El museo sin paredes
Jorge Carrión y Sagar firman una novela gráfica a partir del catálogo del Museu Nacional de Cataluña que viaja por de la historia del arte y de las ideas
27 agosto, 2023 19:00Tan cierto resulta que el formato tebeo ha ido ganando peso específico –y del otro: el que va de la grapa al tochazo– en su consideración crítica como que buena parte de los que se publican cada año son más bien medianos ejercicios mercadotécnicos. Entiéndanme: perfectamente editados y diseñados, pero intranscendentes.
Está bien la frescura, la ligereza, el humor mostrenco o la ética punk, pero lo que por aquí nos resulta molesto es la voluntad de muchos de esos productos es el dar gato por liebre. A saber: la vanguardia de baratillo con coartada estética disfrazada de obra revolucionaria; la colección de adaptaciones literarias sin alma –solo atentas a qué clásico se le vencen los derechos– para hacer la versión de turno con ropajes de amor a las letras; la crónica joven de no sé qué fenómenos íntimos importantísimos con mohín hípster; el enésimo capítulo de otra saga heroica superolvidable.
En fin. No es culpa del género. Pasa lo mismo con la literatura y el cine. Por no hablar de los hiperbólicos artículos periodísticos, opiniones y teorías sobre series contemporáneas que engrosan la burbuja, tan hinchada y artificial como la consabida inmobiliaria, de las plataformas de contenidos subvencionados por las grandes compañías de telefonía.
¿No les parece que las secciones de cultura de las televisiones y radios se han convertido en un publirreportaje de Netflix, HBO o Movistar? Si las creemos a pies juntillas nos salen a cinco obras maestras por trimestre. Spoiler: es mentira.
Para resumir la premisa, diríamos que nos resulta difícil espigar de entre todas las novedades mensuales obras que nos importen de veras. Que calen en la memoria. Que dejen huella en el cerebro. Que resignifiquen y amplíen y reflexionen a la par que sean divertidas y profundas.
Algunos cómics tienen un dibujo maravilloso, pero una estructura pobre o un guion atroz. Otros disponen de una trama potente pero su aproximación visual resulta funcionarial. Por eso, por la dificultad de dar con una que reúna con maestría todas las variables de un buen cómic, produce tanto placer dar con obras como El Museo de Jorge Carrión y Sagar.
La última entrega de la dupla tras el reportaje Barcelona. Los vagabundos de la chatarra y Gótico (incluido como capítulo en este Museo) se propone rastrear los orígenes, las colecciones y algunos de los relatos que el Museu Nacional d’Art de Cataluña (MNAC) pone en pie.
No se me asusten con la presunta aridez del tema. Aunque el libro fue encargado por el propio museo catalán no encontraremos aquí un sesudo ensayo corporativo constituido para mayor gloria de la institución, ni el catálogo disecado de sus salas, sino el discurso vivísimo de dos artistas que toman el MNAC como punto de partida y excusa para explicarnos historias y reflexionar acerca de lo que significa edificar uno.
Nos ha fascinado el rastreo de Carrión sobre la idea de museo o colección, llena de ideas persuasivas: la cueva como el primer museo, el propio libro como metamuseo sin paredes, la idea del “museo público como máquina pedagógica de democracia” que nos enseña que los tesoros más preciados son, o deberían ser, de todos.
La historia de cómo se construye una determinada idea de arte nacional, con su consabida dosis de ficción. La ambivalencia ética sobre el rescate –¿el robo?– de las obras originales de sus muros propietarios para llevarlos a Barcelona por miedo al expolio de magnates extranjeros.
Son una maravilla las entrevistas dibujadas con personajes que viven el museo desde su particular perspectiva, el coordinador de seguridad, un profesor de bachillerato socrático del siglo XXI, la visión especial de una persona invidente.
La ambición del libro es desmedida y saludable, sus más de doscientas páginas darían para una colección entera tebeos, y aunque en ocasiones nos quedamos con las ganas de saber más, de que esas historias sigan algunas páginas más, esa densidad es transitable, disfrutona y feliz.
¿Sabían que el mismísimo Goya –el museo dispone de tres cuadros suyos– fue entrevistado con lenguaje de signos –la lengua de las manos– por Jovellanos? ¿Qué el museo catalán está lleno de flamenco y toros y gitanos lo que hace decir a Carrión que igual que España es plurinacional Cataluña también lo es?
A la prosa tentacular –todo lo enlaza, todo lo une– de Carrión se le suma la maestría en el diseño y el dibujo de Sagar. Los dibujos no son las meras explicaciones de la prosa. Son ensayos o discursos en sí mismos, que matizan o ironizan o contradicen o amplían lo propuesto por el corpus textual. También al revés, en ocasiones la prosa se calla y es el dibujo el que se explica por sí mismo en unas páginas que remirar una y cien veces. Dueñas de la belleza y el cerebro.
No solo son ilustraciones sobre las obras si no que se convierten ellas en obras mismas. Sagar dibuja la planta del museo –edificio creado de forma que se creía efímera para la Exposición Universal del 29– y de su base crecen, aunque tal vez sea al revés, las pequeñas iglesias y conventos románicos de los que se nutre.
Por no dejar nada en el tintero, el libro acaba con un gozoso ensayo ilustrado sobre la historia del tebeo, es decir, erige su pequeño museo de cómic y reúne en las viñetas, –que son ventanas, que son vitrinas, que son pantallas– a lo bueno y mejor de la tradición tebeística mundial y nacional. Como en aquella canción eterna de Jaume Sisa puesta al día, en esta casa vive la escuela Bruguera y Jimmy Corrigan, Alison Bedchel y El Jabato, El Jueves y Krazy Kat, Calpurnio con el Doctor Manhattan.
Es cada vez más habitual que los museos más importantes del planeta propongan una visión transnarrativa de sus colecciones. Quiere decir que suelen acompañar a algunas de sus piezas estrellas por una serie de discursos audiovisuales y digitales que ayudan a componer el contexto y entender mejor la pieza misma. Sin embargo, no habíamos conocido por aquí algo parecido a lo que El Museo propone, que no es la transnarrativa de ninguna obra o colección del MNAC, sino la flamante ampliación portátil del mismo centro. El museo sin paredes. No se les ocurra no visitarlo.