El vicario detective
Hay unas series televisivas que uno, a falta de un adjetivo mejor, ha acabado definiendo como confortables. Pertenecen al género policial, sus episodios son auto conclusivos y su protagonista suele generar empatía en el espectador. Me refiero a series como Colombo, Se ha escrito un crimen o, más recientemente, Monk. Uno sabe siempre lo que va a encontrar en ellas y la oferta resulta especialmente sugerente esos días de vagancia (o pereza) mental en los que el cerebro, que por regla general ansía las novedades, prefiere refugiarse en lo ya conocido. Son días de tragarse tres o cuatro episodios seguidos de alguna de esas series con la tranquilidad y la satisfacción que producen los viajes a lugares que hemos visitado con frecuencia y en los que siempre hemos sido felices.
La última contribución de mérito al universo de las series confortables se titula Grantchester, la estrenó Movistar hace unos meses y desde el pasado jueves la emite Paramount a razón de dos episodios por noche. Tras haber pasado de ella en su estreno, este jueves me tragué los dos capítulos que ofrecía Paramount y reviví esa agradable sensación de comodidad y ausencia de sorpresas previamente experimentada con las series mencionadas en el primer párrafo. No había tenido un buen día y Grantchester era exactamente lo que necesitaba: un par de horas de intriga previsible y bien estructurada protagonizada por un personaje bondadoso que intenta hacer de la parte del mundo en la que vive un lugar más justo.
Una intriga previsible y bien estructurada protagonizada por un personaje bondadoso que intenta hacer de la parte del mundo en la que vive un lugar más justo
Ese personaje bondadoso es el vicario Sidney Chambers, al que da vida el solvente James Norton, a quién descubrimos haciendo de repugnante psicópata en Happy Valley; y su rincón del mundo es el imaginario villorrio inglés de Grantchester, donde se suceden los crímenes a una velocidad pasmosa sin que al espectador tal cosa le chirríe demasiado. El joven Chambers volvió traumatizado de la Segunda Guerra Mundial, sintió la llamada de la fe y ahora, a mediados de los años 50, comprueba que también en períodos de paz la gente continúa matándose mutuamente, ya no por Dios y la patria, sino por amor, odio, celos o interés económico. A medias con su amigo Geordie, jefe de la policía local, el vicario Chambers intenta poner un poco de orden en el caos doméstico que lo rodea.
Quien busque novedades en Gratchester no las encontrará y hará bien en buscarlas en otras propuestas. Pero quien comparta con quien esto escribe el amor por las series confortables hará bien en tenerla presente para esos días en los que el cerebro no está para muchas alegrías y agradece poder refugiarse en un terreno amable, conocido e intrigantemente relajante.