Centro Pompidou (París) : RENZO PIANO RICHARD ROGERS

Centro Pompidou (París) : RENZO PIANO RICHARD ROGERS

Artes

La senda de Richard Rogers

El creador británico, cuyos proyectos en Barcelona, Madrid o Sevilla muestran los nuevos significados de la arquitectura, vinculó su arte con la sostenibilidad

13 enero, 2022 00:10

Desde el intercambio cultural entre Italia e Inglaterra, donde se educa y vive, hasta hacer de la aculturación entre continente e isla un imaginario arquitectónico propio; al tránsito vivencial, largo y tenso que lo lleva a integrarse en la globalización electrónica, pasando por los considerandos creativos con los que su arquitectura se enfrenta a las carencias y efectos del Antropoceno, la obra del británico Richard Rogers permite un recorrido por el siglo XX militante, atento a la ciudadanía, que contribuye a dar forma arquitectónica al espíritu encarnado en la habitabilidad de su tiempo.

Rogers, por formación y pertenencia, forma parte de una herencia moderna, agotada desde su reformulación en los años 60, a través una habitabilidad concentrada en el nuevo habitante de la ciudad, con conciencia de la degradación ambiental de la Tierra y la enunciación de un nuevo pacto social definido por la integración de naturaleza y artificio. Y todo, a través de una revisión de la disciplina en la que el valor de la imagen, la tecnología y la propia arquitectura pugnan por expresar otros modos de vida. Integrando los componentes de cada instalación arquitectónica, entendida como un sitio de máxima habitabilidad, capaz de proyectar en su interior el ambiente híbrido que media entre el sujeto y el mundo en el que se vive.

El arquitecto británico Ricard Rogers

El arquitecto británico Ricard Rogers

Seguramente muchos lectores han visitado el parisino Beaubourg o pasean por las calles de Londres, en las que nos topamos con el edificio de la Lloyd´s o la Cúpula del Milenio; quizás otros hayan salido de la Terminal 4 del aeropuerto madrileño hacia cualquier destino  o hecho compras en Las Arenas de Barcelona o visitado el Campus de Palmas Altas de Sevilla. Querámoslo o no, este repertorio de piezas singulares forma parte de nuestro imaginario, imágenes-iconos de un tiempo condensado. Pero más allá de la imagen y lo que ésta representa, la experiencia y vivencia de estos espacios ha marcado inflexiones relevantes en la historia de la arquitectura del último medio siglo.

Si la visita al Centro Georges Pompidou nos hace reflexionar sobre la manera en que aparecen y lo que significan los edificios emblemáticos en la ciudad histórica, o sobre cómo flexibilizar sus estancias para que el cambio en el programa de usos se adapte sin dificultades, su arquitectura plantea un desafío propio: el nuevo acceso que las infraestructuras de la globalización electrónica permiten a una naturaleza domesticada, cubierta por capas de una modernidad anterior, que la han ido convirtiendo en ciudadelas, recintos pensados para habitantes ocasionales, usuarios que van al trabajo o disfrutan del ocio y que allí encuentran condiciones medioambientales óptimas y amables.

 Yves Klein. Saltar al vacio 1960

Saltar al vacío (1960) / YVES KLEIN 

Lo que nos deja Richard Rogers como cierre de su hacer en esa arquitectura, de su estar en una Tierra que es nuestra patria, es la Galería de arte en el viñedo del Château La Coste en el Sur de Francia (2020). Una pequeña sala de apenas 120 metros cuadrados suspendida en el aire: una palanca de salto, pero desde luego no para ensayar el salto al vacío que nos mostró Yves Klein; la artificiosidad de su artefacto ha aprendido de la naturaleza y, más bien, nos remite al instante en el que un ave echa a volar o un insecto escapa del reptil que le acosa, mientras los delgados alambres de sus patas son capaces de apoyarse en la tensión superficial del líquido para poder ver ballenas suspendidas en el aire donde otros ven cetáceos, como nos proponía –metafóricamente– con su arquitectura la Coop Himmelblau, allá por los años 80.

