Danny Trejo, dando una charla en el Comicon de Phoenix / Gage Skidmore (WIKIMEDIA COMMONS)

Danny Trejo, dando una charla en el Comicon de Phoenix / Gage Skidmore (WIKIMEDIA COMMONS)

Cine & Teatro

De San Quintín a Hollywood

Danny Trejo tuvo todas las papeletas para morir antes de los 30, se encamina ya a los 80 y sus carcajadas son la prueba de que él es el primero en sorprenderse ante el giro milagroso de su vida

6 enero, 2021 00:00

Todo el mundo conoce a Danny Trejo. Puede que no le pongamos un nombre a ese sujeto tatuado y con cara de bestia al que llevamos viendo en la gran pantalla (y también en la pequeña) desde que salió de la cárcel en 1969 y decidió empezar a ganarse la vida de una manera decente. No es muy alto (un metro setenta), pero sí fornido e imponente: si te lo cruzases por una calle a oscuras, saldrías corriendo cual alma que lleva el diablo (aunque ya tenga 76 años), pues no ha perdido un ápice de su infinita capacidad de intimidación, si bien ejerce actualmente de pilar de la sociedad que, cuando no está rodando, da charlas motivacionales en presidios y reuniones de Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos, tres ambientes que conoce a fondo porque en ellos transcurrieron su infancia, adolescencia y primera juventud.

Si les apetece conocer su muy especial historia, Movistar tiene a su disposición un espléndido documental titulado Recluso número 1: La redención de Danny Trejo, dirigido por Brett Harvey. Vale la pena porque el personaje se las trae y porque la suya es una historia admirable de superación personal y una muestra de que la redención, aunque a menudo difícil, no siempre es imposible, por mucho que las cartas que te haya dado la vida sean lamentables y no es que no den para un póker, sino que no dan ni para una pareja de sietes.

Daniel Trejo nació en 1944 en Los Ángeles y pasó su infancia y adolescencia en el mismo sitio en el que vive actualmente, la población de Pocaima, un aparcamiento para chicanos en el que más valía encerrarse en casa cuando se hacía de noche si no querías llevarte un tiro o un navajazo. Hijo de un entorno desestructurado y con un padre honrado, pero insensible y violento, el pequeño Danny cayó rápidamente en manos de su tío Gilbert, el criminal de la familia, y a los 13 años ya atracaba licorerías y era adicto al alcohol y a la heroína. No tardó en conocer los correccionales para delincuentes juveniles. Y en cuanto alcanzó la edad adulta, pernoctó durante años en diferentes penales de la zona, como San Quintín, Folsom (¿llegaría a ver actuar a Johnny Cash, que tan dado era a llevar un poco de alegría a los presidiarios?), Soledad o Chino. En esos sitios tan poco recomendables se hizo todos sus tatuajes y se convirtió en campeón de boxeo de la liguilla de los convictos. Una noche experimentó una especie de epifanía que le llevó a abandonar la vida criminal y tratar de no volver a pisar una prisión nunca más, promesa que ha mantenido hasta ahora.

Empezó con pequeños papeles sin frase, haciendo de matón o de presidiario, roles para los que no necesitaba ensayar. Poco a poco, los papeles fueron creciendo y llegaron las frases. Gracias a su primo segundo Robert Rodríguez (al que no había visto en su vida), el hombre apareció en Desperado (1995), Abierto hasta el amanecer (1996) y sus dos secuelas y Spy kids (2001) y sus tres secuelas, hasta conseguir su primer papel protagonista, aunque sin hablar mucho, en las dos entregas del justiciero mexicano conocido como Machete (2010 y 2013). En la actualidad, Danny Trejo es un actor muy solicitado que no se ha olvidado de donde viene: al final del documental lo vemos recogiendo a su primo Mario, el hijo del tipo que lo inició en el crimen y las drogas y que falleció años ha en un tiroteo con la policía, que sale del trullo tras haber pasado en él los últimos 38 años de su vida. Aunque no llegamos a ver a su ex mujer, Debbie Shreve, con la que estuvo casado entre 1997 y 2009, sí podemos escuchar a sus tres hijos, que lo adoran y que, como el espectador, se pasman ante el triunfo del bueno de Danny, un tipo con todas las papeletas para haberla diñado antes de los treinta que se encamina tranquilamente hacia los ochenta y cuyas simplonas carcajadas ante todo lo que suelta por la boca son la prueba más evidente de que él es el primero en sorprenderse ante el giro milagroso que dio su vida cuando salió de San Quintín en 1969 con la firme intención de no volver jamás.