Rafael Cobos: “Yo fui un hijo de ‘Al salir de clase’, un culebrón a nuestra medida”
El guionista, ganador de dos Goyas y escritor de la serie de TV ‘La Peste’, rueda junto al director Alberto Rodríguez una película basada en la historia de los presos de la COPEL
25 octubre, 2021 00:10A Rafael Cobos (Sevilla, 1973) podrían confundirlo con un actor en la alfombra roja, porque las pisa con frecuencia a pesar de que –asegura– los guionistas no suelen ser invitados a chupar foco. Tímido y reacio a las entrevistas, es un conversador ameno, sincero, extremadamente amable y paciente. Aguanta las interrupciones con elegancia y retoma el hilo de lo que quiere decir sin un solo gesto de fastidio. Hay cosas que prefiere obviar: menudeos profesionales y algún reproche que, si le viene a la cabeza, lo espanta como si fuera una mosca pesada. Mira de frente. Cero soberbia. Tanto como su pareja de hecho en el cine y las series, el director Alberto Rodríguez, con el que ha vivido los mejores momentos de su carrera y también de su vida. Siete vírgenes, Grupo siete, La isla mínima, El hombre de las mil caras o La Peste son algunas de sus obras. Guionista y director convierten en oro todo lo que tocan. A sus hijos les dosifica la tele. Antiguo estudiante de Derecho y de Medicina es uno de los rostros capitales del actual cine español a pesar de que insista en que su trabajo, y el de la mayoría de sus compañeros, es a día de hoy invisible
–Rafael Azcona decía que si se le ocurría algo que antes no hubiera pensado otro es que era malo.
–(Responde a la pregunta riendo, pero inmediatamente se pone serio y contesta matizando la frase. Habla rápido pero escoge sus palabras con prudencia). En parte es así, te pasas todo el día oyendo y mirando. Es inevitable que seas deudor de otros. Aunque no creo que sea exactamente copiar o plagiar, sino que se trata de un reflejo inconsciente. En realidad, todos nos hacemos las mismas preguntas.
–¿Azcona es el Borges de los guionistas españoles?
–Para nada. Al contrario. Borges está en las antípodas de Azcona. Yo nunca tendría como referente a Borges, pero a Azcona sí, sin ningún género de dudas. Es que yo no soy nada borgiano, pero si lo que me pregunta es si Azcona es el maestro, el mejor de todos, en eso no hay discusión. El más grande, casi es un gurú.
–Tiene fama de un gran lector muy selectivo. ¿Lee guiones de otros?
–Antes sí que era un lector compulsivo. Ahora me temo que soy un lector documentalista. Pero sí, cuando tengo un momento de ocio aprovecho para leer algo que no sea necesariamente de trabajo. Poesía, especialmente. Sobre otros géneros me quedo con la poesía. Y guiones, por supuesto. Se publican, no es difícil encontrarlos. Por ejemplo en la librería madrileña Ocho y Medio hacen una votación entre guionistas y se edita el que gane el concurso. A Alberto y a mí nos publicaron el de La isla mínima en 2014. La verdad es que me gusta mucho leer guiones. Los clásicos y los recientes.
–¿Y teatro lee? Usted empezó con el teatro.
–Sí, aunque menos. Tampoco es que empezara escribiendo teatro. Fue mi bautismo en la cultura, cuando estaba en la facultad, el descubrimiento de lo que me gustaba, que no eran ni el Derecho ni la Medicina. El teatro supuso para mí una iniciación pretextual. Ahora lo veo como algo natural, pero entonces fue inconsciente, un primer paso. Y es que el cine y el teatro, aunque compartan tanto, no se parecen en absoluto en cuanto al proceso ni de escritura ni de ejecución. Usan palabras, pero de forma distinta. En teatro un hombre haciendo el gesto de andar con una mano puede ser un hombre pisando la luna. En el cine necesitas la luna. El cine es imagen. Escribir para el cine es saber que lo haces para que se vea. Que muchas veces sobran las palabras. El teatro es más, cómo decirlo, poesía. Y el cine, aunque tenga una poética propia, no. Lo palmario en el cine es la imagen, casi huelga decirlo.
–Recomienda entonces a los que quieran ser guionistas que vean teatro.
–Les recomiendo ver y leer de todo. Leer poesía, mirar fotografías, ver exposiciones. Todo lo que les ayude a crecer. Yo suelo ir al teatro aunque menos de lo que quisiera. La última vez fue hace unos meses. Pero si te quieres dedicar a esto, aparte de ver series y películas, que lo tenemos más fácil, hay que hacer otras cosas. Todo vale para escribir.
