Los delincuentes: cómo ser libre (en la vida y en el cine)
La película de Rodrigo Moreno, que comienza como una historia criminal ortodoxa, evoluciona hasta convertirse en una estimulante reflexión sobre la libertad que destaca dentro de un panorama cinematográfico alérgico a los riesgos artísticos
29 noviembre, 2023 15:48El año pasado Argentina presentó al Óscar a mejor película internacional Argentina, 1985 de Santiago Mitre, que tuvo serias opciones de ganar, pero fue derrotada por la alemana Sin novedad en el frente. Este año ha presentado a la preselección Los delincuentes de Rodrigo Moreno (Buenos Aires, 1972), que tiene nulas posibilidades de hacerse con la estatuilla; de hecho, es improbable que pase siquiera la criba de la que saldrán las finalistas. ¿Por qué? Argentina, 1985 lo tenía todo para gustar a los académicos y a un público amplio: aborda un tema histórico relevante, trabaja con eficacia la tensión dramática, juega bien la baza de la emotividad y su protagonista es un héroe de raigambre clásica, con nobles ideales. Es una buena película, sin duda, pero también previsible en el uso de sus recursos (y trucos).
Los delincuentes está en las antípodas. No es lo que parece de entrada, reta al espectador, rompe esquemas y normas sacras de la narrativa convencional. Desconcertará a más de uno, porque es una propuesta a contracorriente, estimulante en un panorama cinematográfico bastante alérgico a los riesgos, en el que prima la adocenada reiteración de fórmulas: remakes, refritos, propuestas clonadas que juegan sobre seguro. Presentarla a los Óscar es un sublime gesto de provocación, una bravata destinada a la ineludible derrota.
Los delincuentes no es, sin embargo, una película solitaria. Su existencia se explica como parte de una corriente subterránea del cine argentino actual, representada sobre todo por varios títulos de la productora El Pampero Cine, a la que no pertenece Los delincuentes, pero con la que tiene muchos puntos en común. Entre otros: la apuesta por la libertad creativa que rompe sin complejos pautas asimiladas como intocables en asuntos como la estructura narrativa, la unidad de tono, etc; el juego desinhibido con el pastiche de géneros diversos, y unos metrajes que no temen provocar la extenuación del espectador.
Los delincuentes dura algo más de tres horas, ampliamente superadas por algunas de las producciones más reputadas de El Pampero. El récord lo ostenta Mariano Llinás (coguionista, por cierto, de Mitre en Argentina, 1985) con La flor, dividida en tres partes cada una de las cuales contiene varias películas dentro de la película, que forman un enigmático y fascinante patchwork que dura en total ¡casi 14 horas! También es el autor de Historias extraordinarias, otra pirueta formal, en este caso de solo cuatro horas. Tiene la misma duración otra de las piezas destacas de esta productora, Trenque Lauquen de Laura Citarella, con estrambóticos toques lyncheanos. La protagonista y coguionista es Laura Paredes, que en Los delincuentes interpreta a una desquiciada investigadora y en Argentina 1985 daba vida, en una escena sobrecogedora, a la testigo que relata sin perder la compostura las brutales humillaciones que sufrió tras ser detenida embarazada. Todas estas producciones de El Pampero las tienen disponibles, si se animan, en Filmin.
Los delincuentes se divide en dos partes. La primera -de una hora y veinte minutos- es meridianamente ortodoxa, con aires de thriller indie de ritmo pausado. Morán (Daniel Elías), un empleado de banca, harto de ganar un sueldo miserable y arrastrarse por una vida anodina toma una decisión. Roba 650.000 dólares que le van a garantizar vivir como sueña, sin el peaje del trabajo. El precio a pagar: una condena de prisión que, con las rebajas por buen comportamiento, calcula que será de poco más de tres años. Mete en el ajo a un compañero del banco, Román (Esteban Bligiardi), al que le pide que, a cambio de un porcentaje, le guarde el botín durante su estancia a la sombra.
Cuando Román, acosado por los investigadores, procede a esconder el dinero en un lugar recóndito que le ha indicado Morán, acaba la primera parte. Y justo ahí, sin siquiera una elipsis, empieza la segunda. En apariencia la narración sigue su curso sin ninguna ruptura, pero el segundo tramo es una sucesión de variaciones temáticas y formales que llevan a la película en inusitadas direcciones.
Lo que hasta este momento parecía una ortodoxa cinta criminal cumplidora con los cánones del género, deviene otra cosa, o más bien otras cosas. Román, tras esconder el dinero, se encuentra con dos hermanas y un joven cineasta que están tomando el sol en un recodo del río y de pronto la historia deriva en una suerte de fábula pastoril. Una de las hermanas, Norma (Margarita Molfino), es un espíritu libre que desencadenará emociones que afectaran a los dos implicados en el robo. Y a partir de aquí la propuesta se disgrega en drama filosófico-carcelario, parodia de los procedimientos de la investigación policial, crónica desoladora de las mezquindades del mundo laboral, drama sobre una crisis de pareja, romances orquestados como un juego de azares y repeticiones, y como guinda asoma el tema del doppelgänger, con ecos borgianos, que se trabaja con varias escenas con pantalla partida en las que dos personajes separados en el espacio repiten los mismos gestos.
