Francesca Thyssen trae a Madrid el arte de vanguardia ucraniano
La exposición 'En el ojo de la tormenta: el modernismo en Ucrania' recoge 70 obras, entre pinturas, dibujos, collages y diseños teatrales de Bohomazov, Yermilov, o Petrytskyi
3 diciembre, 2022 20:00Aunque su ambición no pueda ser tan grande, nos hizo recordar vagamente algo de las exposiciones de 2012 --no recuerdo ya qué efeméride ruso-española se celebraba en aquel año-- sobre la aventura artística de las vanguardias rusas a principios del pasado siglo, especialmente la formidable Caballería Roja en La Casa Encendida de Madrid, precedida, en los años inmediatamente anteriores, por las grandes retrospectivas sobre Kandinsky, Malevitch y Rodchenko, tres formidables e inolvidables acontecimientos en la Pedrera de Barcelona.
Pero ¿quién, entonces, habría de decirnos que Rusia invadiría Ucrania, antes “el Rus de Kíev”, y que sobre su territorio se libraría una repugnante guerra fratricida? La exposición que “hay que ver” ahora en Madrid –o quizá sólo una de las que hay que ver, dada la amplitud de la oferta expositiva de la capital— es En el ojo de la tormenta: el modernismo en Ucrania, 1900-1930, en el Museo Thyssen, que se inauguró a principios de esta semana y que reúne a varios maestros del arte de origen ucraniano (algunos de ellos se fueron a Rusia y otros a París) de las primeras tres décadas del siglo XX. Permanecerá abierta hasta el 30 de abril del próximo año, cuando viajará al Museo Ludwig en Colonia, Alemania. Se ignora su destino ulterior, que puede ser continuar vagando de ciudad en ciudad o bien regresar a su sede en las pinacotecas de Kíev, dependiendo, es de suponer, de la suerte buena o mala de la guerra.
La coleccionista de arte y filántropa internacional Francesca Thyssen-Bornemisza es la responsable de que esta exposición exista y podamos admirar estas joyas de la Vanguardia artística del novecento, la época más estimulante, rompedora y renovadora en arte desde tiempo inmemorial. La colección de joyas del arte de principios del siglo XX que atesoran varios museos de Kíev salió de esa ciudad, según explicaron sus directivos el día de la inauguración, en condiciones de la mayor incertidumbre, que recuerdan la “emigración” de los fondos del museo del Prado durante la guerra civil española hacia la sede de la Sociedad de Naciones en Ginebra; precariedad aumentada por la lluvia de misiles que precisamente ese día cayó sobre la capital ucrania y los avatares aduaneros y fronterizos que hubieron de superar los camiones cargados de tesoros artísticos hasta llegar a Madrid.
La identidad ucrania
Son 70 obras, entre pinturas, dibujos, collages y diseños teatrales de Bohomazov, Yermilov, Palmov, Petrytskyi, pasando por Boichuk o los más conocidos Sonia Delaunay (el óleo Vestidos simultáneos), Malevich (un boceto para un teatro de Kíev) y El Lissitzky, y comienza con Tres figuras femeninas de Alexandra Exter, cuya trayectoria es típica del destino de los artistas de las vanguardias en tiempos soviéticos.
Formada en Kíev, Exter vivió y trabajó en París desde 1906 hasta 1914, donde conoció a Picasso y a Braque en el preciso momento en que éstos alumbraban el cubismo, escuela artística a la que se sumó, y se relacionó con futuristas y vanguardistas, con Fernand Léger y con Marcel Duchamp; Exter participó en todas las aventuras de la vanguardia y, en el año en que comenzó la primera guerra mundial, regresó a su país, donde coorganizó una exposición de arte futurista ucraniano titulada Kiltse (El anillo). En 1924, adelantándose a la liquidación de los artistas y las corrientes vanguardistas por Stalin, Exter regresó a París, donde además de seguir su carrera pictórica se dedicó a la enseñanza y fue ilustradora de libros para la editorial Flammarion desde 1936 hasta su muerte en el suburbio parisino de Fontenay-aux-Roses.
En fin, un destino muy ruso, y muy ucranio. La tarde de la inauguración asistí y escuché atentamente los discursos de los representantes de Kíev sobre la “identidad” y la nacionalidad ucrania, y en otras circunstancias menos trágicas me hubiera gustado discutir con ellos sobre algunos extremos de sus parlamentos y sobre la validez de algunos conceptos que manejaban. Pero las circunstancias bélicas no invitan a matices, todo lo que no son tiros y matanzas parece bizantinismo, así que me conformé con celebrar y con disfrutar de la magnífica exposición.