Antonio de la Torre: "Matar a otro también te mata a ti. Nadie es un monstruo"
El actor malagueño, que acaba rodar su primera película en francés, habla sobre sus orígenes, sus convicciones políticas y el método con el que construye a sus personajes
14 diciembre, 2020 00:10Llega recién duchado, después de correr y dejar a los hijos en el colegio, por ese orden. Arrastra a la periodista y al fotógrafo a un bar de confianza. Un bar de barrio donde, aunque está casi vacío, le buscan un sitio apartado, sin gente; más que con distancia de seguridad, con metros de aire entre silla y silla. Pide su café con leche, como siempre, dice, y se quita la mascarilla. El abrigo azul marino de media pierna, entallado, no. Está guapo, más delgado, parece como si los ojos se le hubieran hecho más grandes, incluso más azules. Hay que tener en cuenta que la última vez que los espectadores lo vimos en una pantalla grande, esos mismos ojos parecían los de un cegato, legañosos, hundidos y sin vida, como debió tenerlos el republicano sepultado durante treinta años en un agujero de su casa, el protagonista de La trinchera infinita. Es tan camaleónico que apenas se le reconoce ahora, sonriente, relimpio y espídico.
–Tras este año tan malo vaya alegrón ha debido ser la nominación de La trinchera infinita a los Oscar. (La primera en la frente, gesticula y corrige la pregunta haciendo un gesto de calma con las manos)
–No, no. A ver, voy a explicarlo bien, vayamos a volvernos locos y luego llevarnos un disgusto. Hay que tener esto claro… estamos en una especie de preselección de los Oscar: somos la película que la Academia española presenta y luego, con todas las extranjeras, son ellos, los académicos norteamericanos, quienes deciden cuáles entran en la bandeja de salida. No sé, ojalá, la película es muy buena, pero es una carrera difícil compitiendo con películas asiáticas, iraníes, de otros países de Europa. (Es su primera respuesta de una catarata de contestaciones y repreguntas que a veces se hace para sí y otras deja en el aire, cuando no interpela directamente a la entrevistadora. Derrocha energía, también verbal). El último que metió allí cabeza fue Almodóvar (imita a un presunto presentador leyendo el nombre del cineasta manchego y el título Honor y gloria con muchas erres guturales y más guasa) y ya es una hazaña. La película es buenísima, ha tenido premios en los Goya, el trabajo espectacular de Belén Cuesta, de la dirección… pero, vamos, que estar ahí, elegidos por los tuyos es algo magnífico, no nos pongamos mojigatos.
–¿Se atreve a mojarse en una quiniela?
–Ni idea, yo que sé. A mí me gusta mucho una danesa, que tiene ya el premio de la Academia de cine europea. Druk se llama, a saber cómo se pronuncia, pero la he visto y es espectacular... Una idea muy bestia, cuatro profesores que hacen un experimento manteniendo una tasa de alcohol altísima unos días. Muy buena. (Vuelve a explicar con mucho detalle el complicado recorrido de una película de habla no inglesa para ser seleccionada) A mí esa me parece que tiene posibilidades, pero, claro, igual hay una iraní o una china…
–Ve mucho cine, parece.
–Bueno sí, el que puedo, me gusta, además de que me interese. Me gusta mucho ir, la pantalla grande, la oscuridad de la sala. Y en casa veo también muchas películas y series. Y con el confinamiento ha sido un desparrame.
–Y en familia.
–Sí, por supuesto, pero es una pena porque mis niños no pueden ver mis películas, son muy pequeños y casi todas son violentas o de temas que no entienden
–¿Ni siquiera alguna comedia como Gordos?
–Tampoco, hay escenas de sexo… No, no. Mi hija tiene nueve años, qué va, qué va, ya tendrá tiempo (se ríe como si prefiriera no pensarlo). Pero vemos otras cosas que nos gustan a todos.
–Hablando de sus hijos: usted estudió Ciencias de la Información en Madrid y luego ganó unas oposiciones en la Radio Televisión de Andalucía, un puesto fijo que dejó en 1994. Si sus hijos quieren ser periodistas o actores ¿qué le horrorizaría más?
