Grandes éxitos del arte 'pop'
El Museo Guggenheim de Bilbao repasa en una exposición los nombres emblemáticos del movimiento que vinculó el arte al consumo y subraya la pervivencia de su legado gracias a su extraordinaria capacidad de contagio
25 abril, 2024 19:00El arte pop irrumpió una tarde de 1956 en la White Chapell Gallery de Londres. El artista Richard Hamilton colgó allí un pequeño collage titulado ¿Qué es lo que hace que los hogares de hoy sean tan diferentes, tan atractivos? La escena reunía en una sala de estar de una residencia de clase media los iconos de la nueva sociedad de consumo: un culturista sujetando un chupa-chups gigante, una pin-up y un ama de casa pasando la aspiradora, un televisor de la marca Stramberg Carlson, un ventanal en el que asoma el neón de la obra en cartel en el Teatro Warner.
Aquella pieza inauguraba con su espíritu de inmediatez y su relente de mercancía lo que empezaba a reclamar la vida. Después del polvorín de las vanguardias, del trauma de la Segunda Guerra Mundial y de la solemnidad de la pintura expresionista y el informalismo como raíles de una sociedad instalada en una llaga, el pop establecía una nueva fragancia de juego, de cercanía y de frivolidad. “Es un arte popular, efímero, prescindible, barato, joven, ingenioso, sexy, divertido, glamuroso y un gran negocio”, dijo Hamilton a modo de grito fundacional.
Luego apareció Andy Warhol para convertir todo aquello en el menú intelectual de Estados Unidos con una máquina de hacer fotos. La vida pasó a ser de aluminio y de color chicle. “Un artista es alguien que produce cosas que la gente no necesita tener pero que él, por alguna razón, piensa que sería una buena idea darles”, adivinó el creador estadounidense, quien se percató de una debilidad de la sociedad contemporánea, tan audiovisual, que le favorecía: la propensión al mito. Definitivamente, la publicidad se había convertido en el único dios verdadero.
Pero más allá del arte para todos hecho con las herramientas de todos, el pop supuso una convulsión. Rompió con el espíritu elitista y subjetivo de las vanguardias y, en cierta medida, enseñó a mirar a varias generaciones. Sus creaciones criticaban aquello mismo que celebraban: el gasto, el consumo y la opulencia. De ahí que haya quedado como la materialización de los síntomas del capitalismo. La denuncia de la hipnosis consumista. La orgía coloreada del dinero.
El Museo Guggenheim de Bilbao excava ahora en los fondos de su sede matriz para proponer una celebración del pop art, tratando de extraer de su jukebox la vieja melodía renovada de un momento de la Historia del Arte en el que era muy sencillo no pensar, bastaba con desear. La exposición Signos y objetos. Arte pop de la Colección Guggenheim –abierta hasta el próximo 15 de septiembre− repasa los motivos y géneros y fija las estrategias empleadas por aquel pelotón de artistas que quisieron gustar sin remedio.
Entre los artistas, abundan los estadounidenses: Roy Lichtenstein, James Rosenquist, Robert Rauschenberg, Claes Oldemburg y Andy Warhol. Ese predominio certifica el papel decisivo que el Museo Solomon R. Guggenheim jugó en la validación de la corriente artística. Sin ir más lejos, el poeta y crítico británico Lawrence Alloway, quien acuñó el término de pop art en 1958, estuvo cinco años después al frente de la exposición Six Painters and the Object en el centro neoyorquino. La muestra supuso el despegue definitivo del movimiento, colándose en el gusto y en los mercados.
Asimismo, la exposición planteada por las comisarias Lauren Hinkson y Joan Young, conservadoras del museo ubicado en la Quinta Avenida de Nueva York, viene a confirmar la fuerza vírica del pop, su extraordinaria capacidad de contagio, dado que rápidamente se extendió por otras geografías, tal como reflejan los trabajos del alemán Sigmar Polke, el italiano Mimmo Rotella, la francesa Niki de Saint Phalle y el colombiano Miguel Ángel Cárdenas, quien utilizando tubos de PVC, bolas de plástico y madera plantea una reflexión sobre la mercantilización del sexo y el erotismo en la pieza Pareja verde (Green Couple, 1964).
