El tirano cinéfilo
Un libro y un documental muestran cómo Kim Jong Il logró que rodaran para él, tras un secuestro, hasta 17 películas para el régimen norcoreano
9 junio, 2021 00:00A los dictadores suele gustarles el cine. Franco veía películas en su sala de proyección de El Pardo. Hitler puso su régimen al servicio de Leni Rifehnstal (y viceversa). Hasta Idi Amin Dada se dejó hacer un documental que lo presentaba como un dictadorzuelo ridículo, pero siniestro (aunque el equipo, con Barbet Schroeder a la cabeza, tuvo que salir por patas de Uganda cuando el homenajeado se percató de que se lo estaban rifando). Pero el tirano más adicto al cine de la historia reciente es, probablemente, Kim Jong Il, padre del actual sátrapa de Corea del Norte, Kim Jong Un, e hijo del fundador de la saga gobernante en el país desde el fin de la guerra civil que en 1953 dividió Corea en dos naciones permanentemente enfrentadas, Kim Il Sung.
Aunque en Corea del Norte estaba prohibida la exhibición del cine occidental y solo se rodaban películas patrióticas con mucha bandera, mucha cancioncilla infame y muchas alabanzas al Padre de la Patria, Kim Jong Il se las apañaba para ver en casa todo lo que le interesaba. Fue así como llegó a la conclusión de que el cine norcoreano era una birria (sus responsables no se habían enterado, por ejemplo, de la existencia del trávelin y los actores se pasaban la vida entrando y saliendo de cuadro) y eso constituía una vergüenza que urgía subsanar. A tal efecto, no se le ocurrió nada mejor que secuestrar al cineasta surcoreano más popular, Shin Sang Ok, y a su ex esposa, la célebre actriz local Choi Eun Hee. Al primero lo tuvo encerrado cinco años en un presidio; a la segunda, la tuvo metida en una bonita casa donde era permanentemente vigilada. De esta didáctica manera, Kim Jong Il consiguió que la pareja acabara rodando diecisiete películas para el régimen y otorgara una pátina de profesionalidad a una industria que, francamente, daba grima.
Esta historia inverosímil dio origen hace unos años al libro de Paul Fischer Producciones Kim Jong Il presenta y al documental Los amantes y el déspota, que ahora ha incluido en su catálogo Filmin y que resulta ideal para los aficionados a las intrigas rocambolescas y a todos aquellos interesados por lo que sucede en el que hoy día es, probablemente, el país más absurdo del mundo, Corea del Norte (yo pertenezco a ambos colectivos, así que no tenía excusa para no verlo, aunque, como se dice en ocasiones, el libro era mejor). Los amantes y el déspota no va tan al fondo del asunto como Producciones Kim Jong Il, pero lo complementa hábilmente al permitirnos ver y oír a sus protagonistas, incluido el tiranuelo gracias a unas grabaciones clandestinas en las que, entre otras cosas, se le oye quejarse de que en el cine norcoreano solo sale gente llorando…¡Cómo si les faltaran motivos!
Mente machacada
Choi Eun Hee fue atraída con falsas premisas a Hong Kong a mediados de los 80, donde fue abordada por espías norcoreanos que la acabaron enviando en barco a Pyongyang. Aunque se había separado de ella (y tenía dos hijos con una mujer más joven), Shin Sang Ok se plantó en Hong Kong y sufrió la misma suerte, aunque luego lo trataron mucho peor, sobre todo, cada vez que intentaba escapar. Mientras ella aparece como una mujer inocente y algo simple, adicta al glamur y a los galardones cinematográficos, él se nos presenta como un megalómano y un liante de primera que iba dejando pufos por Seúl que daba gusto verlo. En cierta medida, con Kim Jong Il se le acabaron los problemas de presupuesto, pues nunca faltó pasta para los bodrios que le hacía rodar su carcelero, cuya confianza se fue ganando poco a poco hasta conseguir que lo enviaran, junto a la parienta, a un festival en Viena, donde ambos salieron pitando hacia la embajada norteamericana perseguidos por los agentes del gobierno que los vigilaban y que, probablemente, fueron ejecutados al volver a Pyongyang. A la actriz y el cineasta les robaron diez años de su vida y nunca volvieron a levantar cabeza: Shin pasó por Hollywood, no llegó muy lejos y volvió a Seúl en 1999, donde todos lo consideraban un mangante y muchos no se creían lo del secuestro (murió en 2006, su viuda aún está entre nosotros).
Lo mejor de Los amantes y el déspota es, curiosamente, el déspota. Aunque sea un personaje secundario, resulta psicológicamente más interesante que los amantes, pues estamos ante un tipo feo, bajito, acomplejado y sin amigos que encontró en el cine algo a lo que agarrarse en esa vida de tiranuelo que había heredado de su progenitor. Kim Jong Il es, sin duda alguna, el más claro ejemplo del daño que puede hacer la cinefilia en una mente machacada desde la infancia por la responsabilidad política y una ideología delirante. Para ahondar en las miserias físicas y morales de Corea del Norte, recomiendo encarecidamente la lectura del libro del señor Fischer, del que el documental dirigido por Ross Adam y Robert Cannan se erige como un interesante complemento.