El ratón de Katrina Fritsch

El ratón de Katrina Fritsch

Artes

Sueños realizados: 'Hombre y ratón'

La artista Katarina Fritsch crea a partir de la figura de un inmenso ratón negro, fuera de escala, expuesto en la Fundación March de Madrid, la metáfora de nuestros temores y angustias

26 agosto, 2023 19:00

Un ratón negro de tamaño colosal, sentado sobre sus patas traseras, y posado sobre la cama blanca, de un blanco nuclear, donde está tendido un hombre bajo la cobija, presidía, hasta el mes pasado, la entrada a la exposición retrospectiva Escala: Escultura 1945-2000, en la Fundación March de la calle Castelló, en Madrid. De formas esquemáticas y curvas, el ratón es negro mate, y el hombre y su lecho sobre los que descansa, blancos, marmóreos. Es “la presión de pesadilla que a veces siento por la noche”, ha explicado la autora, por otra parte poco inclinada a comentar su obra.

El efecto de desasosiego que causa ver alteradas e invertidas las relaciones de tamaño entre el hombre y el animal –como si hubiéramos pasado a otra dimensión, acaso nocturna, donde las cosas asumen sus verdaderas relaciones, que en nuestro mundo diurno están engañosamente veladas, o como si viésemos las cosas como son— es directo, simple e inmediato.

Curiosa y simultáneamente, la monumental escultura tiene una apariencia de pulcritud inofensiva, de figura banal emparentada con los parques de atracciones, los juguetes, los dibujos animados o los cuentos infantiles. ¡Pero en esos soportes, desde luego, el ratón no puede ser tan descomunal, ni sentarse, con todo su poder e indiferencia, sobre el pecho del hombrecito, como si en cualquier momento, en vez de salir corriendo como suelen hacer los ratones cuando aparece un ser humano, pudiese inclinarse sobre él y ponerse a mordiesquearle el cuello en repugnante intimidad! 

Precisamente la manipulación de la escala de las cosas, que fácilmente les hace adquirir una condición inquietante, es un recurso socorrido en el trabajo de Katarina Fritsch (Essen, Alemania, 1956). Aquí provoca un malestar de reconocimiento e identificación, pues, como si fuera la metáfora de nuestros temores y angustias, en seguida nos sentimos identificados con la situación tan apurada del yacente; nos parece bien conocida y más que plausible.

El impacto de esta escultura monumental, decíamos, es tan directo, inmediato y evidente, que ha alcanzado un éxito grande y desde hace treinta años va dando la vuelta al mundo, a veces, como en la March, a modo de recibimiento en exposiciones colectivas. 

Los comentaristas elogiosos del trabajo de Katarina Fritsch suelen mencionar su aspecto “misterioso”. Los críticos menos benevolentes con ella consideran su trabajo banal y efectista y se preguntan retórica, sarcásticamente, dónde ven aquellos una cualidad “misteriosa” en estas figuras relamidas, como de porcelana. 

Yo respondo: en el misterio de otras esculturas de la señora Fritsch no me he detenido a pensar, porque no las he visto. Pero el de ésta en concreto, que es también la más famosa de las suyas, puede descomponerse y explicarse atendiendo a tres de sus atributos:

En primer lugar, la proporción, la escala, sobre la que no insistiremos ahora.

En segundo lugar, en la calidad lisa, pulida, del material de poliéster y acero en que está moldeada la obra, y que le proporcionan un acabado impersonal propio de una idea, que trasciende la autoría humana. Esta impresión la redobla su carácter de producto industrial, pues la escultora utiliza modelos para crear moldes, a partir de los cuales se vierten las esculturas finales, muchas de las cuales son ediciones: hay por el mundo no sólo uno, sino varios Hombre y ratón.

“Sabemos que lo liso es siempre un atributo de la perfección, porque su contrario revela, manifiesta, una operación técnica y demasiado humana de ajuste: la túnica de Cristo no tenía costuras, igual que las aeronaves de la ciencia ficción son de un metal continuo”, señaló Roland Barthes en su célebre ensayo sobre El nuevo modelo de Citroen DS (el popular Tiburón), en Mitologías. Efectivamente, también aquí esta lisura sin costuras parece negar la autoría de un artífice humano: nos hallamos ante una idea.

Y en tercer lugar, el punto de fuga de la referencia y la continuidad histórica: nada más ver Hombre y ratón uno recuerda La Pesadilla de Heinrich Füssli, en la que seguramente se ha inspirado Fritsch. Füssli (1741-1825) era un pintor de una época en transición: la mujer que pinta, tumbada en la cama mientras sufre una pesadilla, es neoclásica, pero el íncubo monstruoso que está sentado sobre su cuerpo, y el caballo dentudo que asoma la cabeza del cortinaje (night-mare, en inglés yegua nocturna y pesadilla) son ya es ya seres del romanticismo.

Es como si con el paso del tiempo la pesadilla se hubiera hecho más nítida, más precisa, abstracta y elemental, como nuestro mismo mundo, aséptico pero no menos terrorífico. Nuestras pesadillas se van perfilando, esencializando.

Lorna Owen, autora de Mouse muse, una introducción a la historia del arte a partir de las obras en las que figuran los ratones, propone una curiosa interpretación de la escultura de Fritsch: el hombre dormido es una mala persona, porque en la época medieval, la gente creía que cuando el moribundo exhala sus últimos suspiros su alma salía de su cuerpo en forma de ratón. Si el alma había sido inmoral, el ratón era negro. 

Otros vemos aquí un presagio del final: el cuarto y último sueño realizado, antes del descanso eterno.