue pesando– en su cotidianidad imaginaria, asíntota de la vida que antes de su potencial existencia en algún soporte se desarrolla dentro del creador: cine sin necesidad de rodaje, cine por otros medios.
Y decimos que Azevedo podría haber estado sentada a esta mesa porque existen vínculos de amistad entre las cineastas (a través de otros secretos habitantes de la casa del cine, como los hermanos Léon, Vladimir y Pierre, a los que Benhaïem documentara como miembros de su burbuja en Ma bulle, 2007; siendo Pierre amigo íntimo e intenso colaborador, no sólo como actor, de la directora de El trío en mi bemol), y también, sobre todo, por compartir con ella una parecida tenacidad, así como la capacidad de revitalizar lo que parecía a todas luces clausurado.
Cartel de 'Fuck the Polis'
Rita podría haber hablado de su legendario proyecto de adaptar El sermón del fuego de Agustina Bessa-Luís, cuyo guion se deja ver por ahí –creo recordar que en el coche donde se mueve junto a su particular troupe– en un rincón de su última película, Fuck the Polis, otro milagro de la portuguesa en forma de viaje por Atenas, las Cícladas y Delfos, que sutura el pasado (una primera visita a Grecia en 2007, que ella creía al mismo tiempo la última, a donde la empujó un nada halagüeño diagnóstico médico) con un presente de total apertura, donde el documento del propio cine haciéndose –el entusiasmo polifacético de los jóvenes, cinco chicos y una chica, que acompañan a la cineasta– convive con los tintes que procura la imaginación, sea con los reflejos del ilustre prisma literario –Byron, Keats, Kavafis, Camus–, sea con las lúdicas implicaciones de una nueva e inesperada correspondencia, la que Rita ha establecido con el poeta y escritor João Miguel Fernandes Jorge, autor de una pequeña novela, A portuguesa (cuyo título no deja de remitir a la adaptación musiliana llevada a cabo en 2018 por la cineasta),
Esta obra lleva a la ficción aquel inaugural viaje griego bajo la sombra del miedo a la muerte, abriéndole a la película nuevas vías de crecimiento: así Rita también nos leerá pacientemente sobre su alter ego, esa Irma que es ella misma y, a la vez, otra, la mujer condenada que acabó salvándose, y, de paso, reproduciendo la vida a su pequeño paso, haciendo partícipes a sus nuevos compañeros de ruta de los tesoros que a lo largo de los años tuvo la suerte de ir acumulando (como el tan azaroso como firme vínculo con la cantante Maria Farantouri, a la que se visita con pasmosa naturalidad, como a una vieja amiga a la que se sorprende en su sala de estar).
'Fuck the Polis'
Con estos pequeños retazos argumentales, podría ya apuntarse que ambas cineastas lo han confiado casi todo a lo que el desaparecido Philippe Arnaud constatara en su opúsculo, de inolvidable título mallarmeano, …Son aile indubitable en moi: en el cine el encuentro es capital, quizá su motor invisible, por eso en las películas resulta tan decisiva la representación de ese momento, como si las narraciones se vieran obligadas a pasar por ese peaje para arriesgar su participación en una tan esquiva como fundamental zona de la dimensión estética del viejo invento. Benhaïem, de la que desgraciadamente sigue siendo difícil ver películas, parecía tenerlo claro desde aquella lejana Paroles (1992), donde al entrecruzamiento rohmeriano de chicos y chicas se le sumaba la inolvidable irrupción de João César Monteiro en la plaza del mercado: eso sí que fue un auténtico encontronazo; uno en el que los segundos se espesaban y el espectador sentía que cualquier cosa podía acontecer: el intérprete, incluso, como potencial saboteador del film.
En La Limace et L’escargot la idea del encuentro está en el centro e inaugura la narración (la llegada de las amigas primero, luego los gestos y onomatopeyas que, desde el relato, invocan el golpe que lo pone todo a rodar) y luego su visualización (la representación de un azar que sin embargo posee el regusto del reencuentro): el choque inesperado y la caída al suelo de dos sexagenarios –la propia Benhaïem y su cómplice, el actor Serge Blazevic– con graves problemas de movilidad que luego de la dolorosa carambola, y tras ser socorridos por un camarero de la vecindad, establecen una relación que principia a base de copas de vino en el bar donde trabaja el anónimo auxiliador, inaugura una dimensión espacio-temporal nueva.
