Jaque mate en Reikiavik
El escritor islandés Indridason ha conseguido dibujar con el inspector Erlendur uno de los mejores personajes de la novela negra de todos los tiempos
20 octubre, 2021 00:00El islandés Arnaldur Indridason (Reikiavik, 1961) colocó a su país en el mapa de la literatura policial en 1997, cuando se inventó al atormentado inspector Erlendur Sveinsson y lo convirtió en el protagonista de una serie de novelas que han sido traducidas a treinta y siete idiomas y que ha ido publicando en España la editorial RBA, que le concedió además en 2013 su premio literario por una obra ajena al ciclo Erlendur, Pasaje de las sombras. El fatalista Erlendur, un divorciado triste con una hija drogadicta y un hijo alcohólico, perdió de pequeño a su hermano durante un temporal de montaña: para hacerse la ilusión de que puede ejercer algún control sobre algo, se dedica a resolver crímenes, habitualmente horrendos, en un país que no se distingue por su elevada cantidad de delitos y que, por regla general, suelen tener su origen en pasados tan tenebrosos como el suyo. Mezclando hábilmente la intriga policial con el factor humano, Indridason ha conseguido a lo largo del ciclo Erlendur dibujar uno de los mejores personajes de la novela negra de todos los tiempos. Inevitablemente, Erlendur iba envejeciendo con el tiempo, como la gente real, y llegó un momento en el que su creador decidió que había llegado el momento de jubilarle, aunque lo hizo de una manera muy especial: matándolo en una novela y resucitándolo poco después en otras con las andanzas de su etapa juvenil, cuando se acababa de incorporar a la policía y Reikiavik no tenía nada que ver con la actual capital de Islandia.
Erlendur Sveinsson aparece un momento al final de El duelo (2011), que RBA acaba de publicar entre nosotros y que inaugura una serie con un nuevo personaje no menos atormentado, el inspector Marion Briem, que es quien recibe en la última página del libro al pardillo que le acaban de endilgar y que no es otro que un jovencísimo Erlendur. Una vez más, como ya es marca de la casa, intriga policial y factor humano se mezclan eficazmente en las aventuras del nuevo poli del señor Indridason: en este caso, nos hallamos ante un sujeto igual de fatalista, pero con un pasado distinto y una infancia marcada por la tuberculosis (cuando conoció a Katrín, su amor imposible) y la condición de hijo ilegítimo que se alimenta, física y espiritualmente, de las sobras de sus hermanos nacidos dentro del lazo conyugal.
El duelo transcurre en la Reikiavik de 1972, año en el que se celebró en esa ciudad el campeonato mundial de ajedrez entre dos de las principales figuras de esa disciplina, el ruso Boris Spassky y el norteamericano Bobby Fischer, uno de los excéntricos más notables del mundo del tablero en particular y del mundo en general. En plena celebración de esa serie de partidas en las que las dos potencias enfrentadas en la Guerra Fría se juegan el prestigio nacional, con la ciudad llena de periodistas extranjeros y de turbio personal de los servicios de inteligencia rusos y norteamericanos, tiene lugar en un cine un asesinato aparentemente incomprensible: el del joven Ragnar, un chaval cinéfilo de escasas luces a causa de un accidente infantil, que aparece asesinado tras la sesión de las cinco de la tarde y de cuya mochila, en la que guardaba la grabadora en la que registraba los diálogos de las películas que veía (esa tarde tocaba La noche de los gigantes, de Robert Mulligan, protagonizada por Gregory Peck), nada se sabe, pues ha desaparecido con su contenido. Todo parece indicar que, sin querer, el pobre Ragnar grabó algo que no debía y fue eliminado por alguien que ocupaba un asiento cercano al suyo. A esa hipótesis se agarra Marion para intentar dar con su asesino (o asesinos) mientras el crimen no le importa a nadie porque todo el mundo está pendiente de las salidas de tono de Fischer y del desarrollo de sus partidas con Spassky.
Si las novelas juveniles de Erlendur nos muestran una Reikiavik de postguerra, controlada por los ingleses y los americanos y que hasta hace cuatro días formaba parte de Dinamarca, El duelo se sitúa en la Islandia del desarrollismo: sigue siendo una ciudad a medio hacer, prosigue el éxodo masivo de campesinos a la ciudad, la policía es algo rupestre y depende tecnológicamente de Inglaterra, pero la capital empieza a parecerse a la urbe que aparece en las historias del Erlendur que avanza rápidamente hacia la vejez. Y aunque el sustituto de éste tal vez no resulte tan carismático, sí es capaz de generar la necesaria empatía en el lector, que queda a la espera de sus nuevas aventuras. ¿Colaborará con nuestro querido Erlendur en próximas investigaciones? Algo me dice que sí.