La metamorfosis (conceptual) de Juan Zamora
El artista madrileño, Premio Princesa de Gerona de Artes y autor de la muestra Transplant, donde hibridaba células sus musculares cardíacas en la estructura de una hoja, trabaja ahora en piezas donde parte de su cuerpo se mezcla con ramas de bambú
Un día de junio de 2024, mientras estaba en el quirófano, Juan Zamora (Madrid, 1982) soñó que atravesaba un bosque de bambú. También, con la ambigüedad que permiten los sueños, que el bosque le estaba atravesando a él. Durante el primer mes de convalecencia, empezó a dibujar “esa sensación anatómica sobre los propios informes médicos, como si fuese posible adentrarse en el cuerpo saliendo al bosque, respirar el aire fresco del nuevo paisaje interior”. Los dibujos representan ramas con sus hojas, culmos, entrenudos y raíces creciendo por dentro del cuerpo y desbordándolo. Extendiéndose hacia fuera. La evolución biológica no funciona de esa manera. Se adapta muy despacio, ciegamente, a lo que la rodea. Pero la de nuestras ideas, sí. Nos expande. Nos explica.
Zamora encuentra en la realidad un patio de recreo, inagotable fuente de relatos. Sus piezas, contadas de palabra —en un catálogo o en la crónica de un periódico—, conservan un intenso poder de seducción y uno se queda siempre con ganas de oír más. Muchas veces, se asoman al borde mismo de la existencia: al interior del sistema nervioso o a las extinciones masivas, a la fragilidad de lo muy pequeño o a su eco en el universo entero. Pero nunca pidiendo atención, sino siguiendo el rastro de la vida. O la biografía de su autor.
El artista ha enseñado en universidades de España, Sudáfrica y Estados Unidos, ha participado en algunas de las residencias más prestigiosas y tiene obra repartida por todo el mundo. En 2017 recibió el Premio Princesa de Gerona. Un reconocimiento, según rezaba la exposición de motivos, a la “polifonía de significados” de su trabajo. Zamora empieza sus obras hablando de ellas, describiendo el entorno en busca de ideas. Le sale un relato sin fin, que dispara la imaginación en todas las direcciones y une una trama con la siguiente, como en Las mil y una noches. Para entender a qué se refiere esa “polifonía” no hay más que repasar algunos de sus últimos proyectos.
En Transplant, a principios de la década, experimentó a partir de un hito científico logrado en la universidad americana de Wisconsin-Madison. Consistía en introducir células musculares cardíacas en la estructura de una hoja, formando un pequeño sistema circulatorio —importante paso para el futuro de los trasplantes–. Zamora lo tradujo injertando células de su corazón en una hoja de espinaca transparente, descelularizada, donde seguían latiendo, visibles al microscopio, durante 21 días. La idea era la posibilidad, literal, de “vivir dentro de una planta”.
En otro ejemplo algo posterior, su propuesta para la Fundación Sorigué, en 2023, capturó en instantes el entorno del museo leridano —el aliento de su personal, la niebla del campo, una leve brisa en la catedral o el viento en el mirador—, cultivando el aire en cajas Petri que, colgadas del techo, los microorganismos iban tiñendo de rosas, ocres y azules. Una constelación. También aquí reaparece el motivo vegetal, siempre presente de un modo u otro: usó las hojas de los olmos, agujereadas por escarabajos, para formar, encadenándolas, una partitura que el espectador hace sonar en una caja de música. El bosque enfermo renace en el sonido y el cuentacuentos continúa.
Light es un capítulo más reciente, saludado como una de las estrellas de la semana de apertura de las galerías madrileñas, en Espacio Valverde. Los numerosos dibujos que introducen la pieza recuerdan ilustraciones científicas, retirando la piel para mostrar los músculos y tendones invadidos por los crecimientos vegetales. Pero el trazo, visto de cerca, inmensamente laborioso y variado, tiene además esa cualidad meditativa de la pintura oriental, donde la fusión con el sujeto se consigue pintándolo decenas de veces. Podría estar refiriéndose a Zamora cierto comentarista chino de hace diez siglos al decir de un contemporáneo, el más célebre especialista en el bambú de la dinastía Song, que “cuando Wen Tong pinta bambúes, no ve más que la planta, y se termina confundiendo con ella”.
Durante la operación le fueron extraídos al artista dos discos vertebrales. Parte del hueso y un cultivo de las células cartilaginosas están injertados en una reproducción de su columna impresa en fibra de bambú. A la mitad de su recorrido se une con una planta de la misma especie, raíces incluidas, de donde parece crecer el conjunto. Un portaobjetos contiene las imágenes del tejido en proceso de conexión con la arquitectura del vegetal. Cortado en secciones, está listo para observarlo al microscopio. O para magnificarlo y obtener algo completamente diferente. Así es como se ve en la pared, convertido en un gran lienzo que deslumbra con la intensidad de una vidriera. El arte conceptual, desde sus inicios dadaístas, ha sido un desafío radical a romper con la poesía, pero la poesía siempre encontró la manera de colarse por la puerta de atrás —y tampoco faltan los alumnos díscolos que insisten en rescatarla.
Siguiendo un modelo obtenido de la resonancia magnética, Zamora hizo de su columna una flauta donde las hernias marcan las notas. Otra parte de la pieza consiste en un disco de vinilo que reproduce la melodía de ese instrumento, mezclada con diferentes elementos del sueño. Se oye el crujir de un bosque de bambú y el de los músculos del artista pulsados por los nervios que los controlan, traduciendo a surcos un electromiograma.
De fondo, el mismo sonido ambiente del quirófano que tal vez le acompañó mientras caminaba en su delirio entre los tallos de un bosque asiático. Polifonía con poderes curativos.“A veces se me olvida que empecé a dedicarme al arte porque me hacía sentir bien, tan sencillo como eso”, se recuerda a sí mismo Juan Zamora. Lo cual no siempre quiere decir que el proceso sea fácil. Al montañero le puede hacer sonreír el sufrimiento, y eso, los genes no lo contemplan.