'La Limace et l'escargot'
Los que se miran –los que nos miran–, desde esa disposición desde donde a tantos cinéfilos los actores nos han clavado sus ojos ciegos (el eustachiano café parisino, enfrentado a la calle y a nuestra mirada frontal), y los que se hablan –los que nos hablan– son dos cuerpos insólitos, portadores de dos discursos inauditos –el de él más nerviosamente caudaloso, el de ella recogido en sonrisas y silencios expresivos–, que van a reverdecer inesperadamente el legado de Chaplin y Lubitsch en un puñado de paseos y de visitas recíprocas a sus viviendas (o casi guaridas).
La cineasta que, en 2007, en Ma bulle, se filmaba a sí misma, susurrante y divertida, desde la fantasmática fascinación por la tecnología digital como potencial renovación de un cine en primera persona, ahora, comenzada la sesentena, se pone en escena sin miedo y a la distancia justa, ralentizada por los efectos de algún grave contratiempo en su salud, literalmente como una babosa (limace), una que le regalará a su inesperado amor el caracol (escargot), otra babosa lenta, pero con concha, un desenlace a su altura moral: elíptico, pudoroso, pellizcado por una emocionante sobreimpresión en su lecho de muerte.
'Fuck the Polis'
En Fuck the Polis, Azevedo comienza yendo a su propio encuentro. Al de su otro yo, aquel que se creyó en peligro de muerte, pero sólo para abrir una puerta (¿acaso no estamos todos siempre condenados?) a un viaje polifónico donde su pasado sólo será una textura más, un tipo de imagen que añadir a muchos otros tipos –super 8, HD, digital– que cohabitan en este sorprendente pathwork donde la cineasta parece desear borrarse en otras voces. Aquí también comparece su cuerpo, su resistencia, pero para encarar a Grecia, a la clásica tanto como a la contemporánea –unida a Portugal desde aquella crisis de 2009 de la que aún queda por saber si llegamos a salir completamente–, como aquello que aún debe ser pensado, llenado; como lo no cerrado, patria de todo inacabamiento.
Si una de las sombras benéficas que siempre se extendió sobre Rita fue la de Manoel de Oliveira, del que aprendió, entre otras brutales delicadezas, a no asustarse de poner en escena la palabra, aquí, desde el inaugural registro de la danza de géranos –esa legendaria conmemoración de la salida del laberinto de Creta que hace pensar en el baile en círculo de Mudar de vida– uno no deja de sentir la influencia de otro pilar del cine portugués, Paulo Rocha, tanto en sus dotes de arqueólogo como en su vocación (acendrada, ineludible) de cineasta errante expuesto a la alteridad, a la transformación radical que pueden provocar personas y geografías distintas.
'La Limace et l'escargot'
Como le ocurriera al sacerdote, escritor y cinéfilo Joseph Lemarchand (quien cultivó la heteronimia bajo el nombre de Jean Sulivan, en homenaje a la revelación que sacudía al famoso personaje protagonista del viajero film de Preston Sturges, aunque éste portara una ele de más en su apellido de ficción), Rita padece una parecida Obsesión de Delfos, y Grecia la invita a desprogramarse, a instalarse en la duda, lugar desde el que encarar mejor tanto vida como desaparición.
Entre estos mismos restos, piedras y trazos, Sulivan escribió sobre el suplemento de misterio y la ventaja espiritual que presentaban las religiones extintas frente a las vivas; las olvidadas, inevitablemente ya ambiguas y heridas de incompletitud, frente a las que tenían que seguir haciendo contorsiones y demostraciones de ductilidad ante los progresos de las sociedades, banalizándose de forma irremediable. No resulta complicado establecer el paralelismo con nuestro paisaje audiovisual y sus cinéfilos, suerte de religiosos (o comulgantes, como los llamara Bergman) en infatigable culto a cineastas que hace tiempo que predican en vano. Rita sigue a lo suyo, reanimando la piedra con palabras, los campos con saturadas amapolas, a la aventura.