¡Qué vidas más tristes (pero hilarantes)!
Producto extraño y casi marciano en la ficción española, Poquita fe, la serie de Juan Maidagán y Pepón Monter, constituye una gratísima sorpresa para los devotos del humor alternativo
4 agosto, 2023 13:48Estupenda serie de humor en Movistar, la española Poquita fe, creada y escrita por Juan Maidagán y Pepón Montero, quien dirige los doce episodios de una temporada que espero que no sea la última, pues la historia (aunque, al modo de Seinfeld, vaya sobre nada) aún tiene cuerda para rato. Por lo menos, para los devotos del post-humor que adoran al Larry David de Curb your enthusiasm, el Ricky Gervais de Extras e incluso al Juan Cavestany de Vergüenza. Los capítulos son breves (una media de quince minutos) y les basta con una idea deliberadamente idiota para mantener pegado a la pantalla a cualquier espectador con un sentido del humor ligeramente retorcido.
Poquita fe se centra en la gris, sosa y aburrida vida cotidiana de una pareja de pobres desgraciados que anhelan, aunque sin sobreactuar, una existencia un poco más estimulante que les da esquinazo constantemente, principalmente gracias a su tendencia al conformismo y la vagancia física y moral de sus integrantes, José Ramón (el Raúl Cimas de Muchachada Nui, hilarante como suele) y Berta (Esperanza Pedreño, a la que recordamos por la serie Cámara Café, creada años ha por el tándem Montero – Maidagán, responsables también del peculiar largometraje Los del túnel).
José Ramón trabaja de segurata en un edificio oficial en el que se aburre como una ostra (su idea de la diversión se reduce a tomar cañas, comer croquetas, fumar porros y veranear cada año en Almuñécar). Berta presta sus servicios en una guardería, pero los niños se echan a llorar cada vez que la ven. Les rodea una panoplia de seres humanos descorazonadores: los padres de Berta, que siempre han querido más a su hermana lesbiana; la madre de José Ramón (la gran Marta Fernández Muro), una excéntrica que siempre lleva boinas de fantasía y que suele considerar a su hijo un incordio; la mujer de la tienda de al lado de la guardería, Isabel, falsa cosmopolita que no sabe dónde le da el aire; el aburridísimo amigo de José Ramón en el ministerio (o lo que sea); el vecino de la infeliz pareja, un vagazo con más cara que espalda que recuerda al Kramer de Seinfeld; y así sucesivamente, hasta formar un grupo humano compuesto por personas de muy mala calidad.
Explicada así, Poquita fe puede sonar a experiencia audiovisual tirando a deprimente. Lo es. Pero la manera de abordar una serie de existencias banales y aburridas es tan brillante (parece mentira que una serie como ésta haya tardado diez años en hacerse realidad) que los resultados, en ocasiones hilarantes, dejan al espectador con la duda de si debería estar riéndose o llorando. Cimas y Pedreño están magníficos en sus respectivos papeles de calzonazos sin imaginación e insatisfecha crónica: de hecho, no se entiende muy bien qué los atrajo al uno del otro, pues los pillamos en pleno tedium vitae, que es el genuino leit motiv de esta insólita serie en el panorama audiovisual español.
Cada uno de los doce episodios de Poquita fe pasa en un mes, transitando de enero a diciembre entre dimes y diretes, situaciones absurdas, abundancia de momentos bochornosos, atentados constantes contra la autoestima de la pareja protagonista (atención al personaje insoportable de Pepelu, un imbécil que solo habla de Tailandia, país en el que vive y en el que se aburre como una seta, como acabamos descubriendo) y una sensación generalizada de fútil banalidad, pero con grandes posibilidades cómicas, siempre que no se consideren cimas del humor las series de Lina Morgan o el show de Benny Hill, claro está.
Producto extraño y casi marciano en la ficción española (de ahí, supongo, lo que costó levantarlo), Poquita fe constituye una gratísima sorpresa para los devotos del humor alternativo que se asomaron a él con La hora chanante o ciertas series anglosajonas ya citadas en este artículo. La brevedad de los episodios te lleva de uno a otro porque, sin que lo entiendas muy bien, te interesa seguir enterándote de lo que les pasa (o, más bien, de lo que no les pasa) a esa pareja de pasmados que componen Berta y José Ramón, por los que acabas sintiendo una mezcla de compasión y cariño tan extraña como satisfactoria.
Puede que Poquita fe no sea para todo el mundo (intenta explicarle a alguien de qué va y a ver cómo te sales del brete), pero se enmarca en una tendencia internacional de lo que podríamos llamar humor deprimente, centrado en el absurdo y el aburrimiento de la vida contemporánea, que da mucho de sí. A mí me ha encantado, pero si no le ven la gracia, lo comprenderé perfectamente y solo les pediré que no me guarden rencor.