–(Ríe a carcajadas) Pues vaya, no, por favor, ninguna de las dos me parece mal. Pero ¿sabe lo que sí me horrorizaría? (se pone serio) Que no tengan una pasión, que no lleguen a sentir pasión de verdad por lo que hagan. Eso me parece terrible. A lo mejor es que yo tengo mucha suerte y me ha apasionado todo lo que he hecho, todo. Ser periodista y, fíjese, ser periodista deportivo como fui los últimos años. De hecho, yo creo que uno es periodista siempre: yo lo soy, siento esa curiosidad permanente, ese ruido en el estómago por saber, por preguntar. Lo pregunto todo. Y de alguna manera siendo actor, que me apasiona tantísimo, es una manera de seguir siendo ese periodista que quiere saber más de las cosas, de las personas, de lo que pasa. Yo creo incluso que quise ser actor al tiempo que estudiaba para periodista. Le debo esta vocación a los primeros años de la carrera y a Alberto San Juan, que es mi amigo, mi hermano. Él me metió el veneno, nos metimos en la escuela de Cristina Rota, yo luego me volví a Málaga y trabajé como periodista, pero ya estaba marcado, ya tenía esta fiebre. Con Alberto se me abrió todo, los ojos, la vida. Ya no pude separar esas dos pasiones. Soy periodista y actor, lo segundo es mi oficio y lo primero una manera de estar en la vida.
–¿Se ve envejeciendo de actor?
–Sin ninguna duda. Claro que me veo. Es lo que me gustaría, vaya. Espero hacerlo. Aunque alguna vez he pensado en dirigir alguna cosa, una película, algo, porque, no es vanidad ni presunción, creo que lo haría bien… El único problema es que no tengo la menor idea de cámaras, ni luces, ni de técnica (Vuelve a reír). Ahí tendría que buscarme a alguien, pero creo que no lo haría mal. (Se levanta y se sienta como si acabara de tener una idea). Y me gusta escribir, ahí sí que me siento seguro. He seguido haciendo colaboraciones en prensa, entrevistas, artículos. Hice unas entrevistas en El País que me gustaron mucho. Y me atrevería a escribir un guión, pero de cine documental. De hecho, yo soy, sobre todo, un actor de cine documental, de papeles reales. Es lo que más me apasiona. Lo que me pone de verdad.
(A estas alturas de la conversación ha divagado varias veces sobre las preguntas, se ha levantado y se ha vuelto a sentar, se ríe mucho y se pregunta y responde a sí mismo). Interpretar a personajes reales, saber de su vida hasta que sea la tuya, eso es una manera de acercarse a la verdad. (En teatro se llamaría meter morcillas; en la entrevista resulta, técnicamente, una invitación a la entrevistadora para que guarde sus preguntas en el bolso y se deje llevar por el monólogo, salpicado de guiños y complicidades. No hay necesidad de preguntarle cuál es ese personaje real que más le ha impresionado porque casi desde el primer momento cita a José Mujica, el expresidente uruguayo, bien para reforzar una idea propia, bien para recordar una anécdota vivida personalmente con él, bien como ejemplo. Hasta saca el móvil y enseña un mensaje que el político le mandó cuando vio el estreno de La noche de los doce años. Aunque le cueste no dejarse seducir por ese torrente de buen conversador, la periodista intenta enderezar la entrevista).
–En la pandemia, en este año raro y malo, a usted le han pasado cosas buenas. Hemos visto una serie suya, La línea invisible, que ha sido un éxito. Se ha sabido la nominación de La trinchera infinita y ha rodado una película en Bruselas.
–Es una película belgo-francesa. No sé si se puede contar (coge el teléfono y en un francés aceptable, exagerando el acento incluso, habla con alguien a quien pide permiso para contarlo). Es un thriller muy, muy trepidante. Entre la vie et la mort, de Giordano Gederlini, el de Los Miserables, con Marine Vacth, Olivier Gourmet (Palma de Oro en Cannes por El Hijo en 2003) o Fabrice Adde, actorazos todos. Mi primera película en francés (lo dice enfatizando mucho para demostrar que ha logrado dominar un idioma que no conocía hasta este trabajo).