–¿Y para vivir de escribir?
–¡Bueno! Yo soy un privilegiado, no puedo quejarme para nada. Pero ¿cuándo se ha vivido en este país de la cultura? Y lo que es más importante: ¿cómo? Reconozco que este debate es complejo pero también es real. Hay que decir alto y muy claro que malvivimos: sobrevivimos, pero no vivimos bien. Y muchísimos, ni eso.
–Es el mercado, amigo.
–Un mal mercado, entonces. Los guionistas y los escritores de teatro están muy mal pagados y, en general, son maltratados. En este momento hay buenísimos dramaturgos y excelentes guionistas y, sin embargo, lo que usted llama el mercado, la industria o lo que sea, tira de recursos de mala calidad. De remakes, novelas de éxito efímero o mediocres…Y le aseguro que el nivel de los guiones es salvaje de bueno. No voy a entrar mucho en esto (hace el gesto de callarse muchas veces durante la conversación) pero existen guiones extraordinarios por ahí que no ve nadie y los productores… Me corto. De los sueldos, ni hablamos. Si nos comparamos con Francia, Alemania o Reino Unido son de miseria. Es un despilfarro lo que estamos haciendo con tanto talento. Luego muchos dicen que el cine español es malo y que no hay ideas. Mentira. Las hay. Otra cosa es lo que al final se escoge. Que también hay excelentes películas, por cierto.
–¿Qué hay que cambiar? Aparte de la leyenda de los subvencionados del país.
–Es peor. Se dice que vivimos sólo de las subvenciones, pero sectores subvencionados hay muchos. Es una falacia. Hay muchas cosas que no han cambiado a pesar de las buenas palabras y los compromisos con la cultura. La fiscalidad, sin ir más lejos. En eso tampoco somos alemanes, británicos o franceses. Yo puedo trabajar dos años sin parar y estar después cinco comiéndome las moscas. Solo el 12% de los guionistas vive de lo suyo. Así es imposible pedir calidad. Este trabajo es muy absorbente e incompatible con otros oficios. La calidad se paga. No vale pedir calidad e invertir miseria.
–Pero sin embargo parece que las plataformas audiovisuales suponen un buen impulso para el sector, dada la cantidad de series que se hacen.
–No lo niego. Es magnífico. Aunque a ver cuánto dura. Verá, es cierto que vamos mejorando y que se va visibilizando nuestro trabajo, pero estamos lejos de dignificarlo. E insisto en que yo soy un privilegiado.
–¿Esto que dice lo suscriben actores, músicos o directores?
–Claro, pero los guionistas somos la parte más frágil. La menos visible. Mire: cuando se presenta una película cinco o incluso siete actores están sentados en la rueda de prensa. El guionista no está. Tampoco en las alfombras rojas. No están. Y sin embargo son los que de verdad saben qué hay detrás de la película, los que pueden hablar de lo que se cuenta. Pero no están. A mí me puede ir bien por muchas cosas, pero nos quedan añísimos para que se nos trate como nuestro trabajo merece. La realidad es que somos marginales, residuales, por bien que le vayan a las series y a las plataformas.
–¿Con este panorama es difícil decir no a un proyecto?
–Alberto y yo lo hemos hecho. No voy a decir cuáles (se muerde los labios). Dijimos no a la adaptación de una buena novela…por circunstancias. Y dijimos no a adaptar otra novela mala y súper ventas. Estábamos seguros de que el resultado sería todavía peor.
–El tópico dice que de una mala novela sale una buena película pero de una buena novela difícilmente sale en cine una obra mejor.
–Qué cosa más viejuna. (Comprueba que la entrevistadora no se lo niega y se anima). Es un tópico gastadísimo. Hay novelas malas que son fantásticas películas, novelas buenas que son películas extraordinarias, novelas maravillosas que son un bodrio en el cine y guiones lamentables que terminan en una buena película, hay de todo.
–Quedamos en que el guión es imprescindible
–Por supuesto. Es importante, fundamental. Pero la película es del director. No es mi caso para nada, pero a veces parece que los directores se acomodan. Que se entienda: puede ser que hayan sido extremadamente fieles al guión, pero en ocasiones parece que se dejan ir de la mano, sin meter baza. El director debe traducir el guión y poner imagen donde no hay palabras. Hacer su trabajo. Eso se nota mucho en las buenas películas.
–¿El momento de mayor satisfacción de un guionista es cuando termina de escribir o cuando ve la película por primera vez?
