Hilma af Klint, la primera entre los (artistas) abstractos
La singular obra de la artista sueca, influenciada por el espiritismo, la teosofía y la antroposofía, recala en el Museo Guggenheim Bilbao con una exposición sobre su universo místico, que la situaría como la hipotética inventora de la abstracción
Resulta difícil poner límite a la galaxia incalculable de Hilma af Klint (Estocolmo, 1862–1944). A su fiebre obsesiva. A su incansable merodeo por lo espiritual. Así fue levantando su obra. Así fue abriendo puertas, y estrenando camino, y ensanchando paisajes. De ahí que en la foto-finish de los precursores de la abstracción, la artista sueca aparezca en primer lugar, sacándole ventaja al ruso Vasili Kandinski y al neerlandés Piet Mondrian. Con todo, Af Klint está aún por revelar plenamente. Algo que subraya la exposición que el Museo Guggenheim Bilbao dedica a la artista hasta el 2 de febrero de 2025. No se trata de un acercamiento más, sino una cala de profundidad en su territorio creativo, que solo empezó a ver la luz -según dejó escrito ella misma en sus últimas voluntades- veinte años después de su fallecimiento.
Si bien llegó a exponer en vida, lo que se mostró entonces se reducía fundamentalmente a sus pinturas figurativas y, de forma muy ocasional, las abstractas, que jamás presentó en el contexto del mundo del arte convencional. “Mientras sus contemporáneos publicaban manifiestos y exponían su obra, Hilma Af Klint se consagró a la creencia de que el arte es capaz de albergar valores espirituales”, explica la comisaria Tracey R. Bashkoff. Hilma al Klint trabajó en un aislamiento casi completo de las corrientes artísticas de su tiempo. No sabía idiomas y no podía viajar debido al cuidado que precisaba su madre, ciega y anciana. La única influencia que se le ha adjudicado es la de Gustav Munch, pero ese impacto no se plasmaría en las formas, sino en una misma actitud de atención a los procesos psicológicos en lugar de a la realidad exterior.
No fue, por tanto, hasta hace algunos años cuando se emprendió un estudio a fondo del legado de la pintora sueca, tal como se ha comprobado al rodar sus pinturas por el Moderna Museet de Estocolmo, el Museo Picasso Málaga y, sobre todo, el Guggenheim de Nueva York. Sorprende que la antológica que le dedicó el centro artístico de la Quinta Avenida en 2018 sea la más vista de toda su historia, con más de seiscientos mil visitantes. Ahora, en la propuesta del museo vasco, se explica cómo los hallazgos de su pintura iban a compás de sus exploraciones en ámbitos como la ciencia y el espiritismo. Esos intereses redefinieron su ideario creativo hasta derivar en una de las revoluciones del arte contemporáneo: representar una realidad más allá de lo visible que aún hoy impresiona por sus formas, su coherencia y por su rico simbolismo.
La exposición acoge más de ciento sesenta piezas que parecen ser parte de un mismo propósito: concebir el arte como expresión de trascendencia. Generó así una búsqueda que se convirtió en motor de explosión de su obsesivo caudal creativo. El resultado es un trabajo que tiene múltiples formas en colisión, numerosos campos abiertos, pero mantiene extrañamente una huella singularísima, intransferible. Queda claro que la producción de Af Klint es el fruto de su sólida formación artística y de su incansable inquietud espiritual. Y también es reflejo de una época, de un contexto social muy determinado que coincide con el cambio de siglo, momento en el que los avances científicos evidencian que hay algo más allá de lo tangible y se hacen accesibles las traducciones de textos sagrados de otras creencias.
Las obras reunidas en el Guggenheim Bilbao echan luz sobre el trabajo al completo de Hilma af Klint. Desde los años de formación, plasmados en un conjunto de obras de temática tradicional, hasta la conquista de una voz propia, con la que no solo fijó su calendario estético, sino que ayudó a iluminar nuevas sendas por las que transitaría después -casi sin saberlo- una parte de la creación durante siglo XX. Si algo singulariza la navegación de Af Klint son sus ambiciosas series. Y su precisión en el ordenamiento de sus creaciones. Anotó claves, símbolos, pensamientos en un total de ciento veinticuatro cuadernos y más de veintiséis mil páginas. “Aunque atraviesen el polvo, su pureza se mantendrá intacta”, escribió la artista sueca, quien falleció en 1944 tras un accidente de tranvía.
Esa devoción por el detalle determina que Hilma al Klint (nacida en el seno de una familia noble por méritos castrenses) concebía su producción como un proceso en marcha donde todo quedaba cifrado. Debía ser una ensimismada con la cabeza hirviendo por dentro de teorías, ensayos y experiencias, uno de esos individuos que van fijando en su mente aquello que buscan con pasión desbordada y, luego, lo plasman en un lienzo. De todo ello da cuenta, por ejemplo, su proyecto más importante e innovador, Pinturas para el templo, iniciado en 1906 y al que dedicó casi una década. Consta de casi dos centenares de obras, entre pinturas y dibujos, en los que la artista prescinde de lo aprendido formalmente para centrarse en un nuevo arte, no objetivo, que parte de su relación con el espiritismo, la teosofía y la antroposofía de Rudolf Steiner.
Concebidas para ser instaladas en un templo helicoidal que nunca llegó a construirse, sus Pinturas para el templo exploran aquello que a simple vista permanece oculto, algo que resultaba de interés tanto para los movimientos científicos como espirituales de la época, entonces concebidos no como opuestos, sino como complementarios en el propósito de desvelar una verdad superior. Están llenos estos trabajos de figuras geométricas, formas orgánicas y espirales, símbolos preexistentes y colores planos que dan lugar a asombrosas imágenes.
Ella situó estos lienzos en el lugar de la búsqueda, estableciendo casi una caligrafía de lo místico y de lo trascendental, pues andaba empeñada en hablar de otro presente, de otras conquistas, de otro horizonte. Completan esta aproximación a la aventura de Al Klint algunas otras series (por ejemplo, la dedicada al átomo, que concibe como una puerta al cosmos, o la titulada Perceval, donde afirma trasladar los mensajes recibidos del mundo de los espíritus), así como un conjunto de dibujos automáticos y de acuarelas de formas botánicas que aspiran a plasmar las fuerzas espirituales de la naturaleza. Hilma af Klint fue, de algún modo, una artista poseída. Esta exposición descubre que, ochenta años después de su fallecimiento, la creadora sueca es uno de los pistones de la creación del siglo XX, pues el arte no reproduce lo visible, sino que hace lo visible. A eso dedicó su vida.