La posesión
En 'Marianne' no prima la originalidad, pero sí esa seguridad de sus creadores en que, si juegan bien sus cartas, conseguirán marcar la diferencia
28 septiembre, 2019 00:00La sombra de Stephen King es alargada: su influencia sobre novelas y películas está más que demostrada, probando así que King, más que un autor, es un género en sí mismo. Y cuando se da cuenta de que algo se inspira claramente en su mundo, tiene tres opciones: abominar de ello, ignorarlo o bendecirlo. En el caso de la nueva serie francesa Marianne, que lo está petando en Netflix, el hombre de Maine ha optado por la bendición, proclamando urbi et orbi que el producto le parece fantástico y añadiendo que detecta en él cierta influencia suya. No puede estar más en lo cierto, ya que en Marianne la historia, el estilo y el tono le deben mucho al autor de It o Carrie. Lo cual no es en absoluto malo para el espectador, que asiste encantado a este grand guignol sobre una bruja perversa e inmortal capaz de saltar de las páginas de un libro a la realidad.
Fijémonos en la protagonista de la serie, la escritora Emma Larsimon (Victoire du Bois), autora de una exitosa serie de novelas de terror protagonizadas por un alter ego suyo, Lizzie, y la bruja Marianne, que la atormentó en sus pesadillas cuando era una adolescente rural y de la que se sirvió, ya instalada en París, para crear una saga de gran éxito comercial en todo el mundo. Tras diez entregas de la serie, Emma ha decidido que ya está harta de Marianne y de Lizzie y que tiene ganas de escribir algo distinto, más literario, menos de género. Tras plantarse en Elden, su pueblo natal, para ver cómo siguen sus padres, Emma vuelve a contactar con su antigua pandilla -un grupito como el de It, por cierto- y empiezan a suceder cosas extrañas a su alrededor: sus progenitores se comportan como zombis, la madre de una antigua amiga asegura estar poseída por Marianne, y que la culpa es de Emma, por haberla convocado en sus novelas, los hechos inquietantes se suceden y todo parece indicar que la bruja, ejecutada en el siglo XVI, sigue en activo.
Los ocho episodios de la primera temporada de la serie -Netflix aún no ha aprobado la segunda, pero el final abierto de esta entrega ofrece un futuro lleno de posibilidades; no se lo cuento por aquello del spoiler- nos ofrecen, pues, un enfrentamiento tan viejo como el mundo: la lucha entre el bien y el mal. Y lo hacen francamente bien, consiguiendo hacerse con seguidores de la serie a cascoporro, incluido quien esto firma.
El problema principal del género de terror es la falta de originalidad, así como el escaso empuje narrativo que lastra a una mayoría de propuestas (las que llenan la programación del canal Dark, sin ir más lejos). En Marianne no prima la originalidad, pero sí esa seguridad de sus creadores en que, si juegan bien sus cartas, conseguirán marcar la diferencia y huir de la repetición y de la rutina. Samuel Bodin y Quoc Dang Tran, responsables de la cosa, lo han logrado plenamente... con una ayudita de su maestro, Stephen King, a cuyo canon se apuntan trasplantando a Francia una historia que podría estar tranquilamente ambientada en el Estado de Maine, patria chica del señor King. Ideal para ver en bucle, Marianne no deja de ser un nuevo trayecto por el túnel de la Bruja, pero ese trayecto resulta muy estimulante y se disfruta mucho de él. Si es que a uno le interesa el género de terror, claro. Teniendo en cuenta la cantidad de basurillas que el cine de miedo suele producir últimamente -con gloriosas excepciones como las películas de Jordan Peele y, especialmente para mí, Pascal Laugier-, Marianne es una propuesta muy por encima de la media que te tiene enganchado a la pantalla durante ocho inquietantes horas. ¿Dónde hay que firmar para que Netflix dé luz verde a la segunda temporada?