Pesadilla submarina
La mini serie 'Vigil', de la BBC, atrapa al espectador con una historia en el interior de un submarino, un thriller con aires de guerra fría
23 octubre, 2021 00:00Para quien esto firma, cualquier ficción audiovisual en cuyos créditos de entrada suene una canción de la danesa Agnes Obel merece que se le preste atención. Es el caso de la miniserie británica de seis capítulos Vigil, nombre del submarino en que transcurre la casi totalidad de la historia y que contribuye notablemente a la sensación de claustrofobia que se apodera del espectador de este thriller con aires de guerra fría tan absorbente como irregular (la canción, por cierto, es magnífica, se llama Fuel the fire y forma parte del brillante disco Aventine, publicado en 2013). Fruto de la colaboración de World Productions con la BBC --de la que han salido joyitas como Line of duty o Bodyguard--, Vigil tuvo una audiencia superlativa en el Reino Unido, aunque el éxito se vio ligeramente empañado por el escaso entusiasmo del respetable ante la manera en que se resolvía la densa intriga en el capítulo final, una decepción compartida por un servidor de ustedes, quien, al igual que la audiencia británica, esperaba algo menos banal y simplón después de haber sido sometido a una serie de quiebros de guion que parecían conducir a una conclusión un poco más ingeniosa.
Escrita por Tom Edge, que ha pasado por The Crown y otros productos ingleses de prestigio, Vigil da comienzo con la extraña muerte de un marinero de un submarino nuclear que patrulla las costas de Escocia y al que da vida (o, mejor dicho, muerte Martin Compston, uno de los protagonistas de Line of duty, que aquí se limita a diñarla nada más empezar la ficción y solo volvemos a verlo esporádicamente en formato flashback). Aunque de la investigación debería encargarse la policía militar --como destacó un picajoso espectador británico en las redes--, aquí es la policía escocesa la que se interesa por la extraña defunción del marinero Burke: de ahí que se envíe al submarino a la inspectora Amy Silva (Suranne Jones), aunque no lleve muy bien la vida en espacios cerrados (lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta que casi se ahoga cuando su coche cae a un río y debe elegir entre salvar a su hija o a su marido, experiencia traumática donde las haya, especialmente para el marido, que no vivió para contarla). Nada más llegar, la inspectora Silva se da cuenta de cómo las gasta la Royal Navy, pues el basureo hacia ella es inmediato por parte del capitán y su tripulación, empeñados en que la ropa sucia se lave en casa.
Ataques de pánico
Secundada desde tierra firme por la inspectora Kristen Lingacre (Rose Leslie), que es su novia, aunque ella insista en que nunca ha sido lesbiana (concesión queer que no viene muy a cuento, francamente), Amy Silva va observando, como suele suceder en este tipo de tramas, que la cosa es más complicada de lo que aparenta y que todos los que la rodean se esfuerzan para ocultarle una información por la que debe porfiar entre vahídos, ataques de pánico, extrañas incidencias a bordo que apestan a sabotaje, escasa comunicación con el mundo terrestre y el ya citado basureo sistemático de la tripulación del Vigil.
A lo largo de los cinco primeros episodios vamos viendo cómo lo que parecía una extraña muerte se va convirtiendo en un elemento más de lo que se adivina como una amplia conspiración en la que participan la marina británica, el MI5, algunos políticos y hasta unos ecologistas que montan guardia contra los desmanes humanos en la naturaleza desde un campamento en las afueras de Glasgow. Y así es cómo llegamos a la decepción final: tras abrir diferentes líneas narrativas, el guionista las resuelve como buenamente puede, metiendo a los rusos por en medio, y despilfarrando por falta de ingenio un material brillante y sugestivo con el que da la impresión de que al final no ha sabido muy bien qué hacer. Una lástima, ya que hasta entonces las cosas iban la mar de bien. A destacar, como ya es habitual en las producciones británicas, un cuerpo actoral excelente. Y si Vigil ha servido, además, para que más gente descubra a Agnes Obel, pues todo eso que nos llevamos.