Un escándalo muy británico
La serie 'A very british scandal' aborda la historia de un divorcio muy real a principios de los sesenta que plasma las taras morales de la alta sociedad inglesa
5 febrero, 2022 00:00La estupidez e inhumanidad de sus clases altas es un tema recurrente en la literatura británica. Aparece de manera amable en las novelas de P.G. Wodehouse protagonizadas por el merluzo de Bertie Wooster y su fiel mayordomo Jeeves, y con mayor crudeza en las de Evelyn Waugh (especialmente en Cuerpos viles, pero también en la célebre Retorno a Brideshead, a través de ese joven parásito que es Boy Mulcaster). En fechas más recientes, constituye el núcleo de Las novelas de Patrick Melrose, de Edward St. Aubyn, que contaron con una excelente adaptación televisiva protagonizada por Benedict Cumberbatch. La miniserie de HBO A very british scandal vuelve a insistir en las taras morales de la alta sociedad inglesa a través de la historia real de Margaret Whigham, cuyo divorcio a principios de los 60 de Ian Campbell, duque de Argyll, fue uno de esos escándalos que, sin llegar a las cotas del caso Profumo, tuvieron muy entretenidos a los lectores de tabloides durante un buen rato. Versión bufa del hundimiento de Oscar Wilde por pasarse de listo con la justicia de su época, A very british scandal nos cuenta la historia de una pija adinerada y de escasas luces, equilibradas por un exceso de desfachatez, que creyó que podía plantar cara a una justicia machista y victoriana que la convirtió en un chivo expiatorio de su clase social, que la abandonó en pleno, y en la alegría del populacho, que se dedicó a ponerla de puta para arriba y a tomar partido por su marido, quien, por cierto, era un indeseable de primer nivel.
Margaret (Claire Foy, previamente vista en The Crown) es una mujer más bien promiscua y acostumbrada a salirse con la suya que no calcula adecuadamente las posibilidades de éxito. Su marido, el duque de Argyll (el siempre solvente Paul Bettany) la seduce durante un trayecto ferroviario, se divorcia de su mujer y se casa con ella porque le pone y, sobre todo, porque está forrada y él es un holgazán alcoholizado que depende de sus esposas para llegar a final de mes y mantener su castillo en Escocia, que se cae a trozos. El matrimonio no tarda mucho en hacer aguas y se procede al habitual intercambio de cornamentas. Curiosamente (o no tanto), la sociedad de la época se muestra dispuesta a hacer la vista gorda con el aristócrata, pero no con la pelandusca de su mujer, que se pega la vida padre en público y se deja ver por las noches en elegantes bares y restaurantes con hombres que no son el suyo. Cuando llega la hora del divorcio, el duque, siempre a la última pregunta, se ofrece a ahorrarle a Margaret la vergüenza pública con un chantaje: si no va a juicio, se separa discretamente y le suelta una pasta, nadie verá unas fotos suyas en las que se la ve practicando una felación a un desconocido. Pero a esas alturas, Margaret detesta de tal modo a su marido que prefiere ir a juicio y poner voluntariamente la cabeza en la guillotina. Su destino: el ostracismo social hasta el fin de sus días. El del duque: nuevo matrimonio, esta vez con una millonaria norteamericana que cubrirá sus gastitos e impedirá que el castillo escocés se caiga de puro viejo.
Parásito social
Los protagonistas de A very british scandal son dos personas de muy mala calidad, pero una de ellas tiene además la desgracia de ser mujer. No se nos presenta a Margaret como una heroína del feminismo, lo cual es un hallazgo de la propuesta, pero sí como alguien que juega su partida con peores cartas. El espectador se acaba poniendo de su parte por eliminación, porque su marido es mucho peor que ella, ya que la serie nos la presenta como una niña malcriada y ociosa que, presa de un inesperado ataque de dignidad, pretende que se juzguen sus amoríos con la misma tolerancia con la que suelen juzgarse los de los hombres, cosa que no consigue. De hecho, lo único que logra con su actitud arrogante es concitar el odio y el desprecio de la clase alta y de la baja, unidas en el desprecio a sus intolerables ansias de libertad.
Puede que, a efectos comerciales, hubiese sido mejor embellecer el personaje de Margaret (afear aún más el del duque de Argyll era tarea imposible), convertirla en alguien que nunca fue, pero se agradece la opción elegida: reivindicar el derecho a la justicia de una mujer no precisamente ejemplar, de un parásito social de sexo femenino, de una niña rica convencida de que estaba protegida de todo por el dinero de papá. La empatía con los protagonistas no siempre es necesaria para disfrutar de una ficción: las desventuras de una mujer frívola y banal y de un hombre altivo y despreciable bastan para llamar la atención del espectador durante los tres capítulos de A very british scandal, que no deja de ser una nueva versión a A very english scandal –serie del año pasado sobre el político conservador y homosexual de armario Jeremy Thorpe que protagonizó Hugh Grant--, en la que el humor ha sido sustituido por el tono feroz y desabrido con que se aborda a una clase social egoísta y despectiva que, a ojos del espectador, merece cualquier desgracia que le pase. Aunque a menudo paguen (más o menos) justos por pecadores.