El funcionario que funcionó
La serie 'The Comey rule' retrata con verocidad la administración Trump, con la caracterización del director del FBI James Comey
31 octubre, 2020 00:00La sombra de Frank Capra es alargada y sigue extendiéndose sobre las ficciones audiovisuales estadounidenses consagradas a desvelar las disfunciones del sistema político local. El subtexto de las películas de Capra, como recordará todo buen cinéfilo, es que en América hay gente que se porta mal, pero eso no quita para que la nación siga siendo la mejor del mundo gracias a un sistema que funciona a la hora de poner en su sitio a los que se aprovechan de él con fines perversos. Y ese subtexto está claramente presente en la miniserie La ley de Comey (The Comey rule), que Movistar ha emitido oportunamente a pocos días de las elecciones norteamericanas de principios de noviembre. Sus protagonistas son Donald Trump (Brendan Gleeson, a quien podemos encontrar en la misma plataforma al frente de la adaptación de Stephen King Mr. Mercedes) y el por él cesado director del FBI James Comey (Jeff Daniels), en cuyo libro A higher loyalty (Una lealtad superior) se inspiran los cuatro episodios de esta propuesta basada en una historia tan reciente como urgente.
James Comey estaba al frente del FBI cuando tocó investigar los célebres correos electrónicos de Hillary Clinton que, para algunos, la llevaron a perder las elecciones contra Trump. Comey hizo lo que consideró que tenía que hacer, convencido de la necesidad de que el FBI fuese un ente apolítico, y se convirtió, sin comerlo ni beberlo, en un ídolo de la alt right…Hasta que, tras un año de investigaciones, llegó a la conclusión de que la cosa no daba para llevar a juicio a Clinton, momento en que la derechona lo crucificó por supuestas connivencias con los demócratas. Cuando aparecieron nuevos correos y Comey reabrió el caso, los devotos de Trump volvieron a quererle…Para volverle a odiar cuando lo cerró a pocos días de las elecciones por falta de pruebas sólidas de conducta inapropiada.
Para un sector de la izquierda, el mal ya estaba hecho y Comey era un fascista que se había cargado a Hillary él solito. Lo cual no impidió que Trump lo cesara en cuanto tuvo la primera ocasión. Entre Pinto y Valdemoro, el pobre Comey fue malinterpretado por unos y otros, ya que él solo se consideraba un funcionario consagrado a una lealtad superior, la debida a la constitución de los Estados Unidos. James Comey aparece en la serie como un genuino personaje de Frank Capra, como Gary Cooper en Juan Nadie (Meet John Doe) o James Stewart en Caballero sin espada (Mr. Smith goes to Washington). En ese sentido, Jeff Daniels, con su aspecto de buen tipo, de hombre recto, es ideal para el papel. Como lo es, asimismo, el irlandés Brendan Gleeson en el de Donald Trump, cuyos tics y manierismos ha imitado a la perfección y sin cargar las tintas ni caer en la charlotada que domina Alec Baldwin en Saturday night live.
La ley de Comey es, de hecho, una propuesta más periodística que cinematográfica. Se sigue con interés porque los hechos narrados sucedieron, como quien dice, hace tres días, pero es poco probable que dentro de un año alguien muestre el más mínimo interés por verla. No porque sea mala --no lo es, pese al tonillo patriótico y santurrón--, sino porque, como cantaba el gran Héctor Lavoe, “¿Y para qué leer un periódico de ayer?”. Su única posibilidad de perdurar equivale a una desgracia para la humanidad: que Trump vuelva a ganar las elecciones dentro de unos días. Quiero creer que el director y guionista de The Comey rule, el irregular Billy Ray --responsable, entre otras iniciativas audiovisuales, de una miniserie basada en El último magnate, la novela de Scott Fitzgerald, o del remake norteamericano de El secreto de tus ojos, del argentino Juan José Campanella-- se conformará con que su última criatura sea un digno producto de temporada cuya fecha de caducidad llegue cuanto antes mejor.