'La carga de la caballería ligera' / CATON WOODVILLE

'La carga de la caballería ligera' / CATON WOODVILLE

Cine & Teatro

Las cargas de la caballería

Un recorrido por las obras literarias y cinematográficas que reflejan los grandes errores de las solemnes batallas bélicas

21 agosto, 2020 00:00

Tenemos a disposición la Historia de la incompetencia militar de Geoffrey Regan (Crítica) y Sobre la psicología de la incompetencia militar, de Norman Dixon, en editorial Anagrama; y ahora, en Gatopardo Ediciones, La vanidad de la caballería del ameno periodista italiano Stefano Malatesta, que en estos artículos toca el mismo tema cautivador de los graves errores bélicos que por causa de exceso o falta de confianza de los soldados, mala preparación, soberbia, o simplemente ignorancia de los mandos han causado desastrosas derrotas y muertes masivas e innecesarias, como en el desastre de Annual, la guerra de Suez, la expedición británica contra Cádiz de 1625, la aventura de Churchill, entonces lord del Almirantazgo, en los Dardanelos, durante la Primera Guerra Mundial, etc. Curiosamente en ninguno de los tres libros, que yo recuerde, figura la campaña de Napoleón en Rusia, donde comenzó la invasión al frente de medio millón de hombres y salió corriendo con veinte mil supervivientes. 

En cambio tanto Regan como Dixon como Malatesta como el lector cómplice se recrean, en un estado de ánimo complejo, mezcla de espantada admiración y sadismo vindicativo, en la famosa carga de la brigada ligera en Balaklava, en 1854, durante la guerra de Crimea, donde lord Raglan transmitió a lord Lucan, y éste a lord Cardigan (tres militares aristócratas que habían comprado sus cargos con su fortuna) la orden de cargar contra unas baterías rusas, equivocando estos dos últimos el objetivo y lanzando una carga suicida, catastrófica, contra lejanas ametralladoras y cañones rusos por lo que el poeta rebautizó como “el valle de la muerte”.

Historia de la incompetencia militar, Geoffrey Regan

Allí cayeron efectivamente muertos o heridos casi todos los valientes jinetes, húsares, lanceros y dragones, la flor de la caballería británica, la presuntuosa Brigada ligera; salvo su jefe, lord Cardigan, jinete extraordinario y probablemente un imbécil con suerte, pues iba al frente del ataque, recibió heridas insignificantes, logró llegar a los cañones y saltar sobre ellos, y cuando los jinetes cosacos que aguardaban detrás de éstos se disponían a rematarlo se encontró que el príncipe Radziwill que los comandaba lo conocía de un baile en Londres, a donde gentilmente lo devolvió, ileso, y donde fue recibido como un héroe.

Sobre esta famosa carga se han rodado dos películas, y recientemente una serie televisiva, según creo, de las cuales la más famosa es la idealizada La carga de la brigada ligera (1936), de Michael Curtiz, que protagoniza Errol Flynn: una majadería, pero es magnífica la secuencia –dos o tres minutos– de la carga propiamente dicha. “Los soldados”, tal como lo describe Malatesta, “avanzan primero al paso y luego al trote, hasta que en los últimos doscientos metros cambian la posición de las lanzas para apuntar con ellas al enemigo, encabezados por los oficiales, que cabalgan profiriendo el grito de guerra de la Brigada ligera”. 

La última carga de Tony Richardson, acorde con su tiempo (1968), es una película concienciada, o sea que procura denunciar la guerra y el sistema de castas ingleses, responsable último del desastre provocado por la orden de Raglan malinterpretada por George Charles Bingham, tercer conde de Lucan, y ciegamente obedecida por Cardigan. 

Por cierto que –hay familias que son imbéciles todos sus miembros– los Lucan volverían a la historia de la incompetencia, aunque en un apartado menor, gracias al séptimo conde, John Lucky Lucan, que intentó matar a su mujer para quedarse con la herencia con la que pagar sus deudas de juego y asegurarse la custodia de sus hijos, pero mató en su lugar a la nanny. Luego no le quedó otro remedio que suicidarse. A este señorito criminal que no hacía honor a su apodo de afortunado se le han dedicado varias series televisivas y una copiosa bibliografía, pues su crimen ocupa en el imaginario británico un lugar parecido al del no menos sórdido crimen de los Urquijo en el español. 

La suerte de Lucky Lucan, que era bastante apuesto, con un rostro de rasgos armoniosos pero con una luz inquietante, hubiera podido ser muy distinta, pues se le había ofrecido la posibilidad de encarnar a James Bond en la primera película de la serie. Lo descartó, le parecía una tontería, prefirió seguir frecuentando timbas y casinos…Pero esto nos lleva lejos de las cargas de la caballería, que son, entre todos los lances bélicos, el más exaltante y horroroso, el que más interpela ciertas pulsiones de veloz exaltación y agresividad que anidan en el corazón del hombre, asombroso en su comunión con el caballo y con sus camaradas, desafiando al miedo y a la muerte.

LavAnidadDeLaCaballeria

Borges, cuando ya estaba casi ciego, iba al cine a ver Iván el Terrible y no podía evitar que se le saltasen las lágrimas cuando los caballeros teutónicos avanzan en cuña galopando sobre el hielo contra el ejército ruso e Iván dice a sus generales: “Dejad que penetre la cuña. Los caballeros teutónicos siempre atacan de la misma forma”. No sé por qué lloraba el poeta, quizá la escena le hacía pensar en su abuelo Francisco que murió a caballo, según cuenta uno de sus poemas que no recuerdo bien pero que dice: “Lo dejo en su caballo, en esa hora / crepuscular en que buscó la muerte (...) / Alto lo dejo, en su épico universo / y casi no tocado por el verso”.  

Norman Dixon, incompetencia militarCirlot, a quien gustaba mucho el cine, dijo que el ser humano no es más que la tecnología necesaria para que se proyecten las películas. Una agudeza estupenda. Lo importante eran las películas, donde no hay tiempos muertos ni trivialidades, solo acción y conversaciones decisivas, y nosotros, que paramos para comer, y vamos al dentista, y tomamos vacaciones, somos solo sus esclavos, esclavos sin saberlo de las películas, somos los dispositivos imprescindibles para que se puedan representar, y para proyectarlas en la pantalla plateada, reluciente en la oscuridad de la sala como la luna en el cielo nocturno. Pues bien, de la misma manera se podría decir que nosotros, los seres humanos, apenas somos la tecnología necesaria para que se libren las guerras; y en las guerras, las pavorosas cargas de la caballería, y para que las cargas de la caballería se cuenten en los libros y en las películas, y podamos leer esos libros. Como dioses homéricos que así se entretienen, por ejemplo en la playa, bajo una sombrilla, mientras pasan por delante los cuerpos desnudos, recortándose su silueta contra las olas.