Vida de un falsificador mormón
El documental 'Crimen entre los mormones' se centra en la historia de Mark Hoffman, que acabó en prisión y repudiado por su familia
13 marzo, 2021 00:00Aunque todas las religiones se sustentan sobre una espesa capa de patrañas, algunas se esfuerzan en dotar de cierta verosimilitud sus delirios, mientras que otras optan por un radical adelante --con los faroles-- y salga el sol por Antequera. Entre estas últimas, mi favorita es la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, cuyos fieles son conocidos como los mormones. Siempre interesado por las chaladuras exitosas --y ayudado por una novia murciana que tuve hace años y que había estado casada con un mormón norteamericano que se llamaba igual que el fundador de la banda--, durante una época me dio por leer todo lo que caía en mis manos sobre los mormones, y hasta llegué al extremo de sustraer de mi habitación en un hotel estadounidense el texto fundacional de la engañifa, conocido como The book of Mormon.
Joseph Smith (Sharon, Vermont, 1805 – Carthage, Illinois, 1844) se sacó de la manga una religión que no había quién se la tragara, pero tuvo con ella un éxito fabuloso, hasta el punto de que, desde hace ya muchos años, los mormones controlan el estado de Utah y su capital, Salt Lake City. Aseguraba Smith que se le había aparecido el ángel Moroni --nombre no muy bien elegido, pues si le quitas la última letra te queda el término moron (cretino) y, como me comentó en cierta ocasión el novelista neoyorquino de origen ruso Gary Shteingart, “Siempre di por sentado que la i final era muda”-- y le había hecho entrega de unas placas doradas con los mandamientos de la religión verdadera, que el propio Smith tradujo --aunque no se sabe de qué idioma, probablemente porque se lo inventó todo-- y convirtió en El libro de Mormón, biblia de los devotos de la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días. El único honor que le cabe al fantasioso Smith es el de ser el único líder religioso de la Historia que fue ejecutado dos veces: hallándose detenido por poligamia, fue arrojado desde una ventana por una turba enfurecida y, como sobrevivió, lo apuntalaron contra una pared del presidio y lo fusilaron (hasta Jesucristo tuvo que conformarse con una simple crucifixión). Su sucesor, Brigham Young, fue el encargado de llevar a la secta hacia la gloria, encontrándola, como ya hemos dicho, en el estado de Utah.
Considerados actualmente unos ciudadanos respetables, los mormones han dejado atrás la poligamia --que aún se practica en ciertos ambientes rurales, como pudimos ver en la estupenda serie de HBO Big Love-- y se dedican a cortar el bacalao en Salt Lake City. Su especialidad es la discreción, que es lo que se saltó a mediados de los ochenta un tal Mark Hoffman, protagonista de un documental en tres capítulos, Murder among the mormons (Crimen entre los mormones) que ha sido colgado recientemente en Netflix.
La discreción interesada de los mormones
Dedicado al hallazgo de documentos vetustos relacionados con los mormones, Hoffman se hizo de oro con esos legajos que solo él parecía capaz de encontrar y que la Iglesia adquiría para ocultarlos, pues casi todos ponían en duda los datos fundamentales del mormonismo. Cuando se descubrió que Hoffman era un falsificador de primera que se hacía el mormón pese a haberse declarado ateo a los catorce años --parecía moverle un ansia insaciable de hacer daño a los suyos--, ya habían muerto dos personas que habían tenido tratos con él y a los que había eliminado para que no lo delataran (también se puso una bomba a sí mismo, en el coche, para disimular, pero no coló, pues salió prácticamente ileso). Si los mormones han optado por la discreción ha sido para que no les busque las cosquillas el FBI por su tendencia clandestina a la poligamia y para seguir haciendo de su capa un sayo en Salt Lake City. Por eso fueron los primeros interesados en enviar al señor Hoffman al trullo, donde sigue a día de hoy después de que su mujer se divorciara de él y sus cuatro hijos dejaran de dirigirle la palabra.
La miniserie está dirigida al alimón por Taylor Measom (del que no sé nada) y el gran Jared Hess, mormón con un sentido del humor totalmente majareta al que le debemos comedias tan descacharrantes como Napoleon Dynamite o Nacho libre. Centrada en Mark Hoffman, Crimen entre los mormones constituye un excelente retrato de un excéntrico rencoroso en un entorno que, pese a su aparente respetabilidad, solo puede ser calificado de delirante. Si Smith se inventó al ángel Moroni, Hoffman adjudicó a una salamandra la entrega de las placas doradas, y también dio a luz el documento más antiguo jamás impreso en los Estados Unidos. Todo ello, para hacer daño a la iglesia en la que, en teoría, militaba. Lástima que no haya querido hablar con Measom y Hess porque me he quedado con las ganas de oírle justificar su muy rentable insania.