Yo había rodado en inglés, pero de francés, ni idea, y ha sido muy estimulante. Muy bien. En Bruselas, una producción belga y francesa. Mi papel es el protagonista. Soy un hombre al que de pronto le cambia la vida por algo que le pasa a su hijo, no es un hombre corriente, es…bueno no sé si puedo contar más, pero sí puedo adelantar que es una película de acción, muy frenética. Ha sido todo muy fuerte. Se estrena el año que viene. Me ha gustado muchísimo rodarla. Porque a mí me encanta el cine francés, soy mucho de cine francés. (Recita una retahíla de grandes películas galas entre las que aparecen casi todas las de Éric Rohmer, enfatizando sobre todo Le Genou de Claire o L’amor l’aprés-midi y añadiendo, con más énfasis aún una de Francois Truffaut, Jules et Jim).
–Una película de acción que veremos el año que viene, aunque éste le hemos visto siendo Melitón Manzanas, el primer objetivo de ETA en agosto de 1968, un policía y torturador documentado, situado en sus antípodas ideológicas y morales.
–Ufff. (El bufido suena a advertencia: quiere medir sus palabras). Mire, cuando fui a ver a Mujica para La noche de los doce años hablamos mucho de eso, de las contradicciones de todos los seres humanos, del lado oscuro y del lado amable. Yo creo que Mujica es el hombre que más me ha impresionado de todos los que he conocido, es un líder moral incuestionable, imprescindible y, sin embargo, incluso él tiene un lado oscuro, está marcado por su época con los Tupamaros (guerrilla uruguaya de los años sesenta), con la violencia. Él más que nadie sabe que matar a otro también te mata a ti, que del dolor ajeno nunca sale nada bueno. La violencia es violencia. Mujica aprendió que la revolución no puede ser violenta.
–¿Entiende que lo mataran? Mucha gente celebró su muerte.
–Entiendo, entiendo la presión del franquismo, la crueldad de la dictadura, la brutalidad del régimen, entiendo que en ese contexto existiera la tentación de una respuesta violenta. Pero no puedo compartirlo. A lo mejor es muy fácil desde mi perspectiva, a lo mejor yo puedo… tengo la suerte de elegir y de rechazar el hecho de acabar con la vida de otro. Y otros no pudieron o no supieron. Pero no, mire: No a la violencia (Pone voz de mitin intentando relajar un tono que se le ha ido exaltando)
–El Melitón Manzanas de La línea Invisible lee poseía, tiene una amante y parece ser un buen padre.
–Hay una parte de ficción, lo de la amante, pero lo de la poesía no sé, pero sí era aficionado al teatro, fue amateur y tenía inclinaciones culturales. Y sí, era un buen padre y un buen marido. Lo he trabajado mucho, he hablado con mucha gente para entender a este personaje. Lo hago siempre. Cada vez que puedo me meto de cabeza en la vida de la persona, mucho más si es real o tiene visos de realidad. Porque nadie es rotundamente un monstruo. No existen. No puedo decir que era un hijo de puta y quedarme tranquilo porque las personas son complejas, contradictorias. Todos. Intenté hablar con su hija, y directamente no lo hice, pero sí con sus allegados, y sé que ella jura que su padre no puso ser un torturador porque era muy bueno. Ella lo cree. Con ella lo fue.
Lo de las torturas está más que documentado, he hablado con testigos, con víctimas, he visto informes de forenses, incluso llegué a hablar con uno de ellos. Es algo archidemostrado que hubo torturas y que las hubo después del franquismo, que se vejaba, golpeaba y torturaba a detenidos …en democracia. Todo esto lo sé. Pero Melitón, y otros como él, tenían una parte privada, normal, afable, simpática incluso. Y yo no puedo meterme en la piel de alguien ignorando quién fue. El oficio de actor a mí me ha enseñado eso, la humanidad de todos y cada uno, la ternura en un ser despiadado, la impiedad de un hombre bueno… Todo lo que somos capaces los humanos.