El legado de Rogers obliga a la cultura arquitectónica, pues su forma de manifiesto elemental nos remite a momentos y obras que han supuesto puntos de inflexión de esa misma cultura en estos últimos cincuenta años. La relevancia de su trayectoria ha hecho de su arquitectura una senda que necesariamente hay que transitar para comprender la complejidad y naturaleza de contemporaneidad, con todos sus estratos y convocatorias, con sus límites y desafíos cambiantes y, por supuesto, también contradictorios. 

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Galería de arte en el viñedo del Château La Coste / RICARD ROGERS

Todo esto hace que esta pequeña instalación en el campo, no significativa como pabellón ni necesariamente bella, tampoco sorprendente ni sofisticada tecnológicamente, que no existe para ser contemplada, superando así las valencias estéticas de las obras espectaculares, se ofrece en sí para ser experimentada en su blanco interior, de forma que al introducirnos en ella –desorientados, como en las obras del artista Olafur Eliasson– terminemos por encontrar una nueva naturaleza, reformulada a través del paisaje, donde la visibilidad del espectáculo es cuestionada para tomar conciencia de una manera distinta de estar en el mundo.

Esta instalación es hoy una invitación a la inmersión en una naturaleza envolvente que hace de la arquitectura un trampolín, una palanca de salto apenas anclada en la tierra, pero también un lugar de acecho y captura en el que los cazados somos nosotros a través de la oclusión de la naturaleza envolvente que en ella se produce: la experiencia de un instante que nos prepara para el encuentro con la configuración monstruosa de nuestro mundo. No se trata ya de una pieza que se inserta en el paisaje de manera extrañada, impropia a su carácter, sino de la expresión de una naturaleza que se anuncia como posibilidad de nuevos flujos y estancias. Esta invitación de Richard Rogers a sumergirnos conscientemente bien podríamos referenciarlas con otras creaciones no ajenas a las formuladas por Peter Sloterdijk (explicitas en Esferas III), el citado Olafur Eliasson (en el inmersivo Din Blinde Passage) o en el caso de Bill Viola (y su videoinstalación Ascension, 2000), ayudándonos así a capturar lo etéreo que nos envuelve.  

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Solo con imaginar el tránsito por los treinta metros que dispone sobre el terreno para tener la sensación de sobrevolar pinos y viñedos mediterráneos nos lleva inevitablemente a volver sobre una obra que caracteriza en gran medida la arquitectura de toda una época. Si el Premio Pritzker concedido en 2007 pudo haber supuesto una reafirmación de la obra ya realizada, la pulsión innovadora de Rogers, su compromiso por el diseño de ciudades ecológicamente responsables, ha producido marcas de especial significación para la arquitectura actual hasta convertirse –allá donde estemos– en referencias de un paisaje cultural extendido al planeta, del que formamos parte y que nos pertenece.

¿Cómo no recordar esos paseos por Londres (donde la obra de Rogers ha tenido un gran impacto gracias al proyecto de remodelación urbana de las Olimpiadas de 2012), bordeando los reflejos del Edificio Lloyd’s (1978-1986) o dirigiéndonos hacia la Millennium Dome (2000), proyectos donde se  reconocen imágenes asociadas a lo tecnológico (el high-tech, un término que nunca le gustó) o al espectáculo, siempre en confrontación y diálogo con el contexto donde se insertan. Es la suya una arquitectura que se ha incorporado de manera habitual al paisaje urbano más globalizado. Puede apreciarse en Barcelona con la reconversión la antigua Plaza de Toros de Las Arenas (2011) como centro comercial. Un proyecto controvertido donde la presencia y los ecos de tiempos y culturas contrapuestas se confrontan en nuevas relaciones asociadas a los usos culturales y lúdicos. 

