Una imagen de la miniserie 'La maldición de los Chippendales' / MOVISTAR

Una imagen de la miniserie 'La maldición de los Chippendales' / MOVISTAR

Cine & Teatro

Por el placer de las damas

La miniserie 'La maldición de los Chippendales', dirigida por Jesse Vile, desvela la intrahistoria del local que sirvió para empoderar a las mujeres

4 diciembre, 2021 00:00

La primera vez que visité la ciudad de Los Ángeles, en 1981, todo el mundo hablaba del Chippendales, un club que había alcanzado una especie de celebridad instantánea gracias a un espectáculo de strippers masculinos que congregaba cada noche a un mujerío desinhibido que, ¡por fin!, podía hacer el ganso igual que los hombres en lo relativo al esparcimiento erótico. Según me contaron, como la entrada al local estaba prohibida al macho de la especie durante el show, cuando este terminaba y se dejaba acceder a los hombres, más de uno conseguía pillar cacho aprovechando la calentura que se había adueñado de las mujeres durante su contacto con aquellos muchachos musculados y aceitosos que les habían frotado el paquete por las narices unos momentos antes.

Había quien consideraba el Chippendales un elemento fundamental para el empoderamiento femenino y quien pensaba que se trataba de la misma memez rijosa de los bares con bailarinas semidesnudas, pero bajo una apariencia liberadora y feminista. Nunca llegué a poner los pies en el Chippendales y me acabé olvidando del asunto hasta que Movistar empezó a emitir, hace unas pocas semanas, la miniserie documental en cuatro capítulos La maldición de los Chippendales, dirigida por Jesse Vile y que pone al descubierto la cutre y fascinante intrahistoria del local, con sus múltiples ramificaciones, sus impulsores y todo lo que llevó a que ese club de strippers para el placer de las damas se convirtiera en un material de primera para un estupendo true crime televisivo.

La idea del Chippendales la tuvo un cantamañanas procedente de Canadá llamado Paul Snider, quien ha pasado a la historia universal de la infamia por el asesinato de su mujer, Dorothy Stratten, estrella de la revista Playboy, protegida por el patrón, Hugh Hefner, y actriz incipiente que empezaba a salir con el cineasta Peter Bogdanovich, romance al que Snider puso fin de manera abrupta volándole la cabeza a la parienta (luego se suicidó). Fue el buscavidas canadiense quien convenció al empresario Steve Banerjee --un tío de Bombay que se había plantado en California para ser el nuevo Hugh Hefner-- de lo del espectáculo erótico para señoras.

Crónica negra

Aunque reticente al principio --creía Banerjee que las mujeres no respondían a los mismos estímulos sexuales que los hombres: se equivocó--, el gordito de Bombay no tardó mucho en poner en marcha la idea de Eisner y aún menos en ver cómo fluían los billetes hacia su cuenta bancaria. A la sede de Los Ángeles pronto se sumó la de Nueva York. Luego vinieron las giras de los strippers por Europa, llegando hasta Rusia. Y los imitadores con ganas de aprovechar la moda, que atendían por Adonis. Y, sobre todo, llegó un sujeto siniestro, Nick De Noia, que intentó arrebatarle el concepto a Banerjee, al que despreciaba, maltrataba y humillaba en público hasta que un día se lo cargaron en su despacho de Manhattan. También hubo un plan para asesinar al ex Chippendale que se había inventado a los Adonis y ahí fue cuando empezó a irse todo definitivamente al carajo. Tranquilos, no les voy a decir quién estaba detrás de los crímenes, no vayamos a incurrir en el spoiler, pero sí les recordaré la célebre admonición de Holmes a Watson a la hora de dar con el culpable: cuando eliminas lo imposible, lo que queda, por inverosímil que parezca, es lo que hay.

La maldición de los Chippendales reconstruye la historia de ese fenómeno erótico-festivo a base de entrevistas con algunos supervivientes --a destacar, por su entrañable simpleza, rayana en la tontería, la presencia de Mike Rapp, ex bailarín que rememora sus años de gloria, cuando interpretaba el papel de El Hombre Perfecto--, mucho material de archivo y un eficaz tono de crónica negra que no necesita cargar las tintas porque la travesía ya es lo suficientemente trepidante y peligrosa.

Ahora lamento no haber aparecido por el Chippendales después del espectáculo a ver qué pillaba a mis 24 años, cuando el club llevaba abierto menos de dos, pero he disfrutado enormemente de esta crónica negra ambientada en otra época y otro lugar y cuyo inevitable cutrerío introduce en el drama un elemento involuntariamente cómico que resulta muy de agradecer.