Del "amortizado" Pedro Almodóvar a Albert Serra
El director de 'Mujeres al borde de un ataque de nervios' está amortizado, y hay que centrarse en Serra, un cineasta que aborda el 'misterio', el 'compromiso', la 'voluntad', el 'valor', que son cosas esenciales para la tauromaquia
Aunque anoche en mi ordenador vi con gran placer Rufufú, la deliciosa comedia de Monicelli que inventó en clave de comedia el neorrealismo, no soy un gran aficionado al cine.
No he visto, ni veré, la última película de Almodóvar, La habitación de al lado, ni he visto aún, pero estoy deseando fervientemente verla, la nueva película de Albert Serra, Tardes de soledad, su documental sobre tauromaquia a través del torero Andrés Roca Rey, que acaba de ser galardonada en el festival de San Sebastián.
Para mí, que tanto disfruté de sus primeras, irreverentes películas, verdaderos estandartes generacionales de mi juventud, y que en 1988 tanto me emocionó y me reí con Mujeres al borde de un ataque de nervios, Almodóvar está ya amortizado. Anclado en el pasado desde hace muchos años, y supe que no podía darme ya nada desde lo último suyo que vi fue, en el año 2002, Hable con ella: la historia de un enfermero enamorado que violando a una mujer en coma logra devolverla a la vida, por la fuerza de su “amor”. Semejante disparate, con pujos de transgresión pero tan ajeno a la verdad de la vida, y de tan mal gusto además, me hizo comprender que mi relación con este director recientemente aclamado en el festival de Venecia con un premio y una ovación histórica (creo que de diecisiete minutos, nada menos) había concluido.
Tonterías, las mínimas. Ya no he vuelto a ver ninguna película suya. La banalidad y ordinariez de esa clase de cine melodramático además se corresponde armoniosamente con las reiteradas declaraciones públicas del director manchego, manifestaciones combativas de orden político que en su adhesión al partido socialista incurren en un cuñadismo de barra de bar con la tele encendida y cáscaras de gambas en el suelo.
Dicho sea sin dejar de reconocer que los trajes de color azul cielo o rosa que viste en sus comparecencias son formidables. Maravillas de la más alta costura. Bien están esos trajes de color pastel, pero si el cine no me interesa mucho, menos aún me interesa la alta costura.
Albert Serra, en cambio, suele vestir de negro, y con unas gafas oscuras que marcan desde el principio una distancia y una voluntad de distancia y superioridad. A algunos su aire les parecerá arrogante y desagradable, o que fijarse en estas cosas es coger el rábano por las hojas. A mí por el contrario me parece que es una forma de advertirnos de que lo suyo va en serio, que en su cine moroso hay una ambición enorme de hacer cosas diferentes y que valgan realmente la pena. Luego en sus declaraciones públicas es invariablemente inteligente y ponderado, e incluso humilde: con la humildad de quien está tan seguro del valor de lo que hace que no necesita ponerse alzas.
El mismo proyecto, la misma idea de rodar Tardes de soledad, documental para el que siguió durante largo tiempo las corridas del famoso torero Andrés Roca Rey, es como la ilustración del cuento de Poe La carta robada: la policía irrumpe en casa de un chantajista en busca de una preciosa carta comprometedora, registra su despacho minuciosamente, no logra encontrarla, y entonces pide ayuda a Auguste Dupin, un detective genial, que la encuentra en seguida: estaba arrugada en la papelera, escondite ideal donde a nadie se le hubiera ocurrido buscar algo tan valioso.
Valores importantes
Aquí la carta es la tauromaquia, y Dupin es Serra. Él se ha fijado en un tesoro de significados que está ante nuestros ojos pero invisibilizado (sobre todo en Cataluña), denostado como espectáculo carpetovetónico, cutre y cruel. El mero hecho de haber elegido como tema de su laborioso documental la tauromaquia, para mostrarnos en esencia y manifestación el toreo como nunca antes se ha visto –no sólo gracias a la constancia del cineasta, sino también gracias a los prodigios de cámaras y micrófonos de última generación, que le permiten un acercamiento a los hechos con una intimidad brutal-- ya indica que es un artista que sabe mirar, buscar y encontrar “la carta robada”.
Parece que su película habla de temas como el “misterio”, el “compromiso”, la “voluntad”, el “valor”, cosas esenciales para la tauromaquia. Y para la vida, aunque de ellas no está de moda hablar. Cuando Dalí quería filmar su película Impresiones de la Alta Mongolia, advertía a los futuros espectadores que tendrían que esperar para verla nada menos que siete años. “Porque sólo vale la pena salir de casa para ver algo extraordinario, y eso es algo que sólo pasa cada siete años”. Siete años, en términos bíblicos, es una eternidad, una época larga. Bien, para mí, en términos cinematográficos, esos siete años ya han pasado. Ha llegado el momento de ver Tardes de soledad.