Lo importante es amar
La capacidad de conmover de Isabel Coixet brilla en 'Nieva en Benidorm', donde hay que tener el corazón como una piedra para no sentir nada ante el amor entre dos seres perdidos
9 diciembre, 2020 00:00Tomo prestado el título de la mejor película del difunto Andrzej Zulawaski para esta columna sobre el nuevo largometraje de mi amiga --estas cosas hay que confesarlas desde el principio-- Isabel Coixet que, tras las molestas demoras propias de la era del coronavirus, llegará a nuestras pantallas este viernes y cuya principal virtud, como ya sucedía en el clásico del polaco afincado en Francia, es su capacidad de conmover al espectador o, por lo menos, a cierta clase de espectador (en la que me incluyo). Es una película sobre segundas, o últimas, oportunidades, esas oportunidades en las que resulta difícil creer cuando tienes la impresión de que nunca has disfrutado de la primera, como le sucede al protagonista de Nieva en Benidorm, un buen tipo que lleva una vida gris en Manchester hasta que lo prejubilan en su sucursal bancaria por portarse humanamente con un cliente asiático que hasta se le pone de rodillas en su despacho para suplicarle que sea clemente con sus condiciones del crédito que ha contraído con dicha empresa, consagrada, como todas las de su gremio, a la usura legalizada. Sin saber muy bien qué hacer con su vida, el pobre Peter decide aceptar una vieja invitación de su hermano, al que hace años que no ve, y presentarse en su lugar de residencia, Benidorm, paraíso del jubilado y centro de esparcimiento para compatriotas aficionados al morapio y a hacer el ganso sin tasa. Una vez allí, Peter (un soberbio Timothy Spall) comprueba que su hermano no aparece por ninguna parte y se lanza a buscarlo en compañía de una policía que lee a Sylvia Plath (Carmen Machi) y una stripper madurita de origen y pasado indeterminados, Alex (la siempre adorable, tanto en la pantalla como en la vida real, Sarita Choudhory, que ya interpretó un rol secundario en una película anterior de Coixet, Aprendiendo a conducir), de la que acabará enamorándose cuando ya no esperaba absolutamente nada de la vida en ese sentido (ni en ningún otro). Aunque un primer borrador del guion, que leí hace años, incluía elementos de thriller, la versión definitiva ha prescindido casi por completo de ellos para convertirse en el retrato de un romance otoñal en un sitio tan absurdo que puede llegar a resultar fascinante y que remite a ciertos no lugares de las novelas de J.G. Ballard, arrojando para mí el resultado más conmovedor de toda la obra de Coixet y situando Nieva en Benidorm al mismo nivel que mis dos clásicos favoritos de la emoción filmada, Breve encuentro, de David Lean, y la citada Lo importante es amar.
La capacidad de conmover no está al alcance de cualquier creador. Te obliga a avanzar por un terreno minado que puede acabar al borde del acantilado del ridículo, por el que ha acabado despeñándose más de uno sin pretenderlo. Coixet lleva toda la vida recorriendo ese terreno minado y siempre se ha quedado a un metro del precipicio, salvo en el único de sus largometrajes al que nunca le he visto la gracia, Mapa de los sonidos de Tokio --la amistad es casi un cheque blanco, pero, afortunadamente no del todo: cada vez que a alguno no le gusta algo que ha hecho el otro, se lo dice y aquí paz y después gloria; actos de fe como lo de my country right or wrong se los dejamos a los del prusés--, como demuestran las recientes Nadie quiere la noche (que casi todo el mundo se empeñó en ignorar por motivos que sigo sin entender) y La librería (cuya autora creía que no iría a ver nadie y acabó siendo un sleeper del agrado de público y crítica). Tengo la impresión de que esa capacidad de conmover brilla especialmente en Nieva en Benidorm, donde hay que tener el corazón como una piedra para no sentir nada ante el amor que surge entre dos seres perdidos en este mundo, dos náufragos que, por motivos distintos, han acabado llegando a nado, metafóricamente hablando, a las orillas de Benidorm. Las sensibles interpretaciones de Spall y Choudhury, evidentemente, resultan fundamentales a la hora de cumplir los objetivos de la directora.
El tercer elemento fundamental de la trama es el propio lugar en el que todo pasa (y que Sylvia Plath visitó cuando solo era un pueblo de pescadores, convirtiéndose en un espíritu benefactor que sobrevuela la historia), filmado con una extraña y eficaz empatía que rehúye el paternalismo y la burla fácil y lo muestra, simplemente, como un sitio increíblemente extraño que, según como, puede tener su gracia (incluida, aunque parezca imposible, la arquitectónica, tan del agrado de nuestro amigo Oscar Tusquets). ¿Habrá público para Nieva en Benidorm? Isabel no está muy segura, y menos en esta época en la que el cine, tal como lo conocíamos, se está muriendo. Yo creo que sí. No se tratará de un público juvenil, ajeno por definición a los amores de dos cincuentones a la deriva, pero sí de esa audiencia fiel que la ha seguido desde Cosas que nunca te dije y también de cualquier ser humano que crea, como Fabio Testi y Romy Schneider en la obra maestra del señor Zulawski, que en esta vida lo importante es amar. Aunque te pille mayorcito y aparentemente acabado.