Nunca saldrás de Neverland
El documental de HBO sobre los abusos sexuales de Michael Jackson no deja indiferente al espectador
16 marzo, 2019 00:20Me tragué del tirón los dos episodios —cuatro horas en total— del documental de HBO Leaving Neverland y pasé una nochecita toledana, consiguiendo amanecer con tembleques y bañado en sudor frío. Sí, ya lo sé, sería un virus, que es lo que suelen decirte los médicos cuando no saben qué te pasa exactamente, pero también es posible que el terror y el asco experimentados durante todo el metraje de la miniserie me acabaran afectando: aunque soy un gran aficionado al cine de miedo, cuando este se manifiesta en la realidad, la sensación no es precisamente de alegre disfrute.
Leaving Neverland narra la triste historia de Wade Robson y James Safechuck, dos fans totales de Michael Jackson que, según sus propias declaraciones, que ocupan casi toda la producción, sufrieron abusos sexuales a cargo del llamado Rey del Pop. Wade tenía 7 años cuando Jackson lo pilló por banda, y James 10. Tras muchos años callados —incluso participaron en juicios previos al cantante para negar las acusaciones de pedofilia de otras víctimas—, el cineasta inglés Dan Reed ha conseguido que den la cara y dibujen un retrato muy poco favorecedor del pequeño de los Jackson Five. Hubo otros como ellos, nos dice el documental, y la actitud del difunto cantante siempre era la misma: obsesión por el niño de turno hasta cansarse de él y cambiarlo por uno nuevo. Esas cosas sucedían a la vista de todos, pero nadie parecía enterarse de nada, empezando por los padres de las criaturas, que en algunos casos aprovecharon para sangrar económicamente al pedófilo ricachón. El dinero, como todo el mundo sabe, tapa muchas bocas, y los mejores y más onerosos abogados son maestros en el arte de retorcer la realidad hasta que se ajusta a algo más tolerable por la sociedad (recordemos el caso O.J. Simpson: todo el mundo sabía que se había cargado a su mujer y al amante de ésta, pero se salió de rositas. Arruinado por su equipo legal, pero libre).
Hay quien ha criticado el documental de Dan Reed por considerarlo una mezquina venganza contra alguien que ya no puede defenderse. Todo depende de si te crees a Wade y a James o si te parecen unos sacacuartos que aparentan unos traumas que no sufren. Yo me los creí. Y si Leaving Neverland es un timo, se trata del timo mejor concebido del mundo, pues la capacidad para conmoverte de esas dos víctimas del niño al que dejaron sin infancia y que luego se dedicó a jorobar la de los demás es muy notable y suena verdadera. Inventar las atrocidades que explican no está al alcance de cualquiera. Quien quiera ver manipulación y mentira, que las vea, pero yo solo vi a dos supervivientes que, décadas después de los abusos y a pesar del título del documental, todavía no han acabado de conseguir escapar del rancho Neverland, donde un pobre tarado les arruinó la vida.
Aunque vivan un presente decente —casados y con hijos, sus esposas han sido fundamentales para ordenar sus vidas—, Wade y James siguen siendo dos chicos tristes que nunca se recuperarán del todo. Puede que lo mío esa noche fuese un virus, pero yo diría que el visionado de Leaving Neverland no me resultó del todo inofensivo.