Javier Gutiérrez y Malena Alterio en 'Vergüenza', de Movistar

Javier Gutiérrez y Malena Alterio en 'Vergüenza', de Movistar

Cine & Teatro

El espíritu de Larry David

Ramón de España recomienda 'Vergüenza', una serie donde siente entre pena y asco de Jesús, personaje encarnado por Javier Gutiérrez

16 diciembre, 2017 00:00

Jesús es un hombre de una torpeza social inverosímil, un metepatas monumental, un imbécil sin paliativos. Jesús (Javier Gutiérrez, espléndido como suele) es el protagonista de Vergüenza, la nueva comedia de Movistar (episodios de veinticinco minutos con un ritmo endiablado) creada y dirigida por Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero, una rareza que, hace unos años, no habría recibido la luz verde de ningún canal.

Digamos que no es un producto para fans de La que se avecina --que tiene sus cosas buenas, como el penoso personaje del pescadero Antonio Recio, un merluzo insuperable al que da vida el gran Jordi Sánchez--, sino para seguidores de Larry David, creador de series como Seinfeld y, especialmente, Curb your enthusiasm.

De hecho, Jesús es un claro epígono del atorrante Larry, ese hombre que siembra la confusión y el mal rollo por donde quiera que va. Y se detecta también la influencia de la serie inglesa Extras, escrita y protagonizada por Ricky Gervais y Stephen Merchant. Estamos ante un humor extraño que genera en el espectador la misma incomodidad que Jesús propicia en quienes tienen la desgracia de cruzarse con él. Principal víctima: su propia esposa, Nuria (Malena Alterio, brillante), una buena chica cuyo principal error en la vida es quererlo, aunque sea un tarado.

Mezcla de pena y asco

Jesús se cruza en el ascensor con una vecina rolliza y le comenta que mucha gente debe pensar que está embarazada, aunque él no lo cree. O sea, que está llamando gorda a una pobre mujer que no le ha hecho nada. Y se sorprende cuando la otra se muestra molesta. Jesús trabaja de fotógrafo de bodas y bautizos mientras intenta exhibir sus otras fotos, que él considera artísticas y los galeristas, lamentables. Cada boda es una nueva oportunidad de meter la pata, y Jesús no la desaprovecha (cruel e hilarante gag el de la minusválida a la que deja desplomarse tranquila para no parecer paternalista por echarle una mano). Cuando le regalan una invitación a un spa, consigue que le echen por decirle a la masajista que le vendría muy bien un final feliz. Y así sucesivamente.

Sus suegros, claro está, le odian, pues están convencidos de que su hija se ha casado con un demente. Nuria intenta quedarse embarazada y retrasa el sexo hasta sus días fértiles. Cuando llega uno de ellos, Jesús, claro está, se ha olvidado y se ha hecho una gallarda porque ya no puede más, con lo que el coito previsto fracasa estrepitosamente. Así es la vida de este fenómeno, a cuyo desarrollo asiste el espectador con estupor, incomodidad y una risa floja inspirada por la fuerza imparable de la estupidez humana.

De momento, llevo vistos cuatro episodios y, aunque sé que debería desentenderme de las cuitas de semejante imbécil, sé que me voy a tragar los seis que me quedan porque Jesús me da una mezcla de pena y asco que resulta extrañamente reconfortante.