La libertad y el mal bajo la ominosa sombra de Sade
El CCCB dedida una exposición a un creador libertino, que se movió en la frontera de lo permitido, y lo hace con una propuesta valiente, que en estos tiempos va en contra de lo políticamente correcto
23 mayo, 2023 17:45Bajo un sol negro se yergue la mefítica presencia de Donatien-Alphonse-François de Sade (en adelante D.A.F.), una figura de las letras y del exceso. Él representa el eterno retorno de todo lo que es humano y que "no me es ajeno", como dijo Marco Antonio ante el cuerpo yacente del Emperador, César, que había sido blanco de tantos dicterios a causa de su vida sexual. Sade es una frontera nunca bien delimitada entre el mal y el vicio; entre el delito y la promiscuidad; entre la escatología criminal y el culto a Eros, el dios de la felicidad sobre la Tierra.
Colocar a D.A.F. ante un tiempo difícil como el de hoy no es una artificiosidad; es un acto de valentía contra corriente que dignifica al Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) con la exposición Sade, la libertad y el mal (hasta el 15 de octubre), comisariada por Alyce Mahon, profesora de Historia del Arte en Cambridge y Antonio Monegal, catedrático de Teoría de la Literatura. El centro lanza una presentación y varios debates bajo el enunciado de Pasiones: moral, transgresión, política y deseo.
D.A.F. abominó de sí mismo, pero puso a salvo su imaginación, cuando argumentó en su descargo, "nunca he hecho lo que he imaginado y nunca lo haré". Digamos que ya hizo bastante cuando secuestró, por ejemplo, a la joven Jeanne Testard, en una habitación decorada con crucifijos y escenas del Calvario acompañadas de dibujos obscenos en medio de varas y disciplinas. Llegado el momento, en pleno arrobo de morbo fatal, el marqués le exige a su víctima que elija el instrumento con el que él va a martirizarla y, al observar el horror de la muchacha, el marqués eyacula sobre cristos y vírgenes de marfil. Este viaje alevoso al interior del Sagrario le costó una temporada en la sombra del penal de Vincennes.
La manifiesta desacralización de Sade busca los límites; alimenta, juega y destruye. Tras su muerte, su refulgente memoria desaparece a lo largo de casi un siglo y regresa en los primeros años del novecientos de la mano de Guillaume Apollinaire, lector de las obras del marqués, como Zoloé, Justine o los infortunios de la virtud, Juliette o las prosperidades del vicio, Los crímenes del amor o Los 120 días de Sodoma –"una pieza irrespirable”, a criterio de Rolland Barthes--, libros publicados en castellano por La Sonrisa Vertical, aquel sello creado por Beatriz de Moura en los ochenta, que tuvo de inspirador al cineasta Luis García Berlanga.
Después de su inmersión, Apollinaire exclama: "Sade es el espíritu más libre que haya existido hasta la fecha". La frase fue escrita por el poeta en su obra El marqués de Sade, un texto que sirvió de introducción a la edición de algunos fragmentos de A.D.F. por parte de la Comedia Francesa, sin pretensiones académicas, imponiendo el humor como desiderátum de la perversión, frente a la suciedad de la pornografía. Su resultado es un Sade paradójicamente salutífero frente a la pacatería de la moral y el ostracismo de la locura, que le persiguió hasta su muerte, en 1814, en el hospital psiquiátrico de Charenton. Aquel suspiro final del marqués cobra sentido en el Marat-Sade de Peter Brook, una pieza inspirada en el teatro de la crueldad de Antonin Artaud. Es la escenificación por parte de los internos del hospital mental del asesinato de Jean Paul Marat, médico y científico jacobino, a manos de la girondina Carlota Corday, bajo las instrucciones del marqués. La víctima expresa el deseo de muerte que exhala el revolucionario total a causa de su entrega al autodestructivo Terror de Robespierre, un puritano radical. Sobre las improvisadas tablas del manicomio, Sade conduce, recita y se refocila ante el magnicidio de Marat, tocado por la elocuencia en la Asamblea Nacional y príncipe de las barricadas.
Difuminados por las corrientes del siglo XIX, Sade y Apollinaire expresan el encuentro intelectual que los encarna: la farsa como territorio indómito de los crímenes sexuales. La filosofía en el tocador de Sade resulta una guía para los personajes del texto muy comentado y no leído, Las once mil vergas, obra de Guillaume, un inventario de depravaciones escrito para ironizar sobre los vicios de la alta sociedad francesa. Los papeles del Divino Marqués fueron una herencia gloriosa en manos de Apollinaire, el polígrafo que nunca abandonó el tono satírico de un mentor al que nunca conoció. Ambos autores estaban prohibidos por el Índice eclesiástico promulgado en el Concilio de Trento (1564) y reforzado por el cínico cardenal Mazarino para combatir a la Fronda en Francia, durante la minoría de edad del Luis XIV. Los textos ocuparon discretos anaqueles de doble fondo en las bibliotecas particulares legadas a sus descendientes por damas cultas de la nobleza francesa del XVIII, como Madame de Sévigné o Catalina de Rambouillet, apodada Arthénice. Fueron durante mucho tiempo legajos sin encuadernar que esperaban pacientemente a ser devorados por la fiebre onanista de sus dueños.
