Alfonso de Borbón y su prima María en la película 'Dónde vas, Alfonso XII' / CANALSUR

Alfonso de Borbón y su prima María en la película 'Dónde vas, Alfonso XII' / CANALSUR

Cine & Teatro

La restauración borbónica en el cine

El cine español ha huido de representar la política por dentro por los condicionamientos impuestos por la larga vigencia del franquismo

19 diciembre, 2021 00:00

El cine español ha huido de representar la política por dentro, sin duda, por los condicionamientos impuestos por la larga vigencia del franquismo. De los reyes solo se acordó el cine para evocar el problema sentimental de Alfonso XII tras la muerte de su prima-esposa María de las Mercedes. Después de una obra de teatro de Luca de Tena con Jorge Vico como Alfonso XII, Luchy Soto como María de las Mercedes y Lola Membrives como Isabel II, con enorme éxito, el teatro dio paso al cine. Luis César Amadori dirigió en 1958 la película más taquillera del momento: ¿Dónde vas Alfonso XII? basada en el guion Carita del cielo de Manuel Tamayo inspirada en la citada obra de teatro de Luca de Tena. Dos años después, Alfonso Balcázar dirigiría ¿Dónde vas triste de ti?, con menor éxito, que describe el segundo matrimonio de Alfonso con María Cristina, con la sombra permanente de la nostalgia de la primera mujer difunta. La pareja de la primera cinta, Vicente Parra y Paquita Rico, alcanzaron la cima de la popularidad. Parra repitió como actor en la segunda película mientras que Marga López interpretaría a la reina María Cristina. La reina Isabel II fue interpretada en la primera por Mercedes Vecino y en la segunda por María Fernanda Ladrón de Guevara.

Ni la revolución de 1868 ni la primera República, previas a la restauración de Alfonso XII, han suscitado atención cinematográfica. La gran cantera para retratar este tiempo histórico en el cine relativo a las últimas décadas del siglo XIX ha sido la literatura. Galdós ha dado mucho juego. Y ahí están como testimonio Tormento, de Pedro Olea (1974); Doña Perfecta, de Ardavín (1977); Misericordia, de José Luis Alonso (1977); Fortunata y Jacinta, de Angelino Fons (1969), y El abuelo en varias versiones, la última de José Luis Garci (1998). Pero la lista de novelistas que abastecen de referencias al cine sobre esta época es enorme: Pedro Antonio de Alarcón con Las hijas del cielo (1943); Baroja con Las inquietudes de Shanti Andía (1947); Gregorio Martínez Sierra con Canción de cuna de Elorrieta (1961); Juan Valera con Pepita Jiménez (1975) de Moreno Alba con Sarah Miles; Emilia Pardo Bazán con Un viaje de novios y La sirena negra (1947) con Fernán Gómez; Armando Palacio Valdés con Tiempos felices (1950); Clarín con La regenta de Gonzalo Suárez (1974) con Emma Penella; José Echegaray con El gran galeoto de Rafael Gil, y hasta Zola en La petición de Pilar Miró (1976) interpretada por Ana Belén como una perversa devoradora de hombres.

La agitación social en la transición del siglo XIX al XX ha suscitado algunas curiosas películas. La novela del padre Coloma Pequeñeces sirvió de fundamento a la película con el mismo título de Juan de Orduña (1950) que reflejaba la “conversión” de una condesa despótica que acaba descubriendo la conciencia social y arrepentida. El cine dedicó varias cintas al tema de la delincuencia. El sacamantecas (1979) de José María del Val aportó la biografía del criminal más famoso de su tiempo. Cabo de Vara (1977) propició la descripción del mundo carcelario y El crimen de la calle Bordadores (1946) con Manuel Luna convirtió en película uno de los sucesos estelares del semanario El Caso.

Fragmento de la película Cabo de Vara (1977) / CINEYMAX

Fragmento de la película Cabo de Vara (1977) / CINEYMAX

Paradójicamente, Fernán Gómez introdujo en 1960 una primera nota feminista en Solo para hombres con Analía Gadé como oficinista singular. También curiosamente interesó el mundo estudiantil, y testimonio de ello es La casa de la Troya que suscitó nada menos que cuatro películas, la última (1959) de Rafael Gil con Arturo Fernández de protagonista.

El anarquismo generó extrañas simpatías. Ahí está La Mano Negra (2005) de Francisco Palacio o la biografía del alcalde gaditano Fermín Salvochea, visto para sentencia de Carlos Fernández (1987), la historia de este revolucionario andaluz al que por cierto dedicó una novela Blasco Ibáñez con el título La Bodega.

Especialmente sensible al problema social fue el cine catalán. La novela de Narcís Oller dio paso a la película La febre d’or de Gonzalo Herralde (1972) con Fernando Guillén y Rosa Maria Sardà y las novelas de Eduardo de Mendoza como La ciudad de los prodigios propiciaron la obra del mismo nombre (1999) dirigida por Mario Camus con Olivier Martínez y Emma Suárez y La verdad sobre el caso Savolta que generó la película de Antonio Drove (1980) con López Vázquez, Stefania Sandrelli y Omero Antonutti. La clásica obra de Rusiñol L’auca del señor Esteve promovió dos películas (1929 y 1948), la última dirigida por Edgar Neville, con las peripecias de la tradición familiar de la mercería con Alberto Romea y Manuel Arbó como protagonistas.

El tratamiento de Cuba no pudo ser más frívolo en películas como La viudita naviera (1960) basada en una obra de Pemán, La guerra empieza en Cuba de Mur Oti (1957) y El invierno de las anjanas de Pedro Telechea (1999).

Portada de la película La viudita naviera (1961) / MOVIEFIT

Portada de la película La viudita naviera (1961) / MOVIEFIT

La tentación folclórica siempre estuvo presente, como demuestra la película Esa mujer de Camus con Sara Montiel (1969) y la infinidad de zarzuelas que se convirtieron en cintas como La verbena de la paloma (1963) de Sáenz de Heredia y La revoltosa de Juan de Orduña (1968).

El género biográfico se cultivó mucho con diversos personajes como protagonistas: Verdaguer, basada en la novela de Santiago Rusiñol (1926), Julián Gayarre, el tenor más popular de su tiempo, que suscitó tres películas biográficas, la última de Forqué en 1986, Ramón y Cajal en la película de León Klimovsky (1957), el violinista Sarasate y el músico Albéniz con dos películas de Amadori y De Orduña… Hasta Sabino Arana fue promocionado por el nacionalismo vasco con dos cintas: una de Pedro de la Sota (1980) y otra de Javier Santamaría (2004), este último le puso a la película como subtítulo expresivo Dios, patria, Rey y fueros.