La película está repleta de de guiños y juegos. Los nombres de los personajes son anagramas: Morán, Román, Norma, Morna y Ramón (y hasta aparece un cómic de Namor); al director del banco y el preso que gobierna el pabellón de la cárcel donde acaba Morán los interpreta el mismo actor… Y hay situaciones deliciosamente absurdas: al inicio una clienta del banco se queda sin poder cobrar un cheque porque los empleados descubren desconcertados que hay otro cliente que tiene una firma exactamente igual; en una larga escena hay una silla que no para de chirriar; aparece por dos veces un niño con un jersey rojo que pide metódicamente tres vasos de agua...
Los delincuentes dialoga con un pequeño clásico del cine argentino de 1949, Apenas un delincuente de Hugo Fregonese, la última cinta que el cineasta rodó en su país antes de partir a Hollywood, donde dirigió mucho cine de serie B, sobre todo westerns. Digo que dialoga, porque no es un remake, sino que toma el nombre del protagonista, José Morán, y la idea principal de la trama, que Rodrigo Moreno manipula a conveniencia.
En la película de Fregonese (si quieren verla, se encuentra una copia apañada en YouTube) el protagonista es un tipo que se da aires de dandy, pero trabaja como modesto contable en una empresa. Son las deudas de juego acumuladas las que le llevan a maquinar el cobro de un cheque amañado con la intención de vivir sin pegar golpe después de una temporadita entre rejas. Sin embargo, el desarrollo en ambas obras es muy distinto, porque en el clásico el personaje se mezcla en la cárcel con unos anarquistas que quieren quedarse con su botín. Además, por cumplir con la moral de la época y con la censura, el aprendiz de criminal acaba pagando muy cara su tentativa de hacerse rico a las bravas. Tanto el desarrollo como el final que propone Moreno son muy distintos.
Los delincuentes incorpora además algunas citas nada casuales. En primer lugar, uno de los protagonistas se mete en una sala de cine a ver El dinero de Robert Bresson, inspirada en el relato de Tolstoi El billete falso, en la que plantea una metódica manipulación de los mecanismos narrativos del género policiaco. Además, incorpora el recitado de sendos poemas de dos raros de la literatura argentina. Fui al río de Juan L. Ortiz: “Fui al río y lo sentía / cerca de mí, enfrente de mí (…) Era yo un río en el anochecer / y suspiraban en mí los árboles / y el sendero y las hierbas se apagaban en mí. / Me atravesaba un río, me atravesaba un río”, texto que remarca el contraste ciudad/campo -Buenos Aires/Alpa Corral, en la provincia de Córdoba- con el que juega la película y anticipa el hermoso final en el que el protagonista se funde con el paisaje. El otro poema es La gran salina de Ricardo Zelarayán: “La palabra misterio hay que aplastarla como se aplasta una pulga, entre los dos pulgares. La palabra misterio ya no explica nada. El misterio es nada y la nada no se explica por sí misma”.
Y por último, se da relevancia a un disco del grupo argentino de los setenta Poppa’s Blues, que pasa de mano en mano para volver finalmente a su propietario, trazando un círculo. La canción más célebre -que se escucha en varias escenas- es ¿Dónde está la libertad? Y esta es la clave de la cinta: lo que empieza como una película de robo acaba siendo una profunda y juguetona reflexión sobre la libertad, sobre el precio que estamos dispuestos a pagar por ella y sobre cómo pretendemos vivirla. ¿Dónde está la libertad? La respuesta que parece sugerir Moreno es: en la decisión drástica de romper con todo, sabiendo que pagaremos un alto precio, pero sobre todo en el amor y en las ficciones.
Esta reivindicación de la libertad la lleva Los delincuentes al plano formal, a la práctica del cine. Es la libertad de contar las historias rompiendo con los esquemas clásicos, rodando de forma desinhibida. Hay en la cinta aires del naturalismo rohmeriano, con la aparente improvisación de los actores, y también se perciben ecos de Jarmush, su humor deadpan y su deconstrucción de los géneros. Además, el personaje de Ramón, el joven cineasta chileno que vive con Morna y no acaba nunca su película, parece un autorretrato paródico del propio director.
Los delincuentes, cuarta película de Moreno, no es perfecta. Su guion no está exento de patinazos. ¿Para qué necesita el ladrón un cómplice que le guarde el dinero cuando después le indica un escondrijo en el que ocultarlo, cosa que podría haber hecho él mismo? Por encima de estos deslices, brilla su seductora experimentación con las estructuras narrativas tradicionales. En este sentido, está muy alejada de notorias películas argentinas de robos y engaños que se mueven por territorios más ortodoxos como Nueve reinas de Fabian Bielinsky (y la que rodó después, la mucho menos conocida El aura,) o El robo del siglo de Ariel Winograd, basada en un increíble caso real.
Vocacionalmente rara, radicalmente libre, Los delincuentes puede sorprender o desconcertar. Es un vivificante reto para espectadores dispuestos a explorar nuevos territorios. Un soplo de aire fresco, un sano gesto de rebeldía contra los caminos trillados. Un canto a la libertad, en la vida y en el cine.