El ateísmo es "aristocrático"
El romántico Alphonse de Lamartine desveló en sus Tres pequeños poemas eróticos las obsesiones de la masturbación y la futromanía, despertados por Sade. Le bastó con revisar lo que quedaba del texto casi perdido del marqués, La malheureuse Florville, la vivencia de una joven que después de haber sido seducida por su hermano, será amada por sus propios hijos y se casará con su padre. A la Toma de la Bastilla, la noche del 14 de julio de 1789, le siguió, muchas décadas después, la Comuna de Paris, de 1871; y hoy, cuando vamos de Sade a Lamartine, percibimos que ambos agudizan su destrucción creativa identificando el incesto como el amor absoluto.
¿Cuál es el legado de la obra de Sade en el pensamiento contemporáneo? Se lo pregunta Antonio Monegal sobre el marco que el mismo comisario ha creado en la exposición del CCCB. Y así lo resuelve con delicada cortesía: "El marqués nos propone un desafío: nos invita a enfrentarnos al lugar que ocupa el mal en la experiencia humana, y ello nos lleva a preguntarnos si sus escritos representan una filosofía de la libertad o una filosofía del mal. La primera sería emancipadora y subversiva, transgresora de los valores morales y religiosos tradicionales; la segunda, en cambio, muestra la dimensión excesiva y violenta del deseo y las consecuencias destructivas". El CCCB no ha querido ocultar la carga polémica del legado de D.A.F. en la cultura contemporánea, iniciada en la etapa de las vanguardias cuando los surrealistas André Breton, Paul Éluard y Louis Aragón le sacaron a Sade el mote de Divino Marqués. El centro museístico ha restringido la entrada a los menores de 18 años; habla de poner a prueba los límites, sin situar el listón en el qué dirán, pero sí acaso con temor ante el qué harán, en un país cuya tradición vincula la moral con el código penal.
El XVIII francés es el antecedente más claro de Sade. Los salones fueron la antesala de aquel grito del marqués contra el cetro y el incensario, tantas veces ignorado: "el ateísmo es aristocrático". Cuando los escritores eróticos eran tratados como revolucionarios apareció el caso sobresaliente de Mirabeau quien, desde una celda, escribió las cartas encendidas, casi ilegibles por escandalosas, a Sofía de Monnier. Mirabeau participó en la gran revolución, pidió que Luis XVI fuese encerrado en el Temple, pero después proclamó su apelación popular y por ello fue sentenciado a la guillotina, como todo jacobino que se precia. Mirabeau fue defendido por un sector la aristocracia salonnière –"¡Que hermosa era la República en tiempos del Imperio!"- en la que en el pasado tuvieron incidencia Voltaire, Charles-Jean-François Hénault y con el novelista gótico, Horacio Walpole; en sus últimos años, enclaustrados en sus palacios parisinos o en la provence los elegantes exégetas de Sade, trataron de utilizar las llamadas bienséances, -el cuerpo de reglas no escritas consagradas a la pertenencia noble- para evitar las condenas del marqués. Pero D.A.F. era irrefrenable como se vio el día en que hirió con un cortaplumas a una mendiga y derramó cera ardiente sobre su herida, alegando que era un "ungüento sanador" (le costó siete meses de cárcel en un fortín). Después tuvo lugar el llamado asunto de Marsella, otro episodio malvado con chicas del puerto a las que el marqués obliga a comer bombones rellenos de polvo de mosca, un diurético de incontinencia asegurada y conocido como la "mosca española", mientras su sirviente, Latour, le penetra analmente. Después de ser denunciado, D.A.F. trata de huir una vez más, pero ya es imposible porque su suegra, madamme de Montreuill, -el marqués se casó con Renée Pélagie de Montreuil y tuvo tres hijos- apoyada por la Securité, cierne sobre él las prisiones que lo acompañarán para el resto de su vida: Vincennes, la Bastilla y Charenton.
¿Literatura erótica?
A la vista de una biografía tan obsesiva, los árboles impiden ver el bosque y queda por resolver el valor literario de Sade, más allá de la profecía de Apollinaire: "Sade reinará en el siglo XX". La presencia de muchos escritores relevantes en este debate demuestra por lo menos el carácter seminal de su obra. "Una vez rescatados sus escritos del coleccionismo especializado, no han dejado nunca de ser editados", afirma en Enemigos de lo real (Galaxia Gutenberg), Vicente Molina Foix, un hombre de letras implacable en el análisis y con un amplísimo radio de conocimiento.
