Sobre sicarios y verdugos
Cuando un cretino ejecuta algo extraordinario, si uno está tonto, puede parecerle que el cretino tiene algo: un misterio; parece que es interesante. Pero no: un cretino es un cretino.
La fascinación, tan extendida entre los aficionados superficiales a los episodios más teatrales y truculentos de la historia, esa fascinación que queda satisfecha, por ejemplo, con la lectura de los 'Reportajes de la Historia', de Martín y Borja de Riquer, o los 'Momentos estelares de la humanidad', de Zweig, se parece a la que sienten los niños reunidos en grupito para abrir con la punta de la navaja a la ranita que han atrapado en el estanque y desgarrarle el vientre para ver los pulmones que inspiran y expiran y el espantado corazón que sigue bombeando sangre antes de morir.
Compadezco a todas las ranas que muy en contra de su voluntad han participado en estos rituales de iniciación al secreto del mundo, y también a los chicos que --si en el curso de sus pocos años no lo habían hecho ya mil veces con su crueldad natural, infantil y estúpida-- así renovaron la maldición del pecado original y cruzaron otra frontera para ir acercándose a la edad adulta. La rana despanzurrada es su versión del Árbol del Conocimiento.
Para los aficionados superficiales a la Historia, la muerte de Trotski, asesinado por orden de Stalin por mano del comunista español Ramón Mercader, tal como la cuenta la película del veterano productor y director Chavarrías, que se estrenó el viernes y que pone el acento, el subrayado, en la personalidad de Mercader y de su madre, en los escrúpulos o falta de escrúpulos de Ramón, será interesantísima.
Comprendo, como comprendo a los niños de la rana, el interés morboso de aquella escena de carnicería y le deseo al director y a sus actores mucho éxito, pero a mí que no me esperen en el cine. No me interesa. Y no sólo porque en casos psíquicos como el de Ramón Mercader sospecho que el supuesto "idealismo" extremo puede ser sólo la coraza de respetabilidad para una tara, una tendencia natural a la abyección, a la bajeza, a la traición y al crimen: a abrir ranas en canal.
Es, sobre todo, que no puedo invertir ni un minuto más de mi precioso tiempo en asistir a los preparativos de la ejecución de un asesino de masas (Trotski) a manos de un fanático (Mercader) hijo de una mujer chiflada (Caridad).
Me parece de justicia que Trotski encontrase una muerte violenta a manos de las fuerzas infernales que él tanto había contribuido a desatar, pero no tengo la menor curiosidad por verle en la película con el piolet clavado en la cabeza. Pues ya de niño me asqueaba la vivisección de la rana.
Ojalá la película no se permita las consabidas notas elegíacas sobre unos nobles ideales revolucionarios, un impulso de redención en principio honesto, justo, que fue traicionado por el desgaste, por el roce de la cruda realidad, o por la imprevisible maldad demoníaca de Josef Stalin, que él solito, con su camarilla, desvirtuó y pervirtió la Revolución.
Ojalá se mencione aunque sea de pasada --pero lo dudo mucho-- la verdad sustancial de los acontecimientos históricos en los que fueron protagonistas Stalin y Trotski, la verdad sustancial que no se revela en anécdotas de 'Momentos estelares de la humanidad'.
Que se mencione que bajo el último, confuso e incompetente zar, Rusia estaba prosperando, culturizándose, modernizándose y liberalizándose --saliendo de su prolongado medioevo-- a una velocidad de vértigo; y que entre la autocracia más o menos claudicante, más o menos estúpida de Nicolás II, y el idealismo cínico, desalmado y expeditivo de aquella reata insignificante de criminales que fueron los bolcheviques y que con una serie de audaces golpes de mano y una determinación a prueba de escrúpulos tomó el poder y lo mantuvo durante décadas, para desgracia de la humanidad, hubo también en la pobre Rusia un amplio movimiento democrático, razonable, ilustrado.
Hubo partidos democráticos, liberales, unas fuerzas sociales y políticas modernas y unos hombres de enorme mérito y valía que fueron exterminados por Lenin y Trotski y compañía sin que pudieran realizar la tarea histórica que les estaba asignada, y que no serán recordados en ninguna película.
Acabaron fatal, asesinados o en el exilio; pero, por lo menos, no tenemos que pensar en ellos como criminales dando tumbos y bramando su rabia y su indignación por el despacho, con un piolet clavado en el cráneo.