De Joan Baez a Marisol: cómo deconstruir dos mitos culturales femeninos
Dos documentales exploran la figura de ambas cantantes, convertidas en referentes de los Estados Unidos en los años sesenta, la época de la lucha en favor de los derechos civiles, y la España del franquismo más tardío
8 mayo, 2024 12:38¿Qué tienen en común Joan Baez y Marisol? A primera vista nada, pero ambas fueron iconos de un país y un momento histórico: la primera de los movimientos contestatarios en los Estados Unidos y la segunda, en formato de niña prodigio y cantarina, del franquismo en el periodo del desarrollismo. Coincidieron en la misma década, los años sesenta del pasado siglo, pero el contexto sociopolítico de cada una fue muy diferente. Hay un segundo punto de conexión entre ambas: les acaban de dedicar sendos documentales, Joan Baez: I Am Noise y Marisol, llámame Pepa. Los dos se alejan de la mera hagiografía y deconstruyen el mito femenino que cada una representó. En el caso de Baez, con la colaboración de la protagonista; en el de Marisol, a través de diversos testimonios, ya que Pepa Flores lleva retirada de la vida pública desde 1985 y ni siquiera acudió a recoger el Goya de Honor que le otorgaron en 2020.
Joan Baez: I Am Noise, dirigido por Miri Navasky, Maeve O’Boyle y Karen O’Connor, toma como punto de partida la gira de despedida de la cantante, que evoca su carrera con el apoyo de abundantes documentos visuales. Podría haberse quedado en el retrato encomiástico de una vieja gloria, pero la protagonista muestra en seguida su disposición a convertir la película en un vehículo para exorcizar sus demonios y no tiene reparo alguno en mostrar su lado más humano y sus flaquezas. Sorprende y se agradece la sinceridad con la que habla sobre asuntos como los problemas depresivos y de ansiedad con los que ha tenido que lidiar desde la infancia, y de los celos que su carrera despertó en sus dos hermanas, sobre todo en la pequeña, Mimi.
Mimi Fariña -por su marido, el escritor y compositor Robert Fariña, que falleció en un accidente de moto que ella nunca superó- puso empeño en desarrollar su propia carrera musical, pero fue siempre eclipsada por la gigantesca sombra de Joan. Es precisamente Mimi la espoleta del episodio más desconcertante del documental. En sus últimos años de vida, contó que había sufrido abusos sexuales por parte de su padre, algo que este siempre negó. Eso llevó a Joan a emprender una terapia regresiva -oímos las cintas, porque esta mujer lo guarda todo- en la que acabó convencida de que ella también fue víctima de esos abusos, lo cual explicaría los desequilibrios mentales que arrastra desde la infancia. Sin embargo, este tipo de terapias están muy cuestionadas porque pueden inducir recuerdos falsos y lo cierto es que el espectador no acaba de tener claro si los abusos existieron o no.
Lo que sí sufrió sin ninguna duda de niña fue racismo, porque el padre era un físico de origen mexicano y la piel de sus hijas, oscura. Además, la familia era cuáquera, lo cual supuso vivir una infancia singular para la época. Más allá de estos aspectos íntimos, la película repasa la carrera musical y el compromiso político de la cantante, que también a este respecto se muestra muy sincera y autocrítica. Convertida en angelical ídolo del folk contestatario, participó con entusiasmo en marchas civiles contra la segregación convocadas por Martin Luther King y en protestas contra la guerra de Vietnam.
Su entonces marido, el activista David Harris, fue encarcelado por insumiso cuando ella estaba embarazada de su único hijo, que la acompaña en la gira de despedida como percusionista. La propia Baez reconoce que, cuando acabó la guerra, sintió un vacío y cayó en una depresión, porque “me había convertido en una adicta a las protestas y me quedé sin causa por la que luchar.” Y en otro momento admite que tanto activismo perjudicó la calidad de su carrera musical.
Pese a poseer de una voz muy bella y melodiosa, solo un puñado de sus discos pasan el filtro de la calidad artística. Concretamente los que grabó entre finales de los sesenta y principios de los setenta para el sello Vanguard, con sólidos músicos de sesión de Nashville. Son los cuatro elepés que van desde Any Day Now -dedicado por completo a versionear temas de Dylan- hasta Blessed Are….A ellos hay que añadir su obra cumbre -ella misma la considera así-: Diamonds & Rust, grabada para A&M en 1975 y en la que aparcó el activismo político para centrarse en la música. Después entró en un profundo y prolongado bache que a ella misma le abochorna y que resume lamentándose de la ridícula portada de Blowin’ Away, en la que aparece disfrazada de piloto de aeroplano, supuestamente para atraer a un público más pop.
El mencionado disco de versiones de Dyan es un fruto tardía de la relación sentimental que mantuvieron y que ocupa uno de los segmentos más interesantes de la película. Cuenta Baez que cuando lo conoció ella era ya famosa y él un principiante de voz áspera y gran magnetismo al que ayudó a abrirse camino invitándolo al escenario para cantar juntos. Se convirtieron en la idealizada parejita de cantautores contestatarios, pero la relación se truncó durante la trascendental gira inglesa de Dylan de 1965, que trajo no solo la ruptura con ella sino con todo el universo folk. Fue cuando se electrificó con la ayuda de The Band y recibió de un enojado espectador el famoso grito de “¡Judas!”.
Al jovencito de la guitarra acústica y la harmónica, el folk y la canción protesta le apretaban ya como un corsé. Sin duda su voz es menos melodiosa que la de Baez, pero su talento musical es muy superior y ella pasó a ser parte de un pasado que él dejaba atrás. Dylan empezó a consumir drogas, se caló gafas negras y estaba más interesado en irse de juerga con sus músicos que en retozar con ella. Se percibe una herida todavía abierta en el modo en que la cantante rememora esta ruptura. Sin embargo, años después se sumó con fervor a la troupe de la Rolling Thunder Revue, en una época convulsa de su vida en la que -confiesa- tuvo que lidiar con algunas adicciones.