–Pero hay personajes detestables.
–Hay personas que hacen cosas detestables. ¿Vio El reino? Bueno, pues yo me empapé del personaje como una bestia, hablé con muchos implicados en la Gürtel y hablé mucho, pero mucho con El Bigotes. Que no me gusta llamarlo así, se llama Álvaro Pérez y, aunque sea culpable, tiene derecho a su dignidad. Y tengo que decir que se portó muy bien conmigo; me contó cosas que no tenía por qué, se sinceró, compartió historias que podía haberse callado. Fue generoso. Me dio su confianza. Yo estuve en el juicio. Será la parte del periodista que soy, pero necesito ver, oír a las personas antes de interpretarlas. No leo tanto del contexto: me empapo del entorno, de quiénes son, qué hacían, a quién querían, qué les gustaba. Cómo vivían. Con Grupo siete llegué a tener amistad con policías que habían estado en el Grupo Diez. Me ayudaron mucho, de hecho. El que la hace la paga. Los culpables que paguen su culpa, pero no dejan de ser personas. Podemos despreciar la conducta de alguien, pero no a él, no sé si me explico.
–¿Todo el mundo tiene derecho al perdón?
–En qué Estado estamos si no se entiende el perdón como eje de todo eso que llaman reinserción. En realidad, esa es la clave de quienes no apoyamos la violencia, nadie merece morir, sino pagar por la atrocidad que haya hecho.
–Gasta usted una empatía indiscriminada, si me lo permite, siendo como es un progre oficial.
–¿Progre? Eso es un insulto, ¿no? (Pone cara de ofendido pero sonríe abiertamente). Yo soy de izquierdas, progresista. Al menos, eso creo. Lo que no soy es de derechas, eso lo tengo claro. Pero la palabra progre queda como para ...los de la postura. Los que dicen una cosa y hacen otra. No sé muy bien qué palabra se usará para ese comportamiento desde la derecha…. Yo soy de izquierdas porque soy de una familia pobre, yo sé lo que es ser pobre por la memoria de mi madre, sé lo que es ser víctima del machismo, del clasismo y del franquismo. Y creo en la libertad, en la justicia y en que no siempre tenemos razón y que hay que escuchar las razones de los demás, pero estoy marcado por la familia a la que pertenezco, por lo que soy.
–No parece resentido, se lleva bien con todo el mundo y lleva bastante bien el éxito. Porque usted es un triunfador, alguien que ha elegido y le ha salido muy bien.
–¡Además de progre me llama buenrrollista ! (Ríe a carcajadas). No sé si ofenderme. En realidad, aunque no me guste mucho esa palabra, se trata de empatía, y eso también se lo debo al oficio. Yo he aprendido a entender a los otros, que no son muy diferentes a mí, y a no creerme nadie superior. Y tampoco se me ha ido la cabeza, aunque me haya ido bien, que es verdad que me está yendo bien. Vivo en un piso normal en Sevilla, llevo a mis hijos a un colegio público, tengo mis amigos de toda la vida.
–Ya. El actor más nominado de la historia de los Goya. Casi un imprescindible. ¿Quién le baja los humos?
–La vida me bajó los humos desde el primer minuto. La puta vida dura que tuvo mi madre. ¿Sabe que era analfabeta? No pudo estudiar, no hizo más que trabajar y trabajar y trabajar. Cuando hemos rodado La trinchera infinita se me ha aparecido mi madre por todas partes. Ha sido un rodaje muy particular, nos daban cancha para improvisar en los diálogos y ahí salieron las expresiones de mi madre (cecea): “Tienes más conchas que un galápago”. Sus expresiones y sus silencios y su dureza. A través de ella, vengo de una vida dura, he heredado la memoria de la vida dura de los pobres, y ser mujer pobre es ser doblemente pobre.
–Usted no es pobre ya.
