Representación de una mujer con un unicornio en un tapiz francés

Representación de una mujer con un unicornio en un tapiz francés

Letras

Las escritoras autosuficientes del Barroco

El uso de pseudónimos masculinos y la doble identidad fue una cuestión que generó mucho interés en la literatura escrita por las mujeres durante los siglos XVI y XVII

20 octubre, 2021 00:10

A lo largo del siglo XVI emerge una nueva generación de mujeres que van a vivir  las peripecias de la política del rey Felipe II y el tránsito de la expansión imperial a la decadencia. Avanzadilla de todas ellas es la novelista Beatriz Bernal, vallisoletana, que escribió la novela de caballerías Cristalián de España célebre en su tiempo, con gran éxito editorial, en la que se sublimaba como personaje literario el de la doncella guerrera, una Minerva, con todas las dotes épicas que podían tener los hombres.

La gran dama, sin duda de la literatura de esta generación, fue María de Zayas (1590-1647). Madrileña, perteneciente a la baja nobleza, su padre era militar, lo que le condujo a una vida nómada. Escribió una obra inmensa con una abundante correspondencia. De sus escritos destacan Novelas amorosas y ejemplares o Decamerón español (Zaragoza, 1637) que agrupa un total de diez novelas cortesanas; Novelas y saraos (Barcelona, 1647) en dos partes, reeditadas bajo el título de Desengaños amorosos; la comedia La traición en la amistad, la novela bizantina La fuerza del amor o El prevenido engañado. María fue bien valorada por los autores de su época como Lope de Vega o Alonso de Castillo Solórzano y, desde luego, siglos después se convertiría en auténtico icono del feminismo para Emilia Pardo Bazán, consideración que hoy comparten muchas historiadoras como Rosángela Schardong, Olivia Blanco o Anna Caballé

Beatriz Bernal

Beatriz Bernal

La obra de Zayas está llena de reivindicaciones en defensa de las mujeres, contra el rechazo a la mujer de Francisco de Quevedo y tantos otros. Desestima el aislamiento y el encierro doméstico de la mujer, el acoso masculino y la preocupación por el “afeite mujeril”. Le preocupó el culto a la belleza: “Si no se dieran tanto a la compostura afeminándose más que la naturaleza que las afeminó y en lugar de aplicarse a jugar las armas y estudiar las ciencias, estudiar en criar el caballo y matizar el rostro ya pudiera ser que pasaran en todo a los hombres…Ea, dejemos las galas rosas y rizos y volvamos por nosotras, unas con el entendimiento, otras con las armas…¿Qué razón hay para que ellos sean sabios y nosotras no podamos serlo? ¿Como sabrá ser honrada la que no sabe en que consiste el serlo?”.

Reivindica, ante todo, la no universalización de la atribución de cualidades o problemas a las mujeres en genérico, cuando éstas atribuciones son solo específicas de algunas. Defiende el derecho a la instrucción y a la formación intelectual, a la felicidad y al amor. Su pesimismo es grande respecto al matrimonio, con conciencia de la violencia doméstica y de que el amor puede convertirse en una trampa para la mujer: “¿Quién es la necia que desea casarse viendo tantos y tan lastimosos ejemplos? Yo aseguro que si entendierais que también había en nosotras valor y fortaleza, no os burlaríais como os burláis”. 

Edición de una novela de María de Zayas impresa en Barcelona

Edición de una novela de María de Zayas impresa en Barcelona

Para Zayas la mujer constituye una clase sometida y vulnerable sobre todo por la dependencia emocional de los varones. La alternativa no la ve más que en el convento, donde Dios era un amante más agradecido que los maridos. Su visión de los hombres es bien explícita: “En los hombres no dura más la voluntad que mientras dura el apetito y en acabándose, se acabó…¿Qué razón hay para que ellos sean sabios y presuman que nosotras no podemos serlo? Esto no tiene, a mi parecer, más respuesta que su impiedad o tiranía en encerrarnos y no darnos maestro y así, la verdadera causa de no ser las mujeres doctas no es defecto del caudal, sino falta de la aplicación, porque en nuestra crianza, como nos ponen el cambray en las almohadillas y los dibujos en el bastidor, nos dieran libros y preceptores, fuéramos tan aptas para los puestos y las cátedras como los hombres y quizás más agudas por ser de natural más frío”.

Olivia de Sabuco

Olivia de Sabuco

Pero Zayas no fue la única mujer literata que marcó la pauta de la lucha de las mujeres. Unos años antes que ella, Olivia de Sabuco (1562-1622), albaceteña, hija de padre boticario había filosofado sobre la condición humana en su Nueva filosofía de la naturaleza del hombre que se editó, por primera vez, en 1587, y que abriría fronteras en el conocimiento de la filosofía psicosomática y profundizaría en la vertiente emocional de la medicina, rechazando los clásicos Aristóteles y Galeno, abriendo paso a la trascendencia de la sensibilidad masculina y femenina. También brilló Lucrecia Méndez de Zurita (1568-1603) casada con Tomás Gracián Dantisco y que se formó en el círculo humanístico de los hermanos Valdés.

Cristobalina Fernández de Alarcón

Cristobalina Fernández de Alarcón

En otro frente, Cristobalina Fernández de Alarcón (1576-1646), malagueña, casada dos veces, desarrolló una obra poética, criticada por Quevedo y Góngora, que la descalificaron como hembrilatina simplemente por haber alcanzado niveles de calidad poética competitiva con los logros masculinos. Según Lina Rodríguez Cacho, Quevedo cataloga a la mujer como emblema de la corrupción en su Sueño del infierno (1627). Lo mismo puede decirse de la otra gran poetisa del momento, Ana Caro de Mallén (1590-1646), granadina, posible hija de moriscos, soltera, adoptada por una familia nobiliaria, que gozó de apoyos por parte del mismísimo conde duque de Olivares y que escribió, aparte de mucha poesía, dos comedias: El conde Partinuplés y Valor, agravio y mujer

Además el perfil de mujer cambió en el Barroco, emergiendo un tipo de mujer autosuficiente y racional, reflejado, a menudo, en el teatro: la mujer disfrazada de hombre, tema que ha suscitado lecturas feministas como la de Elisabeth Rhodes. La mujer-hombre se convirtió en todo un arquetipo literario y vital. Se conocen diversas actrices que se especializarían en este rol, como la célebre Francisca Baltasara, más conocida como La Baltasara (en el siglo XVII) o María de Navas (a comienzos del s. XVIII), autora, empresaria y actriz.

Catalina de Erauso y Pérez de GalarragaLa doble identidad sexual fue una cuestión que generó mucho interés en el Barroco. Ahí está el caso de la célebre Catalina de Erauso, la monja alférez que logró la fama en toda Europa y América (llegó a tener una audiencia con Urbano VIII, que la ratificó en su derecho a vestir de hombre) y el menos conocido, de Elena (o Eleno) Céspedes (en el siglo XVI) que se le había identificado como mujer al nacer, pero que se sentía hombre. Mulato granadino, cirujano y protagonista de mil aventuras, hoy parece podría considerarse que se trataría de un transexual masculino. A lo largo del siglo XVII seguirían cultivando muchas mujeres la literatura. Entre ellas cabe mencionar a la sefardita Isabel Rebeca Correa o a Mariana Carvajal que no dejan de reivindicar la libertad para las mujeres denunciando el estado en que vivían.

La