Urbanismo... ¿feminista?
Con el término urbanismo feminista, por un lado, se hace referencia habitualmente a la percepción de seguridad en las calles y, por el otro, también se reivindica un diseño de la ciudad que tenga en cuenta las necesidades de las tareas de cuidado que históricamente han sido asumidas por las mujeres.
En este sentido, se ha intentado expandir el foco de la movilidad, incluyendo también en la lista de prioridades los desplazamientos de los cuidados, más allá de aquellos estrictamente necesarios para el trabajo, como, por ejemplo, los trayectos para llevar a los niños a la escuela o acompañar a los abuelos a hacer sus recados. Es por ello por lo que se ha reivindicado la “ciudad de los quince minutos” como una política feminista, ya que su objetivo es que aquellos equipamientos necesarios para las tareas de cuidados estén al alcance en el día a día (por ejemplo, escuelas, hospitales o parques) y a quince minutos de casa, ya sea en bicicleta o a pie.
El ejemplo más paradigmático de esta escuela fue el proyecto Frauen Werk Stadt (FWS) en Viena en los años 90. Entre otras actuaciones, situó los equipamientos para el cuidado de los hijos cerca los hogares para precisamente facilitar estas actividades. También se habilitaron los espacios de trabajo (las cocinas, por ejemplo) con las ventanas hacia la zona recreativa para así poder vigilar a los niños mejor. Pero ¿son todas estas actuaciones realmente feministas? Al fin y al cabo, no cuestionan el rol preconcebido de cuidadoras que asumen las mujeres, sino que solo procuran facilitarles sus tareas.
Por el contrario, ¿no deberíamos aspirar a romper precisamente con estos roles de género en vez de aceptarlos y reforzarlos? En su lugar, ¿no deberíamos procurar que los hombres también participen de estos cuidados? Intuitivamente, la cercanía podría ayudar a que haya más hombres que se involucren más en estos aspectos, pero seguramente la mejora sustancial en este sentido tendrá que trabajarse desde una sociedad feminista que rechace estos roles de género y no tanto desde una vertiente urbanística.
Por otro lado, ubicar los equipamientos necesarios para el desarrollo de la vida cotidiana cerca de los lugares de residencia es un aspecto positivo por sí mismo porque precisamente intenta identificar y atender las necesidades de todas las personas que habitan una ciudad, poniéndolas en el centro, independientemente de su género. ¿Por qué para conseguir la igualdad de género intentamos remarcar las diferencias entre hombres y mujeres?
Hay aspectos, como los que comentaba, que son propios de una buena planificación urbana, pero no por el hecho de llevar la etiqueta de feministas, sino porque son inherentemente funcionales y evidencian un buen conocimiento del territorio y de sus habitantes. Para hablar de un urbanismo feminista, deberíamos abrir el debate de cómo el urbanismo puede contribuir eficazmente a la igualdad de género sin reforzar los roles asociados a las mujeres.