Imagen de 'El exorcista creyente'

Imagen de 'El exorcista creyente'

Cine & Teatro

De secuelas y precuelas

Hay peliculas o libros en los que se puede ser feliz y hay obras que, sin ser tan buenas como las originales, provocan la emoción de la nostalgia como es el caso de 'El exorcista: creyente' o 'La primera profecía'

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Suele decirse que no hay que volver a donde has sido feliz porque te puedes llevar un desengaño. El lugar donde has sido feliz puede ser una ciudad, una relación sentimental o una amistad, pero también puede tratarse de un libro o de una película. De ahí, en este caso, la permanente fabricación de secuelas y precuelas de films de éxito: usted pone la nostalgia y el productor trata de lucrarse, no siempre dignamente, gracias a sus recuerdos tan positivos sobre un largometraje en concreto.

Hay dos películas de terror que recuerdo con especial agrado: El exorcista (1973) y La profecía (1976). Por eso me tragué todas sus secuelas, que oscilaban entre lo rutinario, lo cansino y lo insufrible, y por eso, pese a las experiencias anteriores, me regalé la otra noche, por cortesía de Movistar, un programa doble con una secuela de la primera (El exorcista: creyente, 2023) y una precuela de la segunda (La primera profecía, 2024). Me sentí como si volviera a la infancia y me encontrara en un cine del Ensanche barcelonés de esos que hace años dejaron de existir (solo faltaban mi hermano mayor y mi abuela con la merienda).

Fotograma de 'El exorcista, creyente'

Fotograma de 'El exorcista, creyente'

¿Un lamentable caso de contumacia en el error? No exactamente. La secuela de El exorcista resultó ser bastante digna y en ella aparecía Ellen Burstyn, protagonista del original. La recordé en el festival de Sitges, el año en que ambos formamos parte del jurado y la tuve sentada en la butaca de al lado, mirando atrocidades en la pantalla y apartando la vista o cubriéndose el rostro cuando algo superaba su capacidad de resistencia al horror (era muy gracioso ver a la protagonista de la película de William Friedkin, que no escatimaba espantos, indefensa ante el cine de terror más reciente)

Sin desengaños

La precuela de La profecía tampoco está nada mal. La protagonista, Nell Tiger Free, es un rostro nuevo y fresco, y la española María Caballero la arropa convenientemente: dos monjitas en Roma que se van a ver envueltas en un fregado satánico considerable que no les voy a desvelar, pero que se pueden imaginar: todo consiste en el nacimiento del Anticristo, también conocido como el cabroncete de Demian. Brillante precuela, su trama termina con la entrega del bebé al embajador norteamericano en Roma, un señor que sale en una foto en blanco y negro y es el difunto Gregory Peck.

Evidentemente, estas dos películas no están a la altura de las originales, pero cumplen la función de que uno pueda volver a donde fue feliz sin llevarse los desengaños experimentados con todas las secuelas de Psicosis o Hellraiser (de la que se acaba de estrenar un musical, por cierto: Broadway no respeta nada, cada vez estamos más cerca de ver Auschwitz: The musical).

La experiencia con James Bond

Secuelas y precuelas cumplen una doble función: que alguien siga ordeñando a la vaca hasta que no le quede leche (y hay quien continúa adelante a pesar de eso) y que algunos seres humanos rememoren películas que les impresionaron en el pasado.

La voluntad de repetición es de lo más humana. Nos gusta volver a ficciones con las que fuimos felices porque nos permiten sentirnos cómodos y bien acompañados en un entorno que nos resulta familiar. Determinados personajes nos resultan tan confortables que volvemos a ellos: Sherlock Holmes, James Bond, Jason Bourne, Ehan Hunt…¡Hasta la señora Fletcher de Se ha escrito un crimen!

Imagen de 'La profecía'

Imagen de 'La profecía'

¿Hay diferencias entre precuelas y secuelas y series de películas como las de la saga Bond o Misión Imposible? Formalmente no, pero conceptualmente sí. Pensemos en los orígenes de las aventuras de 007. Dos productores, Harry Saltzman y Albert R. Broccoli, le compran una novela a un escritor de quioscos y estaciones, Ian Fleming, y la convierten en un thriller barato titulado Dr. No.

La película funciona por encima de las expectativas y Saltzman y Broccoli se hacen con otro libro del señor Fleming, Desde Rusia con amor. La película funciona mejor que la anterior. Y la siguiente, Goldfinger, lo peta a nivel global. Fallecidos Saltzman y Broccoli, la saga continúa a día de hoy: yo vi Dr. No cuando llegó al cine del Maresme de mis veraneos infantiles y sigo enganchado a Bond, James Bond.

Es más fácil hacer funcionar una serie que una secuela o una precuela, pero éstas también despiertan en el espectador la agradable sensación de hallarse en territorio conocido y estimulante. Con esa excusa (más la codicia del productor de turno) se han cometido muchas atrocidades. Que uno se traga por voluntarismo, por ver si se mantiene algo de la emoción original. La mayoría de secuelas y precuelas no hay por donde cogerla, pero nos las tragamos en un intento de volver a donde fuimos felices.

De ahí mi programa doble de la otra noche, sorprendentemente mejor de lo que me temía. Mi niño interior se salió con la suya, como casi siempre, y, por unas horas, dejó de darme la chapa con lo de que le lleve al cine a ver la última entrega de Misión Imposible.