La cita explora, además, cómo el pop ha irradiado su influencia a las nuevas generaciones de artistas. Maurizio Cattelan abre el recorrido con la pieza Daddy, Daddy (Padre, padre) de 2008, en la que un Pinocho creado a imagen de la película clásica de Disney de 1940 flota boca abajo en un estanque de agua, inerte, trágicamente muerto, mientras que el mexicano José Dávila apila cajas de cartón para reflexionar sobre el consumo y la dominicana Lucía Hierro distorsiona los objetos corrientes al representarlos de forma exagerada en la obra titulada De todo un poco (2017-2021).
“La del Guggenheim de Bilbao es una muestra con cuarenta obras icónicas de diecisiete artistas, que van desde los clásicos americanos hasta creadores de Francia, Colombia y Alemania, algunos contemporáneos, que crean un continuo y amplían el legado y la vigencia del pop art“, reivindica la comisaria Hinkson, quien resalta que “las piezas seleccionadas, que a menudo incluyen humor, ingenio e ironía, pueden ser interpretadas como una celebración sin ambages de la cultura popular, o como una mordaz crítica de la misma”.
La exposición se divide en dos movimientos. En el apartado ‘Signos’ abundan los ejemplos de cómo los artistas pop abordaron temas que el arte elevado consideraba como vulgares al incorporar el lenguaje visual de la publicidad. Un caso curioso es la pieza de Richard Hamilton titulada El Solomon R.Guggenheim (Blanco y negro), ejecutada a mediados de los sesenta por el artista británico con fibra de vidrio y celulosa, inspirado en una tarjeta postal del edificio diseñado por Frank Lloyd Wright en la Quinta Avenida de Nueva York.
Aquí encajan también Roy Lichtenstein, quien pintaba sus lienzos con una simulación de los puntos de la trama de impresión en referencia a las técnicas de los cómics, tal como se descubre en sus lienzos Grrrrrrrrrr!! (1965) y Girl with Tear (Chica con lágrima, 1977), y James Rosenquist, que solía cortar y combinar fragmentos extraídos de anuncios, empleaba pintura comercial y trabajaba en formatos de grandes dimensiones. De él se expone la pieza Flamingo Capsule (Cápsula flamenco, 1970), dedicada a tres astronautas que murieron en un incendio fortuito a bordo del Apollo 1.
Al lado de ellos, la artista de origen griego Chryssa llegó a Nueva York a mediados de los años cincuenta y se inspiró en los rótulos luminosos de Times Square que, en su opinión, eran el paradigma de la modernidad y la imbricación de lo vulgar y lo poético en la cultura estadounidense, mientras que Warhol utilizó como tema imágenes impresas recuperadas de periódicos, fotogramas publicitarios y anuncios, entre otras fuentes, y empleó en obras como Orange Disaster #5 (Desastre naranja número 5, de 1963) técnicas de reproducción masiva como la serigrafía.
Por su parte, la sección ‘Objetos’ da cabida a los collages y los ensamblajes de Robert Rauschenberg y los happenings de Jim Dine y Claes Oldenburg. Estos eventos, que combinaban la danza, las artes visuales, la música y la poesía, iban desde la celebración de cenas falsas hasta escaparates ficticios en los que se ofrecían objetos absurdos, que criticaban la entrega de la sociedad al consumo de masas. Posteriormente, Oldenburg creó esculturas de grandes dimensiones en colaboración con Coosje van Bruggen. De ambos se exhibe la pieza Soft Shuttlecock (Volante suave, 1995), que ya se pudo ver en la inauguración del Guggenheim de Bilbao en 1997.
A la vista de las piezas incluidas en Signos y objetos se concluye que repasar hoy el pop art no es rescatarlo de la cuneta de la Historia, sino dar cuerda a un idioma que sigue en pie. En sus lienzos, en sus esculturas, en sus instalaciones, hay una topografía del ser humano que se mantiene viva. Su lenguaje aún conserva energía y despeja cualquier vocación arqueológica. Está a fondo en la época que aún nos rodea: la sociedad homogeneizada, las cláusulas consumistas, los modales del capitalismo. Es la fuerza acrílica de una época insoportablemente mal pintada.