Una imagen de 'The Killer'

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Cine & Teatro

El asesino de Fincher: matar por encargo es una profesión aburrida y solitaria

El director norteamericano estrena The Killer, un virtuoso divertimento formal, basado en un cómic de Matz y Luc Jacamon sobre un sicario, que destaca por ser una lección de narrativa cinematográfica y estilo visual

15 noviembre, 2023 18:46

“Es increíble lo agotador físicamente que puede resultar no hacer nada.” Esta frase, con la que se abre El asesino de David Fincher (disponible en Netflix), es el arranque del largo monólogo del protagonista que va punteando toda la película. Su profesión es la de sicario y va repasando las reglas a las que se ciñe para desempeñar su labor y seguir vivo. Además, introduce pinceladas de humor negro y sentencias lapidarias como esta: “La suerte no existe, ni el karma, ni, por desgracia la justicia”. Volviendo al tema de la máxima inicial, añade: “Si no soportas el aburrimiento, este trabajo no es para ti.” Y es que ser asesino a sueldo es un oficio que obliga a largas horas -y hasta días- de minuciosa planificación y soporífera espera, hasta que llega el momento propicio para disparar al objetivo designado, desde una aséptica distancia y con la ayuda de una mira telescópica.

Si las bases de la narrativa policiaca y los perfiles del sagaz investigador y el genio del crimen se forjaron entre finales del XIX y principios del XX -con autores como Poe, Conan Doyle y Maurice Leblanc-, fue entre las décadas de los treinta y los cincuenta del pasado siglo cuando la literatura y el cine norteamericanos construyeron los arquetipos del género negro sobre los que continuamos pivotando: el detective hastiado, el gánster psicopático, el criminal trágico con su propia ética, la femme fatale

'This Gun for Hire', de Frank Tuttle

'This Gun for Hire', de Frank Tuttle

También el frío y metódico asesino a sueldo, aunque este tarda un poco más en tomar protagonismo. El primer atisbo cinematográfico lo encontramos en 1942 en El cuervo (título original: This Gun for Hire) de Frank Tuttle y el personaje se perfila de forma ya más clara en dos pequeñas joyas recónditas de serie B: Asesinato por contrato dirigida en 1958 por Irvin Lerner, sobre un psicopático sicario que entra en crisis cuando el nuevo objetivo que le asignan resulta ser una mujer, y Blast of Silence, dirigida e interpretada por Allen Baron en 1961, una rareza incomprendida en su día y rescatada hace unos años, que sigue los pasos de un solitario asesino que espera -paseando por las calles de una Nueva York engalanada para las navidades- las instrucciones para un trabajo, mientras se plantea abandonar la profesión. No es casual que ambos títulos los haya citado como fuentes de inspiración Martin Scorsese. 

Hay otra cinta relevante, Código del hampa de Donald Siegel, de 1964, segunda adaptación del relato Los asesinos de Hemingway, que a diferencia de la primera -Forajidos de Siodmak- se centra en los ejecutores (Lee Marvin y Clu Gulager) y contiene una curiosidad: aparece Ronald Reagan en su último papel en el cine, interpretando a un villano tremebundo. Sin embargo, la película que marca un antes y un después en la forja del perfil del personaje del asesino a sueldo llega de Francia en 1967: El silencio de un hombre (título original: Le samuraï) de Jean-Pierre Melville, con Alain Delon.

'Le samuraï', de Jean-Pierre Melville

'Le samuraï', de Jean-Pierre Melville

Lo que hace Melville, apasionado de la cultura popular americana, es monumental y similar al logro de Sergio Leone. Si este último relee y reinventa el western, el género estadounidense por antonomasia, desde Italia (¡y Almería!), el director francés hace lo propio con el cine negro. Ambos, desde Europa, juegan con el imaginario made in USA y las fórmulas narrativas de su cine, con la intención de crear pastiches o clonaciones con destino a los cines de barrio. Sin embargo, su puesta en escena es tan excepcional y logra tal potencia icónica, que refundan los respectivos géneros, los transforman para siempre y logran la asombrosa pirueta de reconducir los postulados del western y el cine negro incluso en su país de origen. 

Del imaginario visual y el tono narrativo de El silencio de un hombre surgen por ejemplo los conductores especializados en huidas de atracos de dos cumbres del cine policiaco estadounidense: Driver de Walter Hill y Drive de Nicolas Winding Refn, o el ex marine contratado para rescatar a una niña de una red de pederastas de En realidad, nunca estuviste aquí de Lynne Ramsay, con Joaquin Phoenix. 

'Chacal', de Fred Zinnemann

'Chacal', de Fred Zinnemann

Con El silencio de un hombre Melville sienta las bases del paradigma del asesino a sueldo: frío, metódico, profesional, con un código ético propio, solitario y silencioso. Es a partir de aquí que empiezan las reelaboraciones y variaciones sobre el arquetipo. La lista sería interminable, desde el histórico Chacal de Fred Zinnemann (y la posterior serie televisiva de Assayas, Carlos) hasta la variante oriental que representan Branded to Kill del iconoclasta Seijun Suzuki o Golgo 13, basado en un personaje de manga e interpretado por Sonny Chiba.