Proyecto de Las Arenas (Barcelona( : RICARD ROGERS

Proyecto de Las Arenas (Barcelona / RICARD ROGERS

Este es el vértigo que produce este vuelo desde el Sur de Francia, gracias al que podemos tomar conciencia y detenernos, en el Centro Tecnológico Palmas Altas (Abengoa) en Sevilla, una actuación pensada por promotores y diseñadores como un gran referente de la arquitectura sostenible. Construir un lugar junto a una de las grandes infraestructuras de la mayor área metropolitana del Sur de España, la ronda de circunvalación SE-30, donde una comunidad pueda habitar y compartir de manera sostenible su quehacer fue el objeto esencial de la propuesta. Imaginar, diseñar un enclave amable inmerso en un paisaje periférico roto y afectado por la presencia y la sobrecarga de uso de una arteria de movilidad que lo convertía en inhabitable. 

Palmas Altas (Sevilla)

Palmas Altas (Sevilla)

Tal desafección queda revertida en favor de la identidad corporativa, origen de las primeras decisiones del proyecto. Propuesto como el gran icono significativo en este segmento de la ronda metropolitana de Sevilla y realzando su imagen mediante su percepción desde el vehículo o en función de la mirada de los usuarios del centro empresarial. Rogers parte en esta obra de la consideración –no ajena a la implantación de ciertas instalaciones agrarias vernaculares– de la parcela como una ciudadela, con una ocupación y presencia fragmentada de volúmenes construidos (7 edificios de 2-4 plantas, que se acercan o distancian para dar valor tanto lo construido como los vacíos intermedios) para, finalmente, recomponer una imagen unitaria con el color y los reflejos. Sacando partido de su materialidad y de los elementos atmosféricos.

Palmas Altas es, en este sentido un un ejemplo de cómo la arquitectura puede acompañar los intereses de una gran corporación empresarial en favor de una arquitectura sostenible y comprometida en frenar el cambio climático. Sobre la responsabilidad de un arquitecto ante la sociedad, dejó dicho Rogers: “Me interesan la relación entre los edificios y la sociedad, entre el espacio público y la sociedad, el concepto amplio de ciudadanía y el desarrollo sostenible”. Esta es la senda de su arquitectura, recorrida con una actitud tan humanista como militante a lo largo de medio siglo de creación. El Premio Pritzker, concedido en 2007, acentuaba justamente la capacidad de entendimiento que para el arquitecto tenía la ciudad como catalizadora del cambio social, señalando “el interés en la claridad arquitectónica y la transparencia, la integración del espacio público y privado y la búsqueda de una flexibilidad que permita al edificio adaptarse a los cambios requeridos por sus usuarios”.

Barajas Ricard Rogers

Madrid T-4 Barajas (Madrid)

De entre su prolija producción, podríamos detenernos también en la Terminal 4 en el Aeropuerto de Barajas (2005), que Rogers explicó así: “No lo concebimos como un edificio icónico sino como un edificio que transmitiese a las personas la emoción del emprender un viaje”. Ninguna de sus obras, sin embargo, ha tenido más significado social que el Centro Georges Pompidou, construido en el París de 1971, un puzzle de salas y espacios singulares que atienden a la iluminación y vivencia del visitante, reunidos y atados –sin perder la flexibilidad– por la estructura del edificio. Un lugar para la gente, cultural e inclusivo, que se hace distinto en cada encuentro: en la plaza, en el Atelier Brâncuși; ante el Mur de l'atelier d'André Breton; con nosotros mismos, contemplando el IKB 3, Monochrome bleu de Yves Klein, que en su Manifiesto del Hotel Chelsea dice: “(El hombre) será capaz de conquistar el espacio solo después de haber logrado impregnar el espacio con su propia sensibilidad. ¡Su sensibilidad puede leer en la memoria de la naturaleza, ya sea en la del pasado, en la del presente o en la del futuro!”. Una forma de hacer que mantiene plenamente su vigencia.