Un verano con Verhoeven
Pierre Lemaitre se inventó a este comisario y es un buen momento para leer de un tirón sus cuatro novelas, recogidas ahora en un volumen por Alfaguara
21 julio, 2021 00:00Macon Leary, el protagonista de El turista accidental, novela de Anne Tyler brillantemente llevada al cine por Lawrence Kasdan con el siempre brillante William Hurt en el papel principal, aconsejaba a los lectores de sus guías de viajes que se llevaran un solo libro, pero que éste fuera gordo y de tapa dura. Además de la ventaja evidente de que cuantas más páginas tenga un libro más dura su lectura, el bueno de Macon aseguraba que un tocho en las manos te libraba, en trenes y aviones, de la conversación no deseada de tu vecino de asiento, que habría tenido menos inhibiciones de verte con una novela de bolsillo. En España no se llevan mucho las ediciones ómnibus, pero si tuviera que recomendar una para este verano del coronavirus, me inclinaría por la editada por Alfaguara de las cuatro novelas del comisario Camille Verhoeven, escritas por el francés Pierre Lemaitre (París, 1951) entre 2006 y 2013, antes de convertirse, digamos, en un escritor serio a partir de Nos vemos allá arriba (Au revoir la haut), que lo sacó del gueto de la novela negra, donde algunos lo echamos francamente de menos. En el tocho de Alfaguara se encuentran las cuatro aventuras de un personaje abandonado antes de tiempo, cuando aún podía darnos muchas alegrías a sus seguidores: Irene (Travail soigné), Alex, Camille (Sacrifices) y Rosy & John. Aunque me he leído las cuatro, no descarto hacerme con este ómnibus y volvérmelas a tragar seguidas. Nada que objetar al Lemaitre de Nos vemos allá arriba, pero siempre echaré de menos al Lemaitre que se inventó al comisario Verhoeven.
Camille Verhoeven es un policía bajito, muy bajito, casi un enano (siempre me lo imagino como una versión reducida de Jean Dujardin). Culpable: su desastrosa madre, que no dejó de fumar como un carretero durante todo el embarazo, fabricando un niño a medio hornear. Lo que le falta de estatura, nuestro hombre lo suple con ingenio e intuición, protagonizando unas historias negras, negrísimas, que no se avergüenzan de flirtear con el gore y que resultan siempre de una dureza extrema, tamizada por el factor humano del investigador, que se muestra, con un equilibrio ejemplar, a lo largo de todas sus páginas (yo diría que la enigmática Carmen Mola se leyó todas las historias de Verhoeven antes de iniciar su exitosa serie iniciada con La novia gitana y protagonizada por la inspectora Elena Blanco). Dada su estatura, a Verhoeven nadie se lo toma en serio cuando inicia sus pesquisas, pero nuestro hombre es de los que muerden y no sueltan (tiene un punto a lo Colombo) y siempre acaba desentrañando el enigma de turno.
Como en el caso de Mola, Lemaitre recibió en su momento acusaciones de abusar de la sangre y la truculencia. Puede que eso le llevara a dejar atrás a su muy bajito compañero de aventuras para consagrarse a una literatura más proclive a cosechar elogios en los suplementos culturales de los diarios. Una lástima, ya que las cuatro historias protagonizadas por Camille Verhoeven son de lo mejor que ha dado el polar francés en toda su historia. El afortunado poseedor del ómnibus de Alfaguara puede ahora tragárselas seguidas y pasar el verano con el comisario Verhoeven. No se me ocurre una compañía mejor para este tiempo muerto (este año, en todos los sentidos). Y que recuerde el consejo de Macon Leary cuando compruebe que, en el avión, protegido por ese libro gordo y de tapa dura, nadie se atreve a molestarle.