El asesinato de Sophie
'Sophie: un asesinato en Cork' es un excelente documental, una muestra de 'true crime' en un apacible villorio irlandés
24 julio, 2021 00:00El 23 de diciembre de 1996, el cadáver de la francesa Sophie Bouniol apareció tirado en el campo, a pocos metros de la casa que poseía en Schull, pintoresca población del condado de Cork, Irlanda. Nadie entendía qué hacía allí, sola y lejos de su familia, en plenas fiestas navideñas, aunque su decisión se achacaba a su carácter misantrópico y a una cierta melancolía que, según sus allegados, la definía desde hacía mucho tiempo. Tenía 39 años y estaba casada con el célebre productor cinematográfico Daniel Toscan du Plantier (1941-2003), un peso pesado de la industria audiovisual gala que había trabajado con directores de tanto mérito como Robert Bresson, Maurice Pialat o Ingmar Bergman. Se dedicaba a la elaboración de documentales, pero no era demasiado conocida en el mundo del cine. A día de hoy, su asesinato sigue sin resolverse de una manera satisfactoria, aunque todo apunta a un sujeto atrabiliario que vivía (y sigue viviendo) en el pueblo, donde se ha convertido en un excéntrico permanentemente bajo sospecha del que su mujer se divorció y al que nadie se acerca mucho: se llama Ian Bailey, fue periodista (con aspiraciones de poeta) y no parece estar del todo en sus cabales; la falta de pruebas concluyentes le hizo salir indemne del juicio que se celebró en Irlanda, y en Francia, aunque in absentia, fue declarado culpable, pero la extradición solicitada por este país nunca fue concedida por la justicia irlandesa.
Estos son los mimbres con los que el director John Dower ha fabricado Sophie: un asesinato en Cork, un excelente documental en tres capítulos que Netflix colgó hace unos días y que es una de las mejores muestras de true crime que pueden encontrarse actualmente en las plataformas de streaming. Centrada en la víctima y su (posible) asesino, Sophie: un asesinato en Cork es también el retrato de un apacible y tolerante villorrio irlandés (lleno de expatriados, frikis varios, fumadores de porros y, en general, gente con ganas de borrarse de la faz de la tierra) que no ha vuelto a ser el mismo desde el día en que apareció el cadáver de la señora Toscan du Plantier, que se nos presenta como un personaje vago y difuso al que ni los más próximos, incluido su hijo, llegaron a conocer del todo. Cerca de su casa había un castillo en ruinas por el que, según la leyenda, se dejaba ver un fantasma que, si te lo cruzabas, te garantizaba la muerte en las próximas 48 horas: nuestra Sophie se dio un garbeo por el castillo el día previo a su muerte y aseguró haber visto al fantasma.
Crimen y melancolía van de la mano
El retrato de Ian Bailey, a diferencia del de su presunta víctima, es de lo más completo: periodista inglés reubicado en la campiña irlandesa y con pujos de poeta y cierta tendencia a la fantasía auto engrandecedora. El hombre se consideraba muy importante, aunque su carrera como periodista era tirando a mediocre. Como el crimen de Schull le caía tan cerca (tanto que todo parece indicar que él fue el responsable), se involucró a fondo en la investigación y convirtió a la difunta en alguien que no era: una mujer promiscua, que se refugiaba en un pueblo irlandés para recibir a sus amantes a todas horas y de manera anónima. Enseguida se inventó un complot para asesinarla urdido por su marido, supuestamente harto de sus supuestas infidelidades, y se negó a contemplar ninguna otra posibilidad. Según él, apenas había cruzado cuatro palabras con Sophie. Según una vecina, fue visto en las inmediaciones de la casa de ella la noche anterior al descubrimiento del cadáver.
Tras una investigación chapucera a cargo de la policía local, Bailey fue juzgado y declarado inocente (la vecina se negó a revelar la identidad del hombre con el que estaba cuando avistó a Bailey, alguien que, evidentemente, no era su marido). Y así se salió de rositas del primer juicio. En el segundo, celebrado en Francia muchos años después tras la insistencia del hijo de la víctima, las pruebas en su contra se acumularon, pero ni así fue posible la extradición del señor Bailey a Francia. Al final de la serie lo vemos deambulando por las calles de Schull, vestido de manera ridícula (pantalón corto, sandalias, sombrerito de buhonero) y tratando de pergeñar un poema: nadie se le acerca ni le da los buenos días, pues todo el mundo sabe que ese hombre se cargó para siempre la buena fama de su pueblo y a lo único que pueden aspirar es a que reviente de una vez. Algo que el señor Bailey no parece tener mucha prisa por hacer, aunque su deterioro físico y mental resulte más que evidente. Triste recuento del (más que posible) encuentro entre dos excéntricos, Sophie: un asesinato en Cork es una experiencia audiovisual apasionante en la que el crimen y la melancolía van de la mano.