Imagen de la serie 'Gunther, el perro millonario' / NETFLIX

Imagen de la serie 'Gunther, el perro millonario' / NETFLIX

Cine & Teatro

Los (supuestos) millones de Gunther

La serie 'Gunther, el perro millonario' constata las excentricidades de su cuidador, que gustará a los que aman las extravagancias vitales

10 febrero, 2023 19:00

Como siento una especial debilidad por los documentales de gente que no está del todo en sus cabales (desde un punto de vista algo retorcido, los majaretas pueden resultar muy atractivos), no me ha quedado más remedio que tragarme la miniserie de Netflix Gunther´s millions, aquí rebautizada como Gunther, el perro millonario. El pobre perro original, que ha ido siendo sustituido por otros pastores alemanes idénticos, por lo que el que vemos en pantalla es Gunther VI, es, de hecho, un personaje secundario de la historia, aunque lo veamos navegar en un yate o disfrutando de las delicias gastronómicas que le prepara su cocinero particular. Aquí, el que corta el bacalao es su cuidador, Maurizio Mian, un liante de dimensiones épicas que podría haber sido un actor en la línea del gran Alberto Sordi y que, por lo que explica a cámara, parece bastante evidente que le falta una patata para el kilo, lo cual no le ha impedido (yo diría que incluso le ha potenciado) montar un circo de tres pistas en torno al pobre Gunther, que se lo mira todo sin entender nada, pero agradece los solomillos que le caen y los paseítos en yate.

Esta historia da muchas vueltas, a cuál más demencial. En principio, se supone que el primer Gunther fue el heredero universal de una aristócrata alemana, Karlotta Leibenstein, quien, tras el suicidio de su hijo, que también se llamaba Gunther (de hecho, al chucho le pusieron el nombre del difunto), legó su inmensa fortuna al perro que había sido como un hermano para su depresivo retoño. Ni corta ni perezosa, doña Karlotta creó un fideicomiso para el perro, del que se encargaría el mejor amigo de su difunto vástago, el italiano Maurizio Mian, llamado a velar por los intereses de todos los Gunther que fueran naciendo y gastándose el dinero heredado por el perro en lo que le pareciera más adecuado para el bienestar de éste.

Juergas inacabables

A Maurizio le dio por comprarle casas al chucho (entre ellas, la de Madonna en Miami), que disfrutaban él y sus amigotes. Para acompañar a Gunther, se inventó a The Burgundians, un grupo de chicos y chicas que no sabían ni cantar ni bailar ni hacer la o con un canuto, pero que llegaron a grabar, con músicos de estudio, un disco que no compró nadie. Con la ayuda de un médico en cuyas manos nadie se pondría nada más verlo, se entregó a planes eugenésicos dignos del doctor Mengele que, mezclando a un chico y una chica de gran belleza e inteligencia, dieran inicio a una nueva raza que ríete tú del superhombre de Nietzsche (los experimentos no llegaron a ninguna parte). Lo que sí logro el emprendedor Maurizio fue crear una especie de secta en la que él era el gurú y que se dedicaba a lo habitual entre las sectas: sexo a mansalva, juergas inacabables y juegos de poder. Por el camino, Maurizio se iba convirtiendo en un tertuliano muy codiciado en los canales de televisión, donde gustaba de presentarse como un visionario clarividente y precursor que, gracias a los monises del perro, se disponía a crear una nueva raza humana de una perfección física y mental inaudita.

Cartel de la serie / NETFLIX

Cartel de la serie / NETFLIX

Me van a disculpar el spoiler, pero todo lo que decía Maurizio era mentira. La aristócrata alemana nunca había existido y el dinero de Gunther surgía de la familia de su cuidador, propietaria de una compañía farmacéutica de relumbrón. El hijo de Karlotta también era una entelequia, un amigo imaginario que se había inventado Maurizio para ocultar que quien tenía problemas mentales y era propenso a la depresión era él mismo. No queda claro por qué Maurizio se inventó tan elaborada patraña cuando podría haberse limitado a despilfarrar los monises de la familia, pero también es verdad que, si hubiera hecho eso, nunca habríamos podido disfrutar de esa oda a la locura que es la serie dirigida por Aurelien Leturgie y coescrita entre éste y Emilie Dumay.

Un lugar que apetece visitar

Hay algo fascinante en la insania de Maurizio Mian, que es como un personaje de la película de Fellini I vitelloni, un pobre infeliz con problemas mentales cuyo dinero le sirvió para adquirir mujeres, amigos y una cierta condición de celebrity. Gracias a la trola del perro millonario, consiguió llamar la atención de los medios de comunicación y sentirse el centro de algo, aunque ese algo fuese una chaladura absurda y un pelín incomprensible. Un excéntrico y un loco no son exactamente lo mismo, pero en el caso de Maurizio, ambas características van de la mano y lo convierten en el insólito protagonista de una historia que, durante unos años, le permitió sentir que era alguien importante. A diferencia de otros gurús, Maurizio no llegó a hacer daño a nadie y, por lo que se ve en la serie, todos los que lo soportaron durante una época parecen haber salidos ilesos de la experiencia. Maurizio es el único líder de una secta que ha invertido su dinero en fabricarse una familia con la excusa de cuidar de un perro que se llamaba igual que su supuesto gran amigo de la adolescencia, Gunther, de profesión, sus depresiones.

Gunther´s millions se ve con la misma fascinación con que aminoramos la velocidad del coche al pasar junto a los restos de un espantoso accidente de carretera. Ambas cosas son un horror, pero no podemos dejar de observarlas. Y lo más curioso del caso, es que uno acaba empatizando mínimamente con el perturbado Maurizio, al que abandonamos junto a Gunther VI sin saber qué será de él. Me temo lo peor, ya que al hombre se le ha ido yendo la olla cada vez más desde la muerte de su querida madre, pero su historia, que no sé si merecía ser contada, da para cuatro episodios entre jocosos y deprimentes que no son para todo el mundo, pero harán las delicias de los devotos de las extravagancias vitales: como ciertas ciudades, el mundo de Maurizio es un lugar que apetece visitar, pero en el que no te quedarías a vivir ni loco. Bueno, puede que loco sí. Pero muy loco.