La vida privada de Patricia Highsmith
El documental alemán 'Loving Highsmith' repasa la vida de la escritora estadounidense, cuya lucidez solo le permitió ser feliz durante breves lapsos de tiempo
10 agosto, 2022 00:00Que tu madre intente eliminarte con aguarrás cuando aún estás en su vientre, aunque no lo consiga, no es el mejor augurio para tu estancia en la tierra. Eso le sucedió a la escritora norteamericana Patricia Highsmith (Fort Worth, Texas, 1921 – Locarno, Suiza, 1995), junto a muchas otras cosas que se nos cuentan en el interesante documental alemán Loving Highsmith, dirigido por Eva Vitija y que puede encontrarse en Filmin tras haber pasado por el Atlántida Film Fest de Palma de Mallorca. El interés de la propuesta no radica en su obra literaria, que se supone conocida por el espectador, si no en su vida privada, que siempre tuvo algo de nebulosa no muy fácil de entender. Loving Highsmith se concentra, básicamente, en la vida sentimental de la escritora, en las mujeres a las que amó y que nunca le duraban mucho fuese por el motivo que fuera: una novia la plantó cuando descubrió que desayunaba zumo de naranja con vodka y que podía tener una mala bebida que amenazaba seriamente la convivencia; de su gran amor, la británica Caroline, se deshizo ella cuando se dio cuenta de que su amante nunca abandonaría a su marido, condenándola a un papel de eterno segundo plato que no la hacía feliz. Highsmith se enamoraba mucho, pero las cosas casi nunca acababan saliendo bien. Poco antes de morir a causa de una leucemia (o un cáncer de pulmón, según otras versiones, pues era una fumadora compulsiva) vino a reconocer, como vemos en el documental, que su vida había sido un fracaso profesional y sentimental, pero me temo que es una conclusión bastante lógica en cualquier persona aquejada de lucidez. Y Patricia Highsmith siempre fue, ante todo, una persona extremadamente lúcida.
Highsmith se pasó la vida intentando querer a su madre (descrita como una zorra por una de sus novias), pero ésta nunca se dejó y solo le encontraba defectos a su hija. Intentó casarla con un joven de su edad, pese a que Patricia aseguraba que acostarse con un hombre era como hacerlo con un estropajo. En cuanto pudo, la escritora huyó de Texas, donde la gente como ella no estaba muy bien vista, y se fue a Nueva York, donde conoció sus primeros bares de lesbianas. Vino luego una peregrinación interminable por Europa, con largas estancias en Italia, Francia, Alemania y Suiza. Buscando el amor, básicamente, por cursi que pueda sonar. Y lo encontró a ratos, aliviando momentáneamente la amargura que arrastraba desde el incidente del aguarrás, la sensación de que la vida es muy poca cosa, tiene una duración muy breve y, encima, se pasa fatal (de ahí que buscara consuelo en el alcohol).
Profesionalmente, las cosas nunca le fueron mal. Su primera novela, Extraños en un tren (1950, fue llevada al cine por Alfred Hitchcock y fue un éxito de crítica y taquilla. La segunda la publicó bajo el seudónimo de Claire Morgan porque era una historia de amor entre lesbianas con final feliz, El precio de la sal, reeditada ya en su vejez como Carol y posteriormente adaptada al cine por Todd Haynes (cuando la leí, me pareció una cursilería gay totalmente alejada de su estilo habitual, pero comprensible en alguien maltratado por su condición sexual; no volvería a insistir en el tema hasta su último libro, Small g., un idilio de verano). En 1955 se inventó a un alter ego llamado Tom Ripley, un buscavidas amoral de sexualidad algo difusa, que la haría famosa, sobre todo en Europa. Le dedicó cinco novelas, la mayoría llevadas al cine con diferentes actores en el papel principal: Alain Delon, Dennis Hopper, Matt Damon, John Malkovich… Hay también una serie de televisión de 2021 que alguna plataforma de las que operan en España podría tener el detalle de colgar.
Loving Highsmith es, básicamente, un documental para fans de la escritora texana, pero también un agridulce recorrido por la vida sentimental de una mujer que nunca acabó de encontrarse a gusto en su propia piel. Los testimonios de familiares y ex novias ayudan a redondear el retrato de una mujer que pasó mucho tiempo sola o en compañía de gatos, animales a los que adoraba, como a los caracoles, que la fascinaban. A lo largo del metraje, asistimos a sus esfuerzos por ser feliz, por encontrar un amor duradero, por entender qué pinta en este mundo, por una serie de cosas que, en el fondo, son comunes a todos los seres humanos. Cuando un periodista francés le pregunta si es feliz y ella responde que sí, sabemos que miente o que piensa en los breves momentos de todo aquello parecido a la felicidad que ha vivido.
Es imposible tildar de entrañable a Patricia Highsmith, pues de todos es sabida su fama de alcohólica, cascarrabias y pesimista, pero no le faltaban motivos para las tres cosas. Lo importante es que dejó una obra soberbia (ella insistía en que no escribía thrillers, si no historias sobre lo más oscuro del alma humana) y que intentó, a su manera y con las malas cartas que le habían tocado en el reparto, ser feliz. Algo que solo consiguió durante breves lapsos de tiempo. Como casi todo el mundo.