En lugar de erigir un lustroso monumento a la gloria de un icono musical y político, Joan Baez: I Am Noise es el retrato -a ratos descarnado- de una mujer que confiesa cosas como que “siempre se me ha dado muy bien relacionarme con un público de miles de personas y muy mal mantener relaciones en la intimidad con una persona.” Aunque se muestra muy sincera con respecto a Dylan y Harris, sorprende que no haya ni una referencia a Steve Jobs, con el que también estuvo ligada sentimentalmente. Si comenta, en cambio, con detalle una breve relación lésbica que mantuvo en su juventud. El final del documental muestra a una octogenaria en paz consigo misma tras el terapéutico exorcismo público.
Frente a la parlanchina sinceridad de Joan Baez, Pepa Flores permanece en riguroso silencio desde su retirada del cine y la vida pública hace ya cuatro décadas. El recurso que utiliza Blanca Torres, la directora de Marisol, llámame Pepa, es una voz en off que -como advierte una nota inicial- recrea declaraciones hechas por o atribuidas a la actriz. De modo que cuando es la niña la que habla son en realidad los textos que otros redactaban para sus fans, en esa confusión entre la niña real y el personaje con la que se jugó para convertirla en ídolo infantil. A ello se suman extractos de entrevistas que concedió ya adulta y harta de su personaje, y el testimonio de antiguas fans, desde Elvira Lindo a Esperanza Aguirre, pasando por Cristina Almeida.
El caso de Marisol tiene algo de paradójico, porque es sin duda uno de los mitos del cine español y sin embargo no tiene en su carrera ni una sola gran película. No lo fueron las que protagonizó en la década de los sesenta como niña y después adolescente, y tampoco ninguna de las que rodó ya adulta, ni siquiera las dos que hizo con Bardem -La corrupción de Chris Miller y El poder del deseo- y la que filmó a las órdenes de Mario Camus, Los días del pasado.
La parte más interesante del documental es la que explica la fabricación del ídolo infantil: una niña de origen muy humilde, nacida en un corralón malagueño en el que convivían sesenta familias, baila y canta como miembro de la Sección Femenina en una demostración folclórica y sindical ante el Caudillo en el Santiago Bernabeu. Le echa el ojo al verla por televisión Manuel Goyanes, que intuye su potencial y se la lleva a vivir a su casa con su familia. La niña deja atrás a sus padres y crece con los hijos del productor, que la convierte en Marisol.
Protagoniza una sucesión de edulcoradas películas en technicolor y deviene tal fenómeno que Goyanes aparca el resto de sus negocios para consagrase a ella y exprimirla cual gallina de los huevos de oro. El documental muestra las giras americanas -llegó a actuar en el show de Ed Sullivan, donde coincidió con Harpo Marx- e incluso la promoción de un disco en Japón. Al régimen le venía de maravilla como contribución para transmitir una imagen de modernidad y apertura en los años en que el país empezaba a recibir turistas y estaba interesado en disimular ante el amigo americano su condición de dictadura.
Marisol se convirtió en un fenómeno sociológico gracias al habilidoso uso de herramientas de marketing: el club de amigos de la niña actriz que se monta para recibir y responder en su nombre el alud de cartas de niños, las varias revistas que se le consagran… Siempre jugando con la peligrosa confusión entre la persona real y el personaje, por la que acabará pagando un peaje, como en su día Judy Gardand y después tantas estrellas infantiles del Disney Chanel.
Sin embargo, se echan en falta en el documental detalles sobre los rodajes con el director Luis Lucía, famoso por sus malas pulgas o la mención de que el actor estadounidense Mel Ferrer llegó a dirigir una de sus películas. Y sobra cierta manipulación cuando se habla de la explotación a la que la sometía Goyanes y se intercalan fotos del productor jugando con ella y de los actos sociales con “señores mayores”, a los que tenía que acudir. Imágenes que se prestan a ser interpretadas como atisbo de algo que no hay constancia que sucediera, más allá de la indiscutible explotación laboral. Si hubo otro tipo de abusos, sería todo un scoop desvelarlos, lo que no se puede hacer es lanzar veladas insinuaciones sin ir más allá.
La segunda parte está consagrada a como Pepa Flores trata de sobrevivir al mito de Marisol en los años del postfranquismo y la transición. Tras un matrimonio rápidamente disuelto con uno de los hijos de Goyanes y la ruptura total con el productor, entra en su vida Antonio Gades y con él los entusiasmos comunistas más dogmáticos. La pareja se casa en Cuba con Fidel y Alicia Alonso -gran bailarina y gran lacaya del régimen- como testigos. Militan en el Partido Comunista de los Pueblos de España, es decir el de estricta obediencia moscovita cuando todavía existía la URSS.
Al escándalo de que Marisol se ha hecho roja, se suma otro sociológicamente todavía más relevante: la celebérrima portada de Interviú en la que la antigua estrella infantil aparecía desnuda. La revista de Asensio subió sus ventas hasta el millón de ejemplares. Aquí de nuevo se echan en falta más detalles. Cuenta esta historia el autor de las fotografías, César Lucas, que al parecer las ofreció sin el consentimiento de ella. Sin embargo, no explica quién y cuánto dinero cobró, ni cómo, cuándo y con qué finalidad se tomaron, dado que son un evidente posado. Aun con algunas carencias, Joan Baez: I Am Noise y Marisol, llámame Pepa, son dos valiosos documentales que tratan de explorar a la persona que hay detrás del ídolo, la realidad que se esconde detrás de la ficción.