Paula y la voz prestada
Paula Hawkins, que brilló con luz propia con 'La chica del tren', evoca ahora a Ruth Rendell con 'A fuego lento', un reparto de beodos y mezquinos que resulta interesante
22 septiembre, 2021 00:00Hace seis años, la escritora británica Paula Hawkins (nacida en 1972 en Zimbabue cuando ese país africano aún se llamaba Rodesia) se convirtió de la noche a la mañana en la reina (por un día) del domestic noir con su primer thriller, La chica del tren (previamente había publicado, bajo el alias de Amy Silver, cuatro novelas románticas que habían pasado sin pena ni gloria). Por motivos de esos que nunca acaban de quedar claros, La chica del tren fue un triunfo global, un éxito planetario, uno de esos libros que casi todo el mundo se ve obligado a leer, y en 2016 fue adaptado al cine en un largometraje que no tuvo tanta repercusión como el texto original.
¿Había para tanto? Yo diría que no, aunque es innegable que estábamos ante eso que los anglosajones definen como un page turner; es decir, una ficción que te atrapa y te obliga a ir pasando páginas porque, aunque no aporte nada excesivamente nuevo al género policíaco, está tan bien construida y denota una carpintería tan fina que no puedes ni quieres dejar de leerla. Empezaba la era dorada de los misterios de ambiente doméstico y la señora Hawkins se había marcado uno de campanillas siguiendo las huellas de Hitchcock en La ventana indiscreta, que en este caso sería más bien una ventanilla indiscreta, la del tren que tomaba cada día la protagonista, una desempleada con problemas de alcohol, desde los suburbios a Londres en busca de trabajo o de una manera de matar las muchas horas que tenía libres. Recién divorciada, cada día veía a la misma pareja feliz en la puerta de su casa. Hasta que un día, el miembro masculino de esa pareja no era el de costumbre. Y poco después, la prensa informaba de la muerte de una mujer cuya dirección coincidía con la de la casa que llamaba cada mañana la atención de la dipsómana en paro, a la que no se le ocurría nada mejor que meter las narices en el asunto, pese a su innegable condición de testigo poco fiable.
Sin necesidad de descubrir la pólvora, Paula Hawkins se había marcado una novela apasionante y había entrado por la puerta grande en el mundo de la literatura de crímenes. Lamentablemente, dos años después, algunos tuvimos la impresión de que le había sonado la flauta por casualidad al leer su siguiente libro, Escrito en el agua: la historia de la mujer que no se cree que su hermana se haya suicidado arrojándose al río del pueblo de su infancia parecía escrita por un algoritmo no muy espabilado y su lectura resultaba cansina y aburrida, hasta el punto de que uno, lector inveterado de thrillers, sudó tinta para llegar al final y a punto estuvo de rendirse en varias ocasiones.
¿La voz de Ruth Rendell?
Paula Hawkins acaba de publicar su tercera incursión en el domestic noir y el lector se enfrenta a una buena noticia y a una mala noticia. La buena es que la escritora ha recuperado el pulso de La chica del tren, que perdió con Escrito en el agua, y A fuego lento se sigue con interés y ofrece un reparto de beodos, mezquinos y tarados francamente interesante (en torno al hallazgo de un cadáver en una de esas barcazas convertidas en domicilios permanentes que te encuentras en los canales de Londres). La mala es que A fuego lento está escrita con una voz prestada que te lleva a preguntarte si su autora ha dispuesto alguna vez de una voz propia.
La voz prestada es de las mejores a las que se puede recurrir, eso sí: nada menos que la de la difunta Ruth Rendell (1930--2015). Y podría pasar por un manuscrito inédito de la producción de tono psicológico de la que fue una de las mejores escritoras inglesas del género policial (como Simenon, Rendell alternaba las tramas con mucho factor humano con las aventuras, más convencionales, del inspector Wexford, policía rural con mucho en común con el comisario Maigret). Todo en A fuego lento remite a Rendell, como si Hawkins no hubiese sabido cómo afrontar su nuevo libro y hubiera optado por dejarse poseer por el espíritu de la gloriosa muerta (también el primer disco de los New York Dolls parecía un álbum de los Stones, pero la sensación al escucharlo, estimulante y gozosa, te lo hacía olvidar, mientras que en el caso que nos ocupa acabas teniendo la impresión de que la autora ha optado por convertirse en Ruth Rendell porque le gusta más que ser Paula Hawkins, sea ésta quien sea).
Reconozco que esta mujer se está convirtiendo en un misterio para mí. Arranca con brío y cierto ingenio (La chica del tren), se pierde en su siguiente libro (de Escrito en el agua no salió ni una película ni una miniserie de televisión ni nada de nada) y, tras cuatro años de ausencia de las librerías, se descuelga con una novela, A fuego lento, que parece haber sido escrita por otra persona. ¿Qué será lo próximo? Ni idea, francamente, pero lo espero con curiosidad.