Más adelante, surgen la versión posmoderna de Jim Jarmush en Ghost Dog; los sicarios de aires becketianos de la estupenda Escondidos en Brujas de Martin McDonagh; el liquidador enfrentado a un horror metafísico de Kill List de Ben Wheatley; el sofisticado esteticismo de El americano de Corbijn con Clooney, Colateral de Michael Mann, los varios sicarios de Tarantino, e incluso la encantadora parodia de Edouard Mollinaro L’Emmerdeur, en la que el trabajo de un profesional del asesinato (al que da vida Lino Ventura) se ve entorpecido por el suicida alojado en el mismo hotel, en la habitación contigua. Y por otro lado están las decenas de películas más centradas en la acción: desde los productos comerciales más pedestres a las propuestas más sofisticadas, como las incursiones de Luc Besson en Léon el profesional y Nikita, dura de matar, o la saga de John Wick, pasando por Polar, con Mads Mkikelsen y basada en un cómic de Victor Santos.

'El asesino', el cómic de Matz y Luc Jacamon

'El asesino', el cómic de Matz y Luc Jacamon

También El asesino de Fincher se basa en un cómic. Los autores son Matz y Luc Jacamon y consta de 13 álbumes, publicados en Francia por Casterman y aquí traducidos por Norma. La adaptación al cine es libérrima y solo utiliza uno de los arcos dramáticos de la serie. El guionista, Andrew Kevin Walker (que ya colaboró con el cineasta en Seven) mantiene el monólogo del protagonista como hilo conductor, pero se lleva la trama a su terreno: elimina las referencias políticas, los abundantes desnudos, escenas de sexo y detalles íntimos que aparecen en el cómic. Reduce personaje y trama a la esencia, a un esquema narrativo muy simple: un trabajo del sicario sale mal, su vida se ve amenazada y su amante es atacada en su refugio, por lo que debe localizar y eliminar metódicamente a quienes pretenden acabar con él y vengar la agresión sufrida por su amante. 

El cineasta se mueve dentro de los parámetros de un subgénero muy pautado y en un terreno muy trillado. Este es el motor argumental de decenas de películas de asesinos a sueldo que, de pronto, se ven convertidos en presa. Y es básicamente extensible, con algún matiz diferencial, a otras decenas de cintas de vigilantes o justicieros (con Charles Bronson y la saga Death Wish a la cabeza). En la gran mayoría de ellas, el foco se pone en la espectacularidad de las escenas de acción y en el grado de violencia más o menos extrema que se alcanza.

'The Killer'

'The Killer'

Sin embargo, a Fincher no le interesa tanto la acción como la construcción de un clima a través de los preparativos y los tiempos muertos (reiteradas escenas en aeropuertos y aviones, que no generan un cosmopolitismo glamuroso a lo James Bond, sino que retratan rutinas -higienizar para eliminar huellas- y a un tipo cuyo disfraz favorito -a modo de mono de trabajo- es el de anodino turista alemán). Otro detalle curioso: para concentrarse cuando llega el momento de actuar, se pone su lista de Spotify de los Smiths, que suenan a lo largo del todo el metraje. 

¿Innova, transgrede o trasciende David Fincher en El asesino? A primera vista no. ¿Estamos ante un Fincher menor? Probablemente sí. ¿Es por tanto una película prescindible? De ninguna manera. ¿Por qué? Porque es puro cine, un ejercicio de estilo muy disfrutable -aunque habrá quien lo considere hueco-, como lo son Solo Dios perdona o The Neon Demon de Winding Ref. Puros juegos estéticos en los que las tramas narrativas no son más que excusas para un despliegue de recursos visuales. No nos engañemos: Seven en realidad era básicamente eso, con sus vistosos crímenes inspirados en los pecados capitales como hilo conductor de una gran pirueta formal. 

'The Killer'

'The Killer'

La reducción de la trama a un esquema muy básico, dividido en capítulos, permite a Fincher centrarse en la apabullante construcción plástica; apenas hay diálogos y el desarrollo dramático no es complejo ni incluye giros inesperados. La gran virtud del cineasta, que se curtió en los videoclips y la publicidad, es su capacidad para seducir al espectador con la fuerza de las imágenes. Repite aquí con el director de fotografía Erik Messserschmidt (ya había trabajado con él, en un espléndido blanco y negro, en Mank), que maneja el claroscuro y una paleta de colores de tonalidades frías.

Michael Fassbender (ahora más centrado en su pasión por las carreras de coches, como en su día Paul Newman, que en su faceta actoral) aporta un trabajado hieratismo al personaje, una de cuyas obsesiones es jamás empatizar, porque eso significaría dejar testigos, cabos sueltos. El protagonista es una máquina de matar, sin escrúpulo alguno, pero también sin regodeo ni placer sádico. La película es un one man show -con aparición episódica de Tilda Swinton- que en ningún momento trata de explorar la psique del asesino, se limita a retratarlo como profesional y sigue sus procedimientos, incluyendo el toque cómico de pedir un duplicador de llaves digitales por Amazon. 

'The Killer'

'The Killer'

El Fincher más ambicioso es el de la incomprendida Zodiac, que se leyó como una obra sobre un psicópata, cuando en realidad versaba sobre cómo la obsesión por descubrir a ese enigmático criminal condicionaba y destrozaba las vidas de tres personajes. En El asesino no hay ni rastro de esa complejidad psicológica, pero sí algunos juegos interesantes en el manejo de las expectativas del espectador.

Si en Zodiac se atrevió con un final abierto que desconcertó a más de uno, aquí sitúa la escena de acción más espectacular -una larga pelea con perro asesino incorporado- en el centro, mientras que el final es descaradamente anticlimático. ¿Estamos ante un mero ejercicio formal? Sí, pero tan bien resuelto, tan seductor, tan disfrutable, que justifica la película. Un divertimento tan virtuoso que se convierte en una lección de narrativa cinematográfica y estilo visual.