Al analizar la obra global del marqués, Simone de Beauvoir normaliza la herencia de Sade al tratarla como una simple "taxonomía de las prácticas sexuales" (¿Hay que quemar a Sade?; Ed.Machado). Beauvoir destaca esta paradoja: "al obstinarse en sus singularidades, él nos ayuda a definir el drama humano en su plena extensión". Por su parte, Gilles Deleuze, esclarece la depravación de Sade equiparando al marqués con su complemento, Leopold von Sacher-Masoch, el autor de La Venus de las pieles, un canto al dolor a las puertas del placer. Desde entonces, Sade y Masoch serán para siempre dos escritores en los que parece imposible separar vida y obra. A la sombra de Sade, también destaca uno de los mejores erotómanos del siglo XX, George Bataille, cuya novela Historia del ojo (Planeta) refleja el pecado de lo prohibido que se paga con la muerte de la protagonista, Simone, una joven de la que habla Vargas Llosa en un revelador ensayo adjunto, titulado El placer Glacial, con ilustraciones del surrealista Hans Bellmer.
La elegante prosa del Nobel peruano está muy lejos de salvar a Sade y desde luego no encaja con el planteamiento atrevido de la exposición del CCCB. Para él no hay gran literatura erótica, lo que hay es erotismo en grandes obras literarias, con un añadido que en parte lo contradice: "sin erotismo no habría gran literatura". Vargas Llosa cita Decameron (Bocaccio) El inglés descrito en un castillo cerrado de André Pieyre de Mandiargues, El cuaderno negro de Lawrence Durrell o Lolita de Navokov, equiparando su intensidad con el texto destructor de la Justine de Sade. También recuerda a Juliette, que además compone uno de los momentos duros del recorrido propuesto en la muestra espectral del CCCB, donde aparecen grabados de la madre que entrega a su hija a una orgía blasfema profanando el altar de San Pedro, con el Papa Pío VI. Este pasaje resulta especialmente brutal al incluir pederastia, violaciones, coprofagia y asesinatos.
La intelectualidad del siglo XX restituyó al marqués; lo llama "pornógrafo moral" e incluso encuentra un nicho para los "espacios femeninos propios que la voz del autor confirió a sus protagonistas", en palabras de la autorizada Susan Sontag. La muestra del CCCB lanza la obra de Sade sobre una actualidad marcada por la diversidad de género, la violencia política, los abusos o la subversión de los roles. La comisaria Alyce Mahon, coincide con Sontag en destacar que Sade "atacó los valores patriarcales y dio voz a las mujeres". Mahon es autora de Surrealism and the Politics of Eros, Eroticism & Art o The Marquis de Sade and the Avant-Garde y acaba de publicar un artículo definitorio titulado Sufragistas del látigo, en el último número de la revista de pensamiento, La maleta de Portbou que dirige Josep Ramoneda, ex director del CCCB.
Puritanismo sostenido
La muestra comienza con el retrato imaginario de Man Ray de Sade recreado como googlegrama por Joan Fontcuberta, a partir de seis mil imágenes buscadas con conceptos relacionados con el marqués; y concluye con el propio libertino, en una escena de Le retour de Sade (Éditions Lignes) de Bernard Noel. En su momento, Jacques Lacan, uno de los padres del moderno psicoanálisis, afirmó que "el perverso se imagina ser el otro para asegurar su goce"; añadió que está destinado al fracaso porque el perverso "se aferra a una Ley que reclama el derecho al goce con el rigor del imperativo categórico". Durante muchos años, Lacan hegemonizó la inesperada relación entre Sade y el filósofo Immanuel Kant. La filosofía en el tocador de Sade apareció ocho años después de La crítica de la razón práctica de Kant: "Si demostramos que la primera completa la segunda, estaremos en condiciones de aceptar que la obra de Sade sienta la verdad de la Crítica", escribe Lacan en el célebre ensayo Kant con Sade.
El Sade que dominó el siglo pasado se ha convertido ahora en un elefante en la habitación. Los tiempos han cambiado y lo que entonces fue un escalón relativista en plena expansión de libertad hoy es un cuarteamiento civil, fruto de los avances en materia de derechos, pero también del puritanismo sostenido por la moral ultra de los populismos. La muestra del CCCB trata precisamente de comprobar si estamos dispuestos a soportar el sadismo desde la inocencia que nos hace libres o si, por el contrario, optamos por la actitud punitiva de las cárceles y los manicomios. La granítica muestra, Sade, la libertad y el mal, se suma al D.A.F. políticamente comprometido a través de ejemplos, como una imagen de Hitler en la cruz del Gólgota y con el sexo en la mano, junto a la conocida figura de la soldado Lynndie England humillando a un prisionero, en la cárcel de Abu Ghraib.
La proliferación de conexiones que permiten encajar a Sade en la creación artística, a partir de las vanguardias, engrandece a un personaje que siempre ha corrido el peligro de encajonarse en el libertinaje. Literariamente, Sade empezó como un especialista de género, pero terminó ocupando un especio reservado a los grandes. La obra del marqués, declinada en parte por su abundosa perversidad, alcanzó la consagración "el día en que entró en la venerable colección de La Pléiade", nos recuerda Molina Foix.