–Bueno, no. Mire, yo estoy totalmente de acuerdo con que paguen los impuestos los que más tienen, pero el otro día cuando oí las medidas del gobierno, de los míos, ¿eh?, dije: anda, si yo estoy en el tramo de los que llaman ricos (pone cara de asombro). Y tampoco. Tengo lo que gano, que no sé cuánto ganaré mañana, pero sé que es más que la media y no olvido la humildad de mi origen, la fragilidad de los que no hemos nacido con privilegios. Por eso no se me va la cabeza ni me creo superior ni mejor, ni creo que tenga derecho a algo más que los demás.
–¿El confinamiento, encerrado en casa con sus hijos, le ha marcado? ¿Le ha dado miedo el futuro? El sector de la cultura es de los que más se están resintiendo.
–Sí, la situación es dura aunque yo, por el momento, no puedo quejarme. Acabo de rodar una película. A mí el confinamiento me ha regalado a mis vecinos. No los conocía de nada y ahora somos como vecinos de mi infancia, casi de la familia. Eso ha sido muy bueno y, ojo, que estar encerrado en un piso sin un mísero balcón y con niños pequeños no es fácil.
–Nació en el 68. ¿Por qué los hombres de cincuenta años no se hacen invisibles?
–Esa pregunta me gusta… Bueno, es que esto del machismo es verdad, y conste que creo que, efectivamente. las mujeres, las feministas, tienen razón y me siento aprendiz de feminista. La verdad es que hay actrices cojonudas que están demostrando que envejecer no implica desaparecer: Maribel Verdú, Carmen Machi, pero también conozco otras que, siendo buenísimas, no encuentran hueco. Lo cuento siempre: cuando hice Balada triste de trompeta con Alex de la Iglesia tenía cuarenta años y mi novia en la ficción, Carolina Bang, 24. Al revés hubiera sido algo impensable, Hay muchas cosas que tienen que cambiar. Y es verdad que hay que apoyar para que haya más directoras, más guionistas, más actrices en todos los papeles y no que todas parezcan niñas. ¡Hasta las madres de las niñas son niñas! Pero machistas son también muchas mujeres, por ser mujer no eres feminista. A veces nos hacemos trampas: yo entendí cuando Candela Peña dijo aquello de que entraran más directoras, pero que fueran buenas. Tenía razón, pero parece que a los tíos no se lo hemos pedido, porque malos hay, como en todo.
–Siempre relacionamos su epifanía con Azul oscuro casi negro, pero ya llevaba casi la mitad de las sesenta películas que ha hecho.
–Porque me dieron un Goya y fue un primer éxito, un reconocimiento importante en mi carrera. Pero antes también fue importante para mí estar en Volver con Almodóvar, aunque fuera un papel pequeño porque éramos sólo dos hombres en una película de mujeres y mi personaje era clave en la historia. Pero sí, llevaba muchas películas, desde el 94. No se me oyó hasta la tercera. En la primera no tenía frase y en la segunda, la de Iciar Bollaín –Hola estás sola– me doblaron.
–Viaja dentro y fuera de España, pero su casa está en Sevilla. ¿Se ve aquí ya siempre?
–Uno es de donde son sus hijos y mis hijos son sevillanos, aunque yo sienta fuerte esa raíz de Málaga y me guste tanto y me sepa de allí. Cada vez me siento más orgulloso de mis raíces, de ser del Sur, de esta tierra. Y es una contradicción, porque por un lado siento ese orgullo, casi nacional, por llamarlo de algún modo y, por otra parte, como soy de izquierdas, cada vez creo menos en las fronteras porque hacen daño y lo estropean todo. Cerrar puertas es cortarse una mano. A mí Madrid me cambió la vida. Le debo lo mejor de lo que me pasa, el oficio, la facultad y la escuela de Cristina Rota. Le debo a Alberto San Juan. Yo era un cateto y un poco lo sigo siendo, pero Madrid me abrió los ojos. (Se levanta y mira la grabadora, que parpadea) ¿Sabes cómo titularía yo esta entrevista? La pasión nos salva. Ahí te lo dejo.