–(Lo piensa. Da la impresión que la plena satisfacción no está entre sus reacciones favoritas). Pues…cuando una secuencia es redonda. Entonces. Cuando ves que ese momento es exactamente lo que tiene que ser. A veces, sin una palabra. Todo esto es muy antiliterario. Puede ser que una escena sin una frase sea justo lo que quería el guión. Y cuatro o cinco secuencias buenas hacen una buena película.
–Por ejemplo… hábleme de la suyas.
–Uff. Eso es como preguntar a quién quieres más…Con Alberto me he emocionado muchas veces. Y algunas hemos visto secuencias que eran exactamente lo que buscábamos… Pero una película… Creo que todavía no he hecho la gran película de mi vida. Claro que está la emoción de esa primera vez de Siete vírgenes, tan importante para nosotros porque nos abrió el mundo. Pero cuando la volvemos a ver reconocemos que redonda, redonda, no es.
–¿Se vuelve a ver?
–Por gusto, no. A veces reviso algo porque necesito hacerlo. Pero (ríe como lo hubiéramos pillado en una falta) la verdad es que no suelo hacerlo. No sé si los escritores se releen, pero yo no suelo hacerlo por capricho.
–Parece que el siete es para ustedes como un número tótem (forma parte de la mayoría de los títulos de sus películas) pero actores tótem también tienen?
–Bueno, yo soy supersticioso, pero el siete casi siempre ha venido por una razón. Por la leyenda de siete vírgenes, por el grupo, al que no podíamos llamarlo por su nombre real para no meternos en problemas. Y ahora estamos haciendo Modelo 77 [una película sobre la cooperativa de presos COPEL en la cárcel Modelo de Barcelona] porque ése es el año sobre el que hablamos… Aunque reconozco que me gusta el siete. Y actores... Tampoco elegiría uno. Todos. (Asiente cuando se le dice que se moja poco). Es que cada uno en algún momento… Depende... Por ejemplo, Javier Gutiérrez esta inmenso en La isla mínima, supo ser el personaje casi sin texto, mientras que Raúl Arévalo, que es magnífico, tenía muchas más palabras en las que apoyarse. Es increíble: los actores necesitan el texto, es su herramienta. Y en el cine a veces hacen la mejor escena de su vida sin una palabra. Tal vez uno de mis momentos preferidos es cuando la yonqui baila con el policía en Grupo Siete. Es emoción pura. Y Antonio de la Torre, que es tan charlatán y habla tanto, nos pedía más texto. No se lo dimos y quedó brutal.
–Todos hombres.
–A ver (pone cara de falsa compunción y una sonrisa). Yo escribo de lo que sé y de lo que puedo. Supongo que cuento historias de hombres, pero también hay personajes femeninos. Escribo desde mi momento y desde mi mirada. Y sí, no son historias para hombres, sino con hombres.
–Acaba de fallecer Mario Camus. ¿Recomienda Los Santos Inocentes?
–Es perfecta. El guión, la dirección y las actuaciones. Y la novela. Todo es redondo. Es mi película favorita. Visualmente es brutal. Y desde el punto de vista de la interpretación, insuperable. Es clásica, ortodoxa. Todos los actores están maravillosos, pero Juan Diego es increíble. Le voy a contar una cosa: me gusta tanto el trabajo de Juan Diego que cuando éramos jóvenes montamos un premio que llevaba su nombre. Hablé con él, encantador y generoso como siempre, y estaba dispuesto a venir, pero al final no pudo. Me fascinaría trabajar con él. Otro que admiro y que está fantástico es José Sacristán. Para él escribí Toro en 2016, pero no llegué a coincidir en el rodaje porque nació mi primer hijo. Hay muy buenos actores en España (mira a la entrevistadora) y también actrices.
–En Siete vírgenes tratan el mito de Peter Pan con independencia de la trama marginal. ¿Ve mucho Disney desde que es padre o les pone dibujitos suecos?
–A ver…Claro.. Bueno... Restringimos mucho lo que ven, la verdad. Les limitamos el tiempo de pantallas y hacemos otras cosas, pero, claro, Disney es inevitable. Ven sobre todo Pitcher, que es Disney…Un título concreto no sé decirle, pero a mí también me gustan algunas …Yo fui un hijo de Al salir de clase, ya ve, que era un culebrón a nuestra medida. Y aquí estamos.
–Tiene dos Goyas y muchas nominaciones. ¿Alguno que le escueza no tener?
–Nooo. Estoy muy agradecido. La academia tiene sus biorritmos, sus cosas. Yo estoy convencido de que los diez Goyas que nos dieron por La isla mínima eran, en parte, un cierto descargo por los que no nos dieron por Grupo siete, que es, y lo digo sin reparo, muy buena.
–¿Y El hombre de la mil caras?
–Tal vez fue demasiado correosa, demasiado dura, estrictamente fiel a los hechos y a la realidad. Igual le faltó emoción. El cine es emoción. Es muy buena y los actores son sobresalientes. Y el trabajo de Alberto, como siempre, es impecable, pero resulta muy dura. Ocurre con una de mis películas preferidas, Spotlight. Es grandísima, muy buena pero no llegó a romper y no llegó a todo el mundo como otras que quedan ahí para siempre. La emoción no envejece, el acontecimiento sí.
–¿Le ha gustado que se supriman las dos categorías en el premio a la mejor interpretación en el Festival de San Sebastián?
–No. La verdad es que no… y luego el fallo… Uff. No sé. Eso de premiar a todo un equipo de actores para no mojarse… Se trata de elegir la mejor interpretación…Ya sé que en otras categorías no se distingue entre hombres y mujeres, pero por ahora no me convence. No me gusta.
–Dice el nivel de los guionistas españoles es alto. Supongo que tendrá favoritos. ¿O tampoco me va a dar nombres?
–Claro que sí. Grandísimos. Por ejemplo, Fernando León de Aranoa, que ha hecho un peliculón que hemos visto en San Sebastián. Yo he crecido con él como referente, lo admiro mucho. Y de otra generación hay también gente buenísima, como Luisa Peña, Isa Campos, Fernando Araujo, Fernando Navarro…
–¿Y un par de ejemplos de buen cine español ahora mismo?
–Más de un par. En San Sebastián se han visto películas fantásticas. La de Bollaín, la de León de Aranoa, la de Martín Cuenca. Todas me han parecido muy buenas.
–La más taquillera es Torrente.
–Y me parece bien. Es lo que es. Yo me reí mucho con la primera, me gustó esa provocación y esa osadía. Luego, en las otras creo que se ha abusado de la caspa, pero está bien que haya un cine de mayorías que sea de aquí. También que vean Ocho apellidos vascos, aunque, siendo amigo de muchos de los que la han hecho, me parece que no salió del todo. Demasiado naif. Pero está bien que haya ese cine.
–Será un radical contra el pirateo.
–Yo he crecido pirateando como un poseso (Lo dice con un gesto de valentía, incluso de expiación). Tenía el video grabando 24 horas. Tardé mucho en descubrir que lo legal nos daba de comer. De todas maneras, hay un debate ahí en el que no me importa entrar… Ahora las cosas se han sosegado y son más normales. Por menos de lo que te cuesta estar enganchado a la red tienes plataformas con todo el cine. Igual deberíamos haber empezado por ahí.
–Ha dicho que la cárcel es el mejor indicador de la salud democrática de un país. Ahora vuelve. A la cárcel.
–Sí. Y es verdad. Desde la orilla se ven muchas vergüenzas que se esconden debajo de la alfombra. De todas maneras, este es un viejo proyecto que por fin hemos retomado. Todo arranca porque después de Siete vírgenes nos pusimos a trabajar en una idea sobre la fuga de 47 presos de la cárcel Modelo de Barcelona. Fue algo sonadísimo. Y es a partir de ese intento de fuga que se forma lo que se llamó la COPEL, una plataforma de presos comunes que en muchos casos estaban allí por lo que la dictadura consideraba delito, más allá de los temas políticos. Nos hemos entrevistado con abogados, ex presos y directores de instituciones penitenciarias. Un trabajo de documentación apasionante.
–Les acusan de buscar la cara fea de la vida.
–No es cierto. Lo marginal nos muestra cómo somos en realidad. Las situaciones límite nos ponen a prueba a todos. No sabemos quiénes somos y lo que somos capaces de hacer hasta no vivir determinadas circunstancias. Y en esos casos sale lo peor y también lo mejor. Nuestras películas no son maniqueas. Al contrario, yo creo que humanizamos a todos los personajes. Hasta a un cabrón como Paesa.
–Han pasado de la realidad más dura a la distopía con Movistar.
–Sí, estoy ahora en un proyecto para Movistar de adaptación del podcast El apagón. Somos varios guionistas que hemos trabajado conjuntamente y luego cada uno desarrollamos un capítulo. No puedo decir más porque estoy en plena faena.
–¿Tiene idea de su futuro? ¿Algún sueño no distópico?
–(Ríe) Los sueños mejor no los cuento, pero sí tengo un par de cosas de las que no puedo decir nada que me hacen mucha ilusión. Lo que quiero es crecer, aprender. Ahora mismo estoy documentándome sobre un asunto de actualidad que me preocupa tanto como me interesa. Espero poder seguir haciendo esto cada vez mejor y seguir buscando y encontrando